Jaume Plensa planta su nueva obra frente a Manhattan: “La belleza es un arma cargada de futuro”
La gigantesca escultura de una niña que invita al silencio a orillas del Hudson en Nueva Jersey es la primera de las tres obras que el artista barcelonés inaugurará en un mes en Estados Unidos
Tras el largo invierno de la pandemia, el otoño que se abre ante Jaume Plensa (Barcelona, 66 años) no puede ser más esplendoroso. En poco más de un mes, el artista inaugurará una escultura gigante en un nuevo paseo fluvial de Nueva Jersey; una exposición en una galería de Nueva York con obra creada durante el confinamiento, y un enorme relieve que servirá de entrada a un parque-museo de Grand Rapids (Míchigan). De todas esas obras, la niña mimada bien podría ser Carlota, el retrato de 24 metros de altura que desde este jue...
Tras el largo invierno de la pandemia, el otoño que se abre ante Jaume Plensa (Barcelona, 66 años) no puede ser más esplendoroso. En poco más de un mes, el artista inaugurará una escultura gigante en un nuevo paseo fluvial de Nueva Jersey; una exposición en una galería de Nueva York con obra creada durante el confinamiento, y un enorme relieve que servirá de entrada a un parque-museo de Grand Rapids (Míchigan). De todas esas obras, la niña mimada bien podría ser Carlota, el retrato de 24 metros de altura que desde este jueves inspirará sosiego en una antigua dársena de Newport (Nueva Jersey), justo enfrente de Manhattan. “La pieza ha generado el lugar, y eso es muy importante”, cuenta Plensa sobre el emplazamiento de su última criatura.
La instalación se llama El alma del agua y es bien visible tanto desde la megalópolis como desde el nuevo polo de desarrollo urbanístico donde se alza, en un Estado, el de Nueva Jersey, maltratado y necesitado de belleza. Fue un encargo, hace tres años, del grupo inmobiliario que ha urbanizado una franja antes degradada del litoral del río Hudson. “Aquí antaño llegaban las mercancías; estamos en el continente, no como en Manhattan, que es una isla. Y El alma del agua, además de un modo de honrar al agua como hacían las tribus antiguas, es una forma muy radical de introducir belleza en el día a día de la gente. Porque la belleza transforma, es un arma cargada de futuro”, dice el artista, parafraseando el verso de Gabriel Celaya.
De las dificultades técnicas que rodearon la génesis y el montaje de la obra, cabe hacerse una idea si se tiene en cuenta que las piezas de Carlota llegaron a Nueva Jersey en 23 contenedores, cada uno de 12 metros de largo. “He trabajado con ingenieros de Barcelona, Nueva York y Nueva Jersey, fabricarlo ha sido tecnológicamente un proceso muy trabajoso, y la pandemia lo complicó”. Pero los sinsabores ya forman parte del pasado ante la emoción de verla nacer, ya patrimonio de todos, a la vera del río.
“Quería rendir homenaje al agua, invitar a escuchar su sonido, porque siempre miramos al horizonte, al cielo, pero ignoramos la profundidad del agua”, explicaba a este diario el martes Plensa, ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas en 2012, junto a la escultura, que reproduce el rostro de una niña real, llamada Carlota, cuya imagen escaneó y forjó en resina, fibra de vidrio y polvo de mármol, y a la que ha retratado con el dedo índice en los labios, como pidiendo silencio. “No está mandando callar a Manhattan, sino invitando al sosiego. Generar quietud para desarrollar nuestras ideas”, apunta el creador, gran defensor del silencio. Gracias al óxido de calcio que la recubre, “el más neutro de los colores”, Carlota absorbe todas las luces y las sombras del cielo y los reflejos de este en el Hudson, devolviéndolos con una potencia nueva.
Especie de “mascarón de proa”, Carlota es, como otras obras suyas ―como Julia, instalada en la madrileña plaza de Colón―, “una invitación a mirar, a estar, a encontrarse; creo mucho en la reflexión”. “Siempre he intentado que la escultura cree un lugar, y sobre todo en un espacio público como este, nuevo. El arte es una excusa para generar una expectativa. En este caso, la pieza ha generado el lugar”, subraya, recurriendo a un ejemplo esclarecedor sobre la capacidad demiúrgica del arte. “El arte es claramente arte en una galería como la Lelong [de Nueva York, donde expondrá su obra], porque los visitantes, coleccionistas, estudiantes, aficionados, saben que lo es… Pero en un espacio público como este has de empezar por definir el contexto, por eso digo que Carlota ha generado el lugar. Es como lanzar un mensaje en una botella”, dice Plensa, que habla con imágenes llenas de poesía, un género al que es muy aficionado.
La exposición que inaugurará el próximo 29 de octubre en la galería neoyorquina también se vio entorpecida por la pandemia. “Afortunadamente pude seguir trabajando durante el confinamiento, y ahora me siento aún más satisfecho de estar aquí, es mucho más emocionante, pero el proyecto inicial de la muestra también fue pospuesto y por eso ahora puedo presentar obra nueva, más intimista y personal”, salida de un acontecimiento “para el que no estábamos preparados”, la pandemia. La diferencia entre El alma del agua y Nest, el título de la muestra en la galería, estriba, vuelve a recordar Plensa, en el espacio que las acoge: “En un museo o galería mi trabajo es asunto mío, soy yo como individuo; eso permite ir un poquito más lejos en tus planteamientos”. En torno a El alma del agua, en cambio, todo está abierto a la interpretación y al diálogo, como la interlocución que establece con el entorno ―también con la opuesta fachada neoyorquina― y con sus habitantes. “En un espacio público estoy en la casa de otros”, recalca.
Este otoño Plensa atesora alegrías. A finales de septiembre inauguró en Londres WE, una instalación de una figura humana como un juego de espejos, que será obra permanente en un dinámico distrito londinense. En noviembre será el turno de Utopía, la mayor obra para interiores creada por Plensa, un enorme relieve de mármol blanco, “de 26 metros por 26″, que servirá de vestíbulo al centro de visitantes del Parque Frederik Meijer, una colección de esculturas al aire libre en la localidad de Grand Rapids. “Estados Unidos me ha acogido siempre muy bien”, subraya. Un Plensa un poco animista, “como las tribus que honraban el alma del agua”, se despide de su criatura, porque “ahora necesita asentarse, después de un arduo proceso de creación. Y fluir, como el agua, porque todo fluye”. Heráclito y el espíritu de los viejos indígenas, convidados a celebrar el agua y sus sonidos.