Fatima Daas: “No quiero salir del armario para no perder a mi madre”

La nueva revelación de la autoficción francesa se reivindica en su debut, ‘La hija pequeña’, como musulmana practicante, pero también como feminista y lesbiana

La escritora francesa Fatima Daas, la semana pasada en París.

Se llama Fátima, como la hija de Mahoma, madre de los jerifes. “Mi nombre es el de un personaje sagrado del islam. Un nombre que debo honrar. Un nombre que he ensuciado”, escribe en La hija pequeña, el relato con el que esta autora de 26 años, descendiente de inmigrantes argelinos que creció en la periferia de París, se convirtió en la gran revelación de las letras francesas del año pasado. En el libro, que acaba de publicar Cabaret Voltaire en castellano, Fatima Daas se reivindica como musulmana practicant...

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Se llama Fátima, como la hija de Mahoma, madre de los jerifes. “Mi nombre es el de un personaje sagrado del islam. Un nombre que debo honrar. Un nombre que he ensuciado”, escribe en La hija pequeña, el relato con el que esta autora de 26 años, descendiente de inmigrantes argelinos que creció en la periferia de París, se convirtió en la gran revelación de las letras francesas del año pasado. En el libro, que acaba de publicar Cabaret Voltaire en castellano, Fatima Daas se reivindica como musulmana practicante, pero también como lesbiana y feminista.

“Necesitaba decir cosas que me había callado durante mucho tiempo sobre mi relación con la fe, con el islam, con la homosexualidad”, relata la autora, sentada en un banco del parque de Buttes-Chaumont, el más escarpado de París, a dos pasos del estudio donde vive con su compañera. “Aun así, no es un diario íntimo, porque quería autorizarme una parte de ficción. No tengo 29 años ni tampoco dos hermanas, como sucede en el libro. Pero sí soy la mazoziya, la hija pequeña”. Su verdadero nombre ni siquiera es Fatima Daas, un alter ego literario que le sirve para relatar su interioridad sin exponerse en exceso. “Entregar mi vida al lector no me interesaba porque, para mí, escribir no tiene esa función. Lo que sí es autobiográfico es el sentimiento de no estar en el lugar adecuado”.

Sus padres no leerán el libro: “Mi padre es analfabeto y mi madre prefirió mantenerse a distancia”

Daas cita a una pionera de la autoficción como Annie Ernaux, pero también al rapero Kendrick Lamar, como referentes. Una sinceridad cruenta corre por sus páginas, elogiadas por otra amante de la escritura feroz como Virginie Despentes, que llega a compararla con Proust y Barthes en la contraportada. Pero también por el pudor propio de quien sabe a ciencia cierta que su familia no aprueba su manera de vivir. “Si lo leyera mi madre, perdería la cabeza”, admite. Pero sabe que sus progenitores no lo harán. “Mi padre es analfabeto y mi madre prefirió mantenerse a distancia”.

Durante mucho tiempo, Daas creyó que terminaría en el infierno. Ahora ya no: “Mi relación con Dios no está fundamentada en el miedo, sino en el amor. La religión ocupa un lugar central en mi vida, pero no es algo que me limite. Al revés, me construye y me hace crecer”. La autora reza cinco veces al día “a la hora que toca”, come productos halal —procedentes de animales sacrificados según los ritos del Corán— y, aunque no luzca el velo, no descarta hacerlo en el futuro. Pese a todo, su visión de la religión es menos ortodoxa que la de su familia. “Me inculcaron la ejemplaridad, pero no soy perfecta. He aceptado decepcionar a mis padres y no ser la hija que ellos hubieran querido”, asegura.

La fe y la homosexualidad se manifestaron a la vez. Se volvieron “evidentes” cuando cumplió 17 años. “Fue un momento de puesta en duda de mí misma en que sucedieron varias cosas: me puse a escribir, entendí que era lesbiana y empecé a formularlo usando esa palabra. Y, sobre todo, entré en comunicación con Dios. Un día fue como si estuviera sentado a mi lado. Hasta entonces, solo había hecho ver que creía”, recuerda.

“Me hacían escoger entre ser musulmana y ser lesbiana. Yo no quiero elegir una sola de mis identidades”

Tras la publicación del libro, en septiembre de 2020, Francia la convirtió en portavoz de esos invisibles que no siempre tienen derecho a pedir la palabra. ¿Se sigue sintiendo inaudible, ahora que se la escucha tanto? “Sería deshonesto decir eso, porque he hablado mucho en los últimos meses. Y, a la vez, cada vez que me dejaban hablar sentía que me estaban tendiendo una trampa”. Se refiere a la fijación mediática con el islam y al uso de declaraciones algo intempestivas que fueron sacadas de su contexto, según opina, con la única intención de estigmatizarla. “Me hacían escoger entre ser musulmana y ser lesbiana, y yo no quiero elegir una sola de mis identidades. No hace falta que la Francia liberadora dé lecciones a esta pequeña magrebí”, se rebela.

El más polémico de estos titulares uno en el que afirmó que la homosexualidad era “un pecado”. “Nadie se quedó con la segunda parte de la frase, en la que yo misma me reconocía como pecadora”, protesta. “Como creyente no puedo negar que lo sea, como lo son la mentira o el adulterio. Pero eso no quita que sea crítica con mi religión: ejercer de pecadora ya es una crítica al propio pecado. Los homosexuales musulmanes no tuvieron ningún problema con esa afirmación, como tampoco los católicos y los judíos. Ellos entendieron lo que quería decir”, argumenta Daas.

Otra de sus opiniones más controvertidas es la de rechazar la salida del armario como rito de paso obligatorio para cualquier joven LGTBIQ. “Existe una presión insoportable para que todo el mundo lo haga, cuando todo el mundo no corre los mismos riesgos”, sostiene. “Nunca he tenido la idea de llegar a mi casa y decir que soy lesbiana. No quiero hacerlo, porque perdería a mi madre. Uno no puede arrojar esa información a alguien que no está listo para escucharla”.

“Como creyente no puedo negar que la homosexualidad es un pecado, como la mentira o el adulterio. Pero eso no me impide ejercer de pecadora”

Un capítulo del libro recuerda otro episodio traumático: su agresión a un compañero de clase “pálido, blanco, afeminado” a la hora del recreo. Cuando lo vio desaparecer, le dieron ganas de pegarse un tiro. “Entendí, por primera vez, que estaba atacando a alguien que simbolizaba lo que yo quería ser”. Hace poco, dio con él en Instagram. Todavía no se ha atrevido a pedirle perdón. “Tengo que encontrar el valor de escribirle y mandarle mi libro”, añade Daas, que espera encontrar así la paz consigo misma y con los demás.

La escritora, que estos días intenta terminar un segundo libro que será “menos autobiográfico”, se define como feminista interseccional: aboga por una lucha común entre colectivos que son víctimas de distintos sistemas de opresión. “Existe un gran miedo a que esas personas que estaban calladas tomen la palabra y hablen entre ellos”, opina Daas, consciente de que esas fuerzas son poderosas: hasta Emmanuel Macron llegó a afirmar que “la lógica interseccional fractura la sociedad”. A ella, que creció en Clichy-sous-Bois, el suburbio donde empezaron las revueltas de 2005, la hace reír que los guetos solo molesten cuando los conforman las minorías. “¿Se ha fijado en que nadie se hace esas reflexiones al pasear por un barrio del centro en el que solo vivan blancos burgueses y heterosexuales? Supongo que solo quieren que volvamos a callarnos, pero eso no va a suceder”. Palabra de mazoziya.

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