La Hispanic Society reabre sus puertas y subraya la herencia mestiza de España e Iberoamérica

El museo neoyorquino, que desde 2017 está en fase de renovación, reúne a artistas españoles y a latinoamericanos como Velázquez, José Agustín Arrieta, Goya o José Campeche en una gran exposición, que se propone poner el foco en la diversidad de su colección

Un alma en el Infierno. Atribuida a Manuel Chili, Caspicara. Foto: Alfonso Lozano

El viejo edificio a orillas del río Hudson que alberga la imponente colección de la Hispanic Society —más de medio millón de piezas que recorren diez siglos y enlazan dos continentes— se despereza. Cerrado en 2017 para una profunda renovación aún en curso, la apertura paulatina de las salas es una oportunidad para contemplar, a modo de aperitivo hasta que se complete la reforma, algunos de los tesoros que encierra: tanto las obras maestras que son la marca de la casa —de Goya, Velázquez y sobre todo Sorolla— como cuadros recón...

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El viejo edificio a orillas del río Hudson que alberga la imponente colección de la Hispanic Society —más de medio millón de piezas que recorren diez siglos y enlazan dos continentes— se despereza. Cerrado en 2017 para una profunda renovación aún en curso, la apertura paulatina de las salas es una oportunidad para contemplar, a modo de aperitivo hasta que se complete la reforma, algunos de los tesoros que encierra: tanto las obras maestras que son la marca de la casa —de Goya, Velázquez y sobre todo Sorolla— como cuadros recónditos de autores casi inéditos.

“Retrato de una niña”, de Diego Velázquez. Foto: Alfonso Lozano

La exposición Nuestra Casa: redescubriendo los tesoros de la Hispanic Society, que se inaugura este jueves, pone a dialogar a artistas de España y Latinoamérica, en un retorno cultural recíproco que se extiende durante siglos y que alumbra no solo la historia de una colección que se fundó en 1904, sino el presente y el futuro de EE UU, y de la propia ciudad de Nueva York, donde se oyen todos los acentos del castellano. La muestra estará abierta en el venerable caserón de Washington Heights, el barrio predominantemente hispano del norte de Manhattan (Nueva York) donde se levantan el museo y la biblioteca de la Hispanic Society (HS), hasta el 17 de abril.

La mujer de Montevideo y El hombre de Montevideo, por Viladrich. Foto: Alfonso Lozano

Nuestra Casa depara abundantes sorpresas, como la presencia de importantes artistas latinoamericanos como José Agustín Arrieta, uno de cuyos cuadros da la bienvenida a la sala enfrentado a un delicado e intimista Velázquez, el Retrato de una niña, tal vez una de sus nietas, una criatura nimbada de cotidianidad en las antípodas de sus conocidos infantes. El joven pintado por Arrieta, mulato, presenta como ofrenda una cesta de frutas, por lo que el retrato es también un bodegón. Exuberancia frente a timidez; una niña blanca frente a un joven descendiente de esclavos. Otra reinterpretación en clave actual, la de la diversidad, que la HS quiere dar a sus tesoros.

Muchas de las 50 piezas expuestas han viajado durante este lustro a muestras temporales (al Prado y el Museo de Bellas Artes de México, entre otros) y tras la clausura de Nuestra Casa seguirán su periplo a la Art Gallery de Ontario (Canadá) y la Royal Academy of Arts de Londres. Es un modo de entretener el tiempo a la espera de la reapertura definitiva del museo, aunque es dudoso que puedan exponerse algún día a la vez, en conjunto, todas las piezas que atesora. “Nuestra Casa solo rasca la superficie de la amplitud y profundidad de los tesoros que los visitantes podrán ver en la HS cuando reabra totalmente sus puertas”, explica Madeleine Haddon, comisaria de la muestra, historiadora del arte y profesora universitaria. “Los visitantes saldrán con la idea de que la de la HS es la colección más importante de EE UU en la que encontrar y conocer la rica y diversa herencia cultural del mundo de habla española y portuguesa”.

Haddon sirve de guía por la exposición, mientras subraya un aspecto clave: la necesaria reevaluación de las tradicionales jerarquías estéticas e histórico-artísticas, para englobar, y representar con justicia, a las diversas poblaciones de ese mundo vasto y diverso que habla español. Por eso, junto a los consagrados El Greco, Goya y Sorolla ―hay sendos cuadros de cada uno en la muestra—, destaca la presencia de otras obras maestras, salidas de los pinceles de artistas relativamente desconocidos. Como los dos hermosos cuadros de Miguel Viladrich Vilá, español exiliado en Argentina tras la Guerra Civil, y a cuya importante obra (casi 40 pinturas) el museo ha dedicado una sala entera; las dos pinturas son otra ventana a la diversidad racial de Latinoamérica. O las acuarelas de Pancho Fierro, de las que la HS, que recibió en 2017 el premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional, tiene la mayor colección del mundo.

La interacción entre España y América es a veces tensión, como en los ecos de la colonización (un adorable mapa de las minas de plata de Potosí, de 1585, junto a una delicada pieza de orfebrería, una bandeja de ese material labrada en 1700 en el Alto Perú). O en el encuentro, no siempre cordial, de civilizaciones, como la yuxtaposición de un tapiz bordado de seda, en torno a 1400, procedente de la Alhambra y con motivos geométricos y aljamiados, y un sereno Zurbarán, un retrato al óleo de una santa, realizado más de dos siglos después.

La pintura del siglo XIX español

La interacción no es un juego o un recurso estilístico, sino un diálogo —incluso una dialéctica— que pretende remediar la hegemonía cultural que ha imperado hasta la fecha. Lo hace también resituando o recontextualizando escuelas y épocas, como por ejemplo la pintura española del XIX. “Este periodo quedó orillado [en la historia del arte universal] por el predominio de la pintura francesa en ese siglo, la pintura española parecía, salvo para los expertos, haber pasado de Goya a Picasso sin transición”, explica Haddon, “pero aquí están Anglada-Camarasa, Rusiñol, Zuloaga…”. Una pared entera de la sala ofrece un compendio de lo mejor de la pintura decimonónica española, en el que el tremendismo negro de Gutiérrez Solana opaca los tópicos folclóricos (imágenes de falleras, toreros, una santera) tan del gusto de la época, sobre todo para un coleccionista extranjero como Archer M. Huntington, el erudito y filántropo estadounidense que reunió la colección originaria y que estableció en 1904 la institución.

La Duquesa de Alba, por Francisco de Goya y Lucientes. Foto: Alfonso Lozano

Los gustos de Huntington combinan el afán etnográfico (los tipos y costumbres de la España de finales del XIX) con la exquisitez estética. “En la forja de la colección por Huntington influyó mucho su madre, coleccionista también”, explica la comisaria Haddon ante la que tal vez podría ser la joya de la muestra… si el resto de las obras no lo impidieran: un retrato de la Duquesa de Alba, vestida de maja, pintado en 1797. Identificar ese Goya, igual que el santo extático del Greco, o el delicado y luminoso Después del baño de Sorolla —un autor que es emblema de la institución— no resulta difícil. Tampoco maravillarse de los descubrimientos que ofrece una colección venerable, que ha ido creciendo con los años —la pieza más moderna de la muestra es un Tàpies— y es capaz de dialogar con el futuro.

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