Guillermo Aguirre: “No hay nada más peligroso que meter a un adolescente en un sitio en el que no quiere estar”
El escritor desnuda su etapa más conflictiva, cuando dejó el colegio a los 14 años, en su última novela. “Siempre hay un camino de vuelta a los estudios, pero eso no te lo cuentan, no sea que dejes de estudiar todavía antes”
Guillermo Aguirre (Bilbao, 37 años) lía un pitillo tras otro en una terraza del centro de Madrid. “¿Vas a dejarme las respuestas cortas esas que dejas en las entrevistas? Porque yo hablo muchísimo”, dice al sentarse. Aguirre ha publicado Un tal Cangrejo (Sexto Piso), una novela sobre un tipo al que cuesta distinguir de él. Por eso le ha llevado, entre pitos y flautas, 13 años y varias entrevistas reales con las madres de los niños que ellos fueron y que él semificciona en el libro. Son 500 páginas salvajes...
Guillermo Aguirre (Bilbao, 37 años) lía un pitillo tras otro en una terraza del centro de Madrid. “¿Vas a dejarme las respuestas cortas esas que dejas en las entrevistas? Porque yo hablo muchísimo”, dice al sentarse. Aguirre ha publicado Un tal Cangrejo (Sexto Piso), una novela sobre un tipo al que cuesta distinguir de él. Por eso le ha llevado, entre pitos y flautas, 13 años y varias entrevistas reales con las madres de los niños que ellos fueron y que él semificciona en el libro. Son 500 páginas salvajes sobre un grupito de adolescentes en una ciudad, Bilbao, durante la década de los noventa. Estaba por hacerse todo: la ciudad y ellos, de madres trabajadoras, sin un padre en casa y saliendo por patas del colegio a los 14 años.
Pregunta. ¿Fue un niño malote?
Respuesta. Un punto intermedio. Me resultaban intrigantes los sujetos que se comportaban de una manera todavía peor. Esos malos, malos, ya sabes. Me pasaba lo que al Cangrejo: se siente seducido por los malos, pero luego se da cuenta de que no es capaz de producir tantas maldades como ellos. Y sofocar la violencia fuera me hacía ser violento en casa. Ahí sí he sido un hijoputa, por así decirlo.
P. Una adolescencia difícil.
R. El adolescente varón vive con una cabeza de niño en un cuerpo estruendosamente grande, musculado, que le ha crecido de repente y no sabe qué hacer con él. Parece que todo lo que tocas lo vas a romper, parece que no cabes en los sitios y es como si te hablara algo maligno desde las profundidades.
P. ¿Por qué deja de estudiar?
R. Porque ya quería ser mayor. A esos chavales que abandonan los estudios les interesa lo que ven del mundo adulto. Cree que los adultos lo único que hacen es pasárselo guay y quieren entrar en ese universo. Hay que beber, hay que follar, hay que drogarse. Es una rebelión al revés: montan un pollo del carajo, lo destruyen todo. Quieren ingresar cuanto antes en el mundo adulto y pasar por los ritos que uno necesita para que el adulto le escuche. Hay que hacer aquello que pensamos que hacen los adultos y así te escuchan cuando has generado las suficientes anécdotas, o te has metido en suficientes líos y has vivido ya los suficientes fracasos, y ya tienes una historia que contar.
P. ¿Hay un punto de no retorno cuando un chico deja el colegio a los 14 años?
R. No. Combato ese discurso y esa expresión. Y erradicar eso de “fracaso escolar”, que no sé cuánto daño hace. Sin llegar a la tontería de dejar de corregir con rotulador rojo para no ofender a los alumnos. No es un punto de no retorno dejar el colegio, entre otras razones porque siempre hay un camino de vuelta, siempre hay un momento en que puedes volver y sacar la ESO, hacer el Bachillerato, matricularte en una carrera. Pero eso no te lo cuentan, no sea que dejes de estudiar todavía antes.
Yo he visto a tipos de familia rica robando en El Corte Inglés ropa peor que la que vestían
P. Bilbao en los noventa, la metamorfosis.
R. Pensaban que estaban haciendo algo para los turistas, pero mientras lo estaban construyendo nos dieron un enorme patio de recreo a los que no íbamos al colegio. Estaba lleno de obras, y tenían todo allí: arneses, taladros, cuerdas. Y entonces no había el control que hay ahora con el Cash Converters [cadena de compraventa], aquello era una pasta. Cuando dejas de estudiar y dejan de darte dinero en casa, tienes que buscarlo donde buenamente puedes. Era interesante aquel Bilbao. Y un poco metafórico: las obras, cuando acaba la jornada laboral, no sabes si son de un edificio en marcha o un edificio abandonado. Como nosotros.
P. ¿Notaba las clases sociales?
R. Los que tenían pasta solían ser rebotados de la privada. Porque la privada no se hacía cargo de ellos ni pa’tras, y se los comía la pública. Que intentaba deshacerse de todos ellos con prácticas bastante alejadas de lo legal.
P. ¿Cómo?
R. Aprobándolos a toda hostia para sacarlos de en medio, por ejemplo.
P. En la novela cita los PCPI [Programa de Cualificación Profesional Inicial]
R. Una cosa que nadie entiende qué coño es, pero ahí está. Un módulo creado para la gente que no había acabado la educación obligatoria. Se les mandaba a ese sitio con vista a que luego se reenganchasen en la Formación Profesional, pero, claro: se les metía allí sin preguntarles qué les gustaba más, con lo cual acababan en lugares insólitos. Igual te gustaba la mecánica y acababas haciendo comida. Ojo: comida que luego se vendía y esta gente escupía en la comida porque no quería estar ahí. Conocí a unos cuantos. No hay nada más peligroso que meter a un adolescente en un sitio en el que no quiere estar.
P. La ropa.
R. Yo he visto a tipos de familia rica robando en El Corte Inglés ropa peor que la que vestían. Porque eso era lo que molaba: llegar allí, planta caballero, ponerte cuatro cosas por encima y la adrenalina de salir fuera.
P. Al principio de la novela, Cangrejo quiere ser amigo de unos niños un poco mayores que él, agradándolos, regalándoles pitillos.
R. Lo toman a menudo como mascota y él está encantado: a las mascotas se les saca a pasear, se les da de comer, se les educa. Los chavales mayores de la calle ven rápido qué tipo de hechuras tienes, te recogen y te enseñan lo que ellos saben de ese mundo para ver si tú puedes también llevarlo a buen puerto.
P. Esas preguntas de quiénes somos y adónde vamos cobran una relevancia trágica en la adolescencia.
R. El adolescente vive disfrazado, atado a un rol que se ha impuesto a sí mismo o se le ha impuesto. Los chavales de la pandilla del libro en grupo son acosadores, pero separados, uno a uno, serían carne de acoso cada uno de ellos. Y cuando entras en grupos así, el sentido de pertenencia es tan grande que tienes que llevar tu rol todo el tiempo, como si fuera un disfraz. Si te toca líder, te toca líder y si te tienes que dar de hostias, aunque no quieras, te das de hostias. Si tienes que recibirlas, también. Y si te toca el payaso del grupo, tienes que hacer el payaso durante toda tu adolescencia. No puedes explicarte tus propias sensibilidades o tu propia naturaleza. No tienes tiempo porque estás fingiendo ser otro.
P. ¿Cómo es hoy la relación con su madre, profesora de Lengua y Literatura?
R. Muy buena. Y lo es por aquello, aunque parezca contradictorio, porque llega un punto en el que has cometido tantas fechorías que ya te da igual lo que vayas a contar. Es ese momento en que tu madre te pregunta algo y contestas con la verdad. Aunque tengas 16 años, tu madre lo sabe todo de ti. “¿Vienes borracho?”. “Vengo”. “¿No habrás tomado drogas?”. “Sí, tomé speed con estos”. En la vida adulta, una vez que se han superado estas cuestiones, tu madre ha aceptado quién eres tú, y la cosa empieza a funcionar. Tu madre sabe quién eres. Tú sabes quién es ella. Yo, sin embargo, me encuentro con gente de mi edad que te invita a comer a su casa y te dice: “No fumes, que mis padres no saben que yo fumo”. Y dices: pero vamos a ver, que tienes 40 años, ¿qué me estás contando? Ese disfraz suyo de adolescente, lógico entonces, se ha estirado eternamente.
P. ¿Consumían speed de adolescentes?
R. Sí. Había dinero para coca, ¿pero quién quiere coca en Bilbao cuando tienes 18 años? A la coca la invitaban los adultos. Pero cuando tienes 18 años, tu cuerpo está nuevo. Tomamos amarillito de Bilbao, como se le llamaba y se le sigue llamando. Porque la bolsa del Eroski era amarilla, y como es ácido consume el color de la bolsa.
La poesía es uno de los primeros lugares a los que el adolescente llega porque explica muy rápido sus emociones. Yo leía mucho pero me lo guardaba; son cuestiones que frente al grupo te hacen débil, fìjate la gilipollez.
P. Es frecuente en la novela el escondite, el refugio.
R. Es que este tipo de grupos de chavales de la calle se condenan a no poder salir del barrio, porque se meten en tantos tinglados en los barrios de alrededor que al final también acaban prisioneros de su propia historia. Si no te están buscando los gitanos, te están buscando otros a los que les has hecho el lío. Al final tú te crees que eres un malo, pero lo que eres es prisionero de esa propia maldad. El Cangrejo llega a tener que recluirse en su casa.
P. Por una historia en la que se ve involucrado el hijo del Defensor del Pueblo.
R. Sí, ahí se nota de dónde viene cada uno. Quién tiene más capacidades en su familia para afrontar ciertos hechos y quién se puede salvar. Ahí había mucha gente que sabía que se estaban tirando a otros al precipicio, pero ellos tenían las castañas salvadas en último término y jugaban con los demás.
P. ETA.
R. Lo dice la madre del Cangrejo en un momento de las entrevistas: es más fácil politizarse a través de la educación. Yo estoy de acuerdo. De hecho, la gente de la kale borroka en nuestra época eran más o menos buenos alumnos. Para ser un sujeto político necesitas imaginar una realidad futura, sea de un orden o de otro. Que tenga que ver con tus valores o con tus ideas. Pero a nosotros nos habían vendido que habíamos fracasado, que habíamos tirado todo a la mierda. Como lo habíamos lanzado todo al carajo, no había mundo futuro que imaginar. Pero sí digo algo en un momento dado: el silencio era otra forma de violencia, la incomunicación absoluta, ese pacto de no hablar en los bares del tema, esa crispación enterrada. Creo que eso sí que alimentaba ciertas violencias limítrofes, u otro tipo de violencias. Ese pacto tácito de no hablar de las cosas en los bares, esa ausencia, esa crispación de bajo fondo. Hay un momento al final de la novela en que utilizo un atentado en El Corte Inglés para contar otra cosa. Y la peña asiste a verlo como si fuese un partido de fútbol. A esas alturas ya se sabía que los terroristas no iban a ninguna parte. La novela también es una historia de que el camino de la violencia no lleva a ningún sitio. Perdón, sí lleva a uno: a la culpa. Puedes reconstruirte a través de ella. Pero no se agota, siempre regresa, pide más.
P. ¿Y qué se hace?
R. Se convive con ella y se cambian los hábitos. Pedir perdón está bien. Siempre y cuando no tengas que volver a pedirlo, porque si no, no vale de nada. Yo tuve durante mucho tiempo miedo que las violencias que generé de niño con mi madre (amenazas, romper cosas, empujones) las tuviese con otras mujeres de mi vida. Tardé tiempo en comprender que no se iban a reproducir en mi edad adulta, de ninguna manera.
P. De niño leía y escribía.
R. Poemas. Es uno de los primeros lugares a los que el adolescente llega porque explica muy rápido sus emociones. Y leía mucha poesía, pero me lo guardaba; son cuestiones que frente al grupo te hacen débil, fíjate la gilipollez. Puede perder tu rol, puedes perder tu lugar o, lo que es peor, puedes dejar de defender al grupo. Una de las grandes obsesiones del Cangrejo es la defensa de los suyos, porque en cierta medida le han dado el lugar del líder. Él sabe que no puede cumplir del todo con ese liderazgo. Y uno de los grandes miedos que tiene es que, si deja de comportarse así, ¿cómo los defenderá?
P. Volvió a los estudios.
R. A los 24 años, la ESO y el Bachillerato. Intenté hacer Filología, pero lo dejé. Hice las literaturas los dos primeros años sin tener que leerme un libro entero (”vete de la página 80 a la 93, luego a la página 130″). Y me pareció tan triste y tan terrible... Yo estaba currando, como ahora, dando clases de escritura en el [centro cultural] Hotel Kafka. Y cuando me encontré con la gramática generativa de Chomski, paré. Le dije al profesor que no entendía un pijo. Se lo enseñé a mi madre, que era profesora de literatura y tampoco entendía nada.
P. Hay una dedicatoria preciosa al principio del libro: “A los padres, porque también fueron hijos”. ¿Su madre ha leído la novela?
R. No. Lee las entrevistas y eso, pero el libro no. Sí me dio permiso para seguir escribiendo, porque en un momento dado me dijo que no siguiera con esa novela. Pero ella también ha escrito mucho y tiene cosas en el cajón. Quiero pensar que entiende que los escritores estamos obligados a hablar de aquello que duele y molesta. Además soy un completo desconocido de aquel que fui.
P. El padre de Cangrejo apenas aparece en la historia.
R. En un momento dado aparece a tocar los cojones desde Barcelona y le suelta un puño, que algo así también pasó de verdad. Pero bueno, es que los padres aparecían de donde aparecían, de cualquier sitio menos de donde se los esperaba, y venían a salvar las cosas con esa masculinidad atroz, y el hijo pues a soltar puños. En aquella época, a masculinos, y a malas masculinidades, pues todos.