¿Cómo tocamos la tierra?
Para comentar, abordar o intervenir en un paisaje, la chilena Teresa Moller habla de árboles, piedra, agua, recorridos o silencio
Teresa Moller es una proyectista de pocas palabras y gestos radicales. Es más de silencios que de intervenciones. Más de esperar que de actuar. Por eso a la hora de transmitir lo que ha aprendido del paisaje propuso deambular por él. Y eligió hablar mejor de la tierra y el agua, del sol o las piedras que de lo que un paisajista hace con ellos. Un libro sobre esta paisajista chilena escrito por Jimena Martignoni y publicado por Arquine recoge ese recorrido austero y esencial.
¿Cómo tocamos la tierra?...
Teresa Moller es una proyectista de pocas palabras y gestos radicales. Es más de silencios que de intervenciones. Más de esperar que de actuar. Por eso a la hora de transmitir lo que ha aprendido del paisaje propuso deambular por él. Y eligió hablar mejor de la tierra y el agua, del sol o las piedras que de lo que un paisajista hace con ellos. Un libro sobre esta paisajista chilena escrito por Jimena Martignoni y publicado por Arquine recoge ese recorrido austero y esencial.
¿Cómo tocamos la tierra? Mirándola como una oportunidad para generar vida. “En Chile, los modos de tocarla se definen según sus formas rugosas, rebeldes y misteriosas. Se toca siempre con cuidado, pero creando marcas, refugios y miradores que inviten a quien los recorre a saber más del lugar”. También de su vulnerabilidad.
Para Moller la tierra, como “dadora” y contenedora de vida define el lugar. Pero algunas tierras tienen más capacidad para la creación de vida. Por eso el paisaje debe responder siempre a la ecuación costo- beneficio. Para decidir si nos adaptamos o transformamos. Moller trata de convertir los obstáculos en oportunidades. Expone la topografía. No busca aclarar el bosque.
Considera que el agua une y calma. Puede cambiar estados de ánimo. Ayuda a relativizar. El agua, que es, “vida que trae vida” armoniza y equilibra, pero va y viene. Falta y vuelve. Porque es cambio, movimiento y reflejo. Entonces la pregunta es ¿de cuánta agua disponemos? Moller sostiene que el agua precede a la forma. Cuánta se puede generar define la posibilidad de la vida.
En Lo Curro (Santiago de Chile) un doble círculo de piedra recoge el agua que desciende por los desniveles del cerro. Ese círculo recupera el agua, la almacena y también la filtra para el riego. Más lleno o más vacío, el estanque, como un micro-paisaje, cambia con las estaciones del año.
En Punta Pite (Zallapar) frente al océano Pacífico, el paisaje original y la intervención paisajística se solapan. Frente a nuestra breve vida, dice, “la piedra resulta eterna aun sin serlo”. Aquí el paisaje de roca es la esencia y el proyecto de piedra es señal y guía. En la poza, la piedra que emerge del agua se ha convertido en el centro del lugar. Hasta allí conduce el recorrido de piedra. Para Moller la relación con el mar es, de tan íntima, inquietante.
Teresa Moller explica que “estamos vivos porque existen los árboles”. Por eso la copa de un árbol que se asoma al balcón de un apartamento urbano proporciona al ciudadano otra manera de empezar el día. Un árbol es bienestar. Moller describe el bosque original del sur de Chile como húmedo y secreto. Está atravesado de muretes de piedra. Algunos encierran el paisaje del sotobosque. Otros, circulares, recogen el agua. Ella los llama brújulas de suelo porque reflejan el lugar y permiten ubicarse.