Libros del año: votar bien, votar mal
En las listas anuales siempre faltará el título más importante: el que querríamos que le gustara a alguien que ya no puede leer
Una lista con los libros del año no se hace impunemente. Tiene sus consecuencias. Algunas previsibles; otras, menos. Entre las primeras sobresale la que responde a eso que podríamos llamar “doctrina Vargas Llosa”: votar bien, votar mal. Lo importante no es que las elecciones sean libres y limpias como un Excel recién estrenado, sino votar bien. No que haya un jurado amplio y paritario, sin...
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Una lista con los libros del año no se hace impunemente. Tiene sus consecuencias. Algunas previsibles; otras, menos. Entre las primeras sobresale la que responde a eso que podríamos llamar “doctrina Vargas Llosa”: votar bien, votar mal. Lo importante no es que las elecciones sean libres y limpias como un Excel recién estrenado, sino votar bien. No que haya un jurado amplio y paritario, sino votar bien. No que salgan obras firmadas por mujeres que escriben en español, sino votar bien, o sea, por españolas, ¡que el nacionalismo no está reñido con el feminismo! De lo contrario, la paridad es una coartada. ¿No avisaron de que permitir el voto a las mujeres no serviría más que para manipularlas? Un día se acabará con el hambre en el mundo y lo único que conseguiremos es fomentar en Etiopía el voto cautivo. En resumen: “votar bien es votar como… yo”. Los mismos que sostienen que no hay selección fiable porque el espectro de lo publicado es inabarcable se apresuran, abarcadores, a señalar que sobra este título y falta este otro.
Entre las consecuencias imprevisibles de hacer listas las hay más trascendentales. Cuando Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS, publicó hace 10 días su resumen de 2021, el departamento de redes sociales del diario propuso a la redacción que echara una mano a lectores que quieren regalar un libro pero no saben cuál. Entre las consultas que llegaron había muchas curiosas (”sobre el Bilbao de los ochenta″, “con final deslumbrante”, “para alguien que no lee”) y una definitiva: “Que pueda leer a mi papá con alzhéimer”.
Imposible no pensar en el viejo ideal de Peter Handke: escribir algo que a una persona encerrada contra su voluntad no le parezca ridículo. Encerrada incluso en su propio cerebro. Imposible no recordar a Wilde, condenado a dos años por homosexual, leyendo en la cárcel de Reading La isla del tesoro. O a Cosme Delclaux, 232 días secuestrado por ETA, leyendo Pasionaria y los siete enanitos. Alice Munro incluyó en Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio un precioso cuento sobre el alzhéimer que Sarah Polley convirtió en película (Lejos de ella), pero el tema, supongo, diría poco a un enfermo. ¿Qué leerle? ¿Y qué escribir para esa ocasión? No es mal reto para un taller literario. ¿Habrá un libro a la altura de una pregunta así? Yo ya he empezado una lista para dejar a mis hijos. Esta vez votaré bien.