Muere Eve Babitz, irónica cronista del Hollywood más hedonista
La escritora, quien se había retirado públicamente en 1997 tras un accidente, había gozado de una reciente reedición de sus obras
La fotografía que acompaña a este texto muestra a una mujer de 19 años jugando ajedrez con el artista Marcel Duchamp, de 76 años. Era 1963 y se había inaugurado en Pasadena, cerca de Los Ángeles, una retrospectiva del padre del surrealismo y el arte conceptual, quien se había retirado de la escena casi 40 años atrás para dedicarse exclusivamente al ajedrez. Julian Wasser, fotógrafo de Time, propuso a una amiga suya, Eve Babitz, sentarse sin ropa a jugar una partida frente al autor del ...
La fotografía que acompaña a este texto muestra a una mujer de 19 años jugando ajedrez con el artista Marcel Duchamp, de 76 años. Era 1963 y se había inaugurado en Pasadena, cerca de Los Ángeles, una retrospectiva del padre del surrealismo y el arte conceptual, quien se había retirado de la escena casi 40 años atrás para dedicarse exclusivamente al ajedrez. Julian Wasser, fotógrafo de Time, propuso a una amiga suya, Eve Babitz, sentarse sin ropa a jugar una partida frente al autor del Desnudo bajando una escalera. Ella dijo sí y, días después, la pareja escenificó una instantánea legendaria del mundo artístico.
Eve Babitz murió a los 78 el viernes en el hospital de la UCLA. Su hermana menor, Mirandi, ha confirmado que el deceso fue por complicaciones relacionadas con la enfermedad de Huntington, una dolencia que afecta al sistema nervioso. En la fotografía citada, Duchamp estaba a cinco años de conocer la muerte, pero Babitz apenas iba a convertirse en una de las principales cronistas de Los Ángeles durante los años 60 y 70.
Eso no quiere decir que haya sido desconocida antes. Babitz creció entre las colinas de Hollywood entre famosos de la costa oeste de Estados Unidos e intelectuales de paso. Mae, su madre era artista, y Sol Babitz, su padre, era violinista para la orquesta del estudio 20th Century Fox. Igor Stravinsky era su padrino, razones suficientes por las que odió los conciertos desde que era niña, decía la autora. Sus primeros trabajos fueron diseñando carátulas para discos de Atlantic Records de Buffalo Springfield, The Byrds y Linda Ronstadt. Y en su vida amorosa reunió otros nombres del mismo calibre. Entre sus amantes estuvieron Jim Morrison, Harrison Ford, Annie Leibovitz, Ed Ruscha y Steve Martin, entre otros.
Babitz se hizo un nombre llevando al papel, con ironía y sentido del humor, encuentros y reuniones de la farándula. El éxito llegó en 1971 cuando Joan Didion recomendó a Rolling Stone publicar uno de estos ensayos lleno de hedonismo, que después fueron editados y publicados en varios libros que se convirtieron en textos de iniciación para todo recién llegado a la inhóspita ciudad. “Es algo cuando alguien puede hacerte ver belleza donde tú antes solo veías fealdad”, escribe Babitz. Entre estos destacan Eve’s Hollywood (El otro Hollywood) escrito a los 30 años, Slow Days, Fast Company y Sex and Rage.
En uno de los relatos de Eve’s Hollywood, donde mezcla la realidad con toques de ficción, describe cómo pasó horas en una habitación del Chateau Marmont, bebiendo bourbon y comiendo patatas, con un acaudalado heredero petrolero mientras Los Ángeles enfrentaba los disturbios de Watts, en agosto de 1965, cuando un hombre negro de 21 años fue detenido bajo sospecha de conducir ebrio, lo que inició seis días de violencia. En otro, una crónica sobre los taquitos de la Plaza Olvera, una antigua tradición culinaria, sostenía que a veces lo único que necesita una chica que se siente sola en la ciudad es comer comida mexicana con mucha salsa picante. “Al este de Arizona la comida comienza a colapsar”, señala.
En 1997, Babitz salió de un almuerzo dominical y se subió a su escarabajo de la VW. Mientras conducía intentó encender un cigarrillo. La cerilla cayó encendida en su falda que se incendió aparatosamente, lo que le provocó quemaduras de tercer grado en la mitad del cuerpo. Sus piernas y pies se salvaron gracias a unas botas Uggs. Rodó sobre el pasto de una colina de Pasadena para extinguir el fuego. Sin saber qué hacer, regresó al coche y manejó a casa de su hermana, quien llamó inmediatamente a una ambulancia.
El incidente le supuso una quiebra financiera. Sus amigos donaron obra y otros objetos para hacer una subasta de arte en su honor, pero el accidente le quitó las ganas de escribir y la retiró de la vida pública. Poco después se fue a vivir a una casa de retiro y sus posturas políticas comenzaron a recorrerse hacia la derecha hasta terminar siendo simpatizante de Trump.
Babitz no consiguió una fama tan extendida como la de Didion, pero sí la suficiente para lograr un redescubrimiento casi 20 años desde aquel trágico incidente con el cigarro. Este comenzó por un nostálgico perfil en Vanity Fair en 2014. La añoranza por el pasado, especialmente por la década de los 70, es en buena medida responsable del retorno de la autora, que vio antes de morir nuevo interés por su obra, especialmente entre las lectoras milenial. Sus libros se reeditaron y las productoras compraron derechos para adaptar a la pantalla sus aventuras. Hulu trabaja en una serie sobre estas. Todo esto le trajo una bonanza inesperada pues sus seis libros se vendieron cuatro veces más que cuando salieron originalmente.
Este nuevo impulso la llevó a publicar en 2019 una nueva colección de ensayos escritos entre 1975 y 1997. Los tituló I used to be charming (Yo solía ser encantadora), una frase que dijo a un enfermero en el centro de salud donde se trató las heridas. Es también el ensayo principal de su última colección. “La cosa es que esta no fue la primera vez que había estado desnuda y avergonzada en Pasadena”, escribió en un guiño a su encuentro con Deschamps 34 años atrás.
De aquella mañana en el Museo de arte del condado de Pasadena, que Babitz recordó para Esquire en un texto de 1991, dijo que “de todas las cosas que pasan entre los hombres y las mujeres, esa ha sido la más extraña de todas en mi experiencia. Y se hizo más extraña aún. Había choferes en la sala de al lado moviendo cuadros y no podían evitar quedar atónitos”, rememoró Babitz.