Confesiones de fracaso: nueva entrega de las crónicas de Emmanuel Carrère desde el juicio por los atentados de París

Las audiencias han entrado en un período árido en el que hablan los investigadores

Bernardo Bajolet, visto por el ilustrador Sergio Aquindo para 'Le Monde'.Sergio Aquindo (Le Monde).

1. El arbusto conspirativo

Así llaman en el lenguaje policial al bosquecillo siniestro, debajo del bulevar periférico, que fue el penúltimo refugio de Abdelhamid Abaaoud antes del piso okupa de Saint-Denis donde fue abatido por la Raid (Unité Policière d’Intervention). También se les llama “pisos conspiratorios” a los escondrijos de los terroristas. Este adjetivo se ha convertido en un private joke entre los seguidores del juicio. Por ejemplo, el bistrot de la plaza Dauphine donde nos reunimos antes de una audiencia, somos unos cuantos los que lo llamamos el ...

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Capítulo 14

1. El arbusto conspirativo

Así llaman en el lenguaje policial al bosquecillo siniestro, debajo del bulevar periférico, que fue el penúltimo refugio de Abdelhamid Abaaoud antes del piso okupa de Saint-Denis donde fue abatido por la Raid (Unité Policière d’Intervention). También se les llama “pisos conspiratorios” a los escondrijos de los terroristas. Este adjetivo se ha convertido en un private joke entre los seguidores del juicio. Por ejemplo, el bistrot de la plaza Dauphine donde nos reunimos antes de una audiencia, somos unos cuantos los que lo llamamos el “café conspirativo”: “A las 11.30 en el café conspirativo, ¿de acuerdo?”. Estas bromas no las hacen sólo periodistas propensos al humor negro, sino partes civiles, exrehenes del Bataclan, un grupito informal de personas que tienen en común asistir todos los días porque el Viernes 13 les parece tan adictivo como una serie. Sin embargo, desde hace una semana hay que estar realmente enganchado para venir a diario.

Hemos entrado en un período árido del juicio en el que intervienen investigadores de la DGSI, de la DGSE (Direction Générale de la Sécurité Extérieure), de la policía belga, que evidentemente tienen cosas interesantes que decir, pero a los que escuchamos, para su seguridad, protegidos por el anonimato, es decir, en videoconferencia y con la cara pixelada. Para animar la cosa, un Power Point aparece a veces en la pantalla. En los bancos de la prensa, los colegas suspiran. A los que conocen bien el sumario no les enseñan nada. Ni siquiera yo aprendo (casi) nada nuevo, porque he leído con atención dos libros que cuentan las mismas historias de espionaje y contraespionaje, pero que las cuentan mejor: La Cellule (Les Arénes), novela gráfica de Soren Seelow, el especialista de terrorismo de Le Monde, y Les espions de la terreur (Harper Collins), de Matthieu Suc, periodista de Mediapart. Recomiendo los dos.

2. La gendarmería de Vesoul

He preguntado a Matthieu Suc si había oído en el estrado algo que no estuviese ya en su libro, publicado en 2018. “Sí”, me ha respondido, “el testimonio de Bernard Bajolet, por entonces el jefe de la DGSE”. “A Bajolet, un sexagenario de color gris muralla que podría ser el modelo de Jean-Pierre Darroussin en Oficina de infiltrados, no le gusta la luz, como buen maestro de espías. No obstante, ha comparecido en persona y a cara descubierta. A la pregunta sobre su domicilio, responde: “La gendarmería de Vesoul, digamos”. Comprenda quien lo comprenda, nos hemos reído, pero la continuación no era tan graciosa. Lo que él cuenta sin rodeos y sin escabullirse es que sus servicios la cagaron.

Desde principios de 2014, se sabe que Europa y en especial Francia sufren la amenaza de los atentados masivos y organizados, y conocemos a varios de los futuros terroristas: a seis o siete, dice fríamente Bajolet, de los diez miembros del comando. Han seguido de cerca la carrera de un pequeño yihadista belga, Abdelhamid Abaaoud, que se hizo célebre por un vídeo donde se le ve, muerto de risa, al volante de un 4x4, arrastrar por el polvo a una decena de infieles, antes de jugar al fútbol con una cabeza decapitada. Esta proeza le valió galones.

De la brigada de los inmigrantes, una banda de sádicos franco-belgas jóvenes que opera por la zona de Alepo, pasó a la Copex, la célula del Estado Islámico que se dedica a las operaciones terroristas en el extranjero. Fuertemente estructurada y jerarquizada, la Copex, cuyo organigrama detallarán los agentes 948SI y 1310SI, la dirige un tal Oussama Atar —el hermano de Yassine Atar, que está en el banquillo de los acusados—, pero es Abaaoud el que recluta y forma a los candidatos para las operaciones suicidas que se preparan en Europa.

Los servicios franceses y no sólo los franceses lo saben tan bien que en enero de 2015 se juntan cuatro —con la policía belga, la CIA y el Mossad— para trincarlo en Atenas, acordonando un barrio entero. Pero no lo atrapan y a partir de entonces Abaaoud desaparece de los radares y no se le volverá a ver hasta el 16 de noviembre de 2015, primero en el arbusto y luego en el piso conspirativo de Saint-Denis. La DGSE y la DGSI (cuya buena relación, según Matthieu Suc, Bajolet exagera un poco) concuerdan en pensar que está en algún lugar de Siria y en esperar que una bomba acabe cayéndoles encima. Nadie duda de que Abaaoud coordina el regreso a Europa de los miembros del futuro comando, a los que Salah Abdeslam va a buscar en coche, de tres en tres, a Viena o Budapest.

Nadie presta mucha atención al testimonio de un retornado que, detenido en agosto de 2015, explica muy claramente lo que Abaaoud se dispone a hacer: “Elegir un objetivo fácil, donde haya gente. Un concierto, por ejemplo. Y lo que puedo decirles es que va a suceder muy pronto”. Total, un fracaso en toda la línea que Bajolet reconoce con una sinceridad triste, bastante impresionante. No se dirá lo mismo de los investigadores belgas, que no lo han hecho mejor, pero que esquivan las preguntas, desvían las responsabilidades —”Ah, eso no, no era mi servicio, los colegas se lo explicarán mejor que yo...”, y no han tenido el valor de comparecer físicamente en el juicio. La seguridad lo impone, alegan sus jefes, salvo que no denotan el mismo pudor para mostrarse en la televisión belga. Resultado: hayan tomado la decisión ellos mismos o por consejo de sus abogados, cinco de los acusados han anunciado que tampoco comparecerán ellos. Así pues, los debates continúan ante la mitad vacía del banquillo.

3. Cinco sillas vacías

Es un auténtico problema que unos acusados se nieguen a personarse. Tienen derecho a negarse, no se les puede obligar, pero además de que así pierden parte de su interés, la situación prolonga notablemente la audiencia. Ellos se niegan, se hace constar en acta, se suspende la sesión. Se les conmina a volver, se suspende la audiencia. Se les envía a un agente judicial para decirles lo que ha ocurrido en su ausencia, suspendida la sesión. Etc. Voy con pies de plomo a causa de la presunción de inocencia, pero de todos modos no se puede decir que los cinco acusados —Salah Abdeslam, Mohamed Abrini, Sofien Ayari, Osama Krayem y Mohamed Bakkali— que, al igual que Klaus Barbie en otra época, han optado por la política de la silla vacía, son los peces más gordos de este juicio. Se puede debatir sobre su grado de implicación en los atentados del Viernes 13, pero no sobre su condición de terroristas. De modo que en el banquillo sólo quedan los subalternos, los que tienen posibilidades de no salir demasiado mal parados penalmente y que por este motivo se tientan la ropa. Y luego están los tres que no se sientan en el banquillo sino delante del mismo porque comparecen libres, bajo control judicial.

Esos tres me intrigan. Les miro, sentados en fila. Tienen un aire de perros apaleados, de alumnos que han suspendido. Si uno le habla al otro, en voz baja, el tercero alarga el cuello, temeroso de quedar al margen. A veces se ríen. Toman notas. Llegan y se van como nosotros. Un día la audiencia empezó con retraso porque para empezar es preciso que todos los acusados estén presentes, y faltaba Hamza Attou. Todo el mundo le esperaba. Contrito, explicó que no era culpa suya, que el metro se había bloqueado entre dos estaciones. “Por esta vez pase”, dijo el presidente, con esa actitud de director paternalista que a veces le hace tan amable, “pero en adelante tome precauciones”. Cuando lo escuchamos contar su vida, durante el interrogatorio de personalidad, no te quedan ganas de ser malo con Hamza Attou. Ni tampoco con Ali Oulkadi y Abdellah Chouaa. Estos tres, desde luego, no son unos santos, pero sólo figuran en el sumario de un modo colateral y me pregunto cómo viven la espantosa mala potra de verse al lado de terroristas peligrosos en este juicio gigantesco que contempla el mundo entero. Qué vida llevan durante estos nueve meses. Dónde viven, qué temen y qué esperan, qué les dicen a sus familias. Sí, me lo pregunto y si me atreviera me gustaría preguntárselo a ellos.

© ‘L’obs’. Traducción de Jaime Zulaika.

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