La perspectiva Battiato

Los amigos y colaboradores del músico descifran el testamento de un artista enigmático que vivió siempre acorde a sus creencias y creó sus últimas obras pensando en el más allá

Franco Battiato, en el estudio de su casa de Milo (Sicilia), en 1996.Luciano Viti (GETTY)

El día en que murió Franco Battiato, el Etna se activó por el lado opuesto a la ladera donde él vivía y llenó el cielo de ceniza rosada. El músico se mudó aquí cuando descubrió que un amigo de Silvio Berlusconi había ganado las elecciones de forma fraudulenta en Catania, la ciudad italiana donde dio los primeros pasos y cuyo horizonte puede verse desde la pendiente del jardín de tierra volcánica. Justo ahí, alrededor de la iglesia desconsagrada que mandó reconstruir hace años, se reunieron la mayoría de sus amigos y familiares para despedirle el miércoles en una ceremonia —de rito católico, pero sin misa— en la que leyeron algunos versos y escucharon la homilía de un sacerdote que le acompañó en el último tramo del tránsito que inició cuando, unos cinco años atrás, le fue detectada una enfermedad irreversible. Para muchos fue una sorpresa. Si uno revisa ahora su obra, en realidad, había dejado escrito casi todo sobre aquel pasaje.

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Battiato se había marchado a las 5.30 del día anterior, en ese claroscuro donde el alba es tan difícil de percibir entre las sombras, como cantaba en Perspectiva Nevski (Patriots, 1980). La enfermedad apretó de repente. Le apartó de la música. El coronavirus, también de algunos de sus allegados. En los últimos tiempos pensó mucho en san Juan de la Cruz y en santa Teresa de Ávila y en ese camino del sufrimiento, como recuerda su íntimo amigo y manager, Francesco Franz Cattini. No debió de ser un tránsito fácil. Pero ninguno de los ocho íntimos que dan su testimonio para este reportaje lo recuerda con tristeza. Estaba completamente preparado, señalan. “Lo vivió con serenidad y se fue con una sonrisa”, recuerda Franz, con quien grabó todos sus discos desde el año 2000 y viajó a Irak en 1992 para hacer un histórico concierto humanitario.

Franco Battiato en 1988.Rino Petrosino (Getty)

Su representante siguió acompañándolo a todos los conciertos hasta su última gira en 2017, cuando decidió dar un paso al lado y comenzar a prepararse para ese viaje hacia el otro lado para el que había estudiado toda una vida. Se advertía en La porta dello spavento supremo (2004). O en el documental que grabó y tituló Atravesando el bardo (miradas desde el más allá) en 2014. También escuchando atentamente el tema Testamento, del álbum Ábrete Sésamo (2012), el último que compuso con canciones nuevas y que cantaba aquello de: “No nos hemos muerto nunca, no hemos nacido jamás”. Quería, como él dijo una vez en una entrevista, que este paso definitivo estuviera “bien calculado”.

Los últimos tiempos los pasó con su hermano Michele y su sobrina Grazia, herederos de su obra, que se mudaron a su casa de Milo. Escuchaba música clásica en la radio y en la televisión. Nada de pop. Jamás sus discos. Pocos libros, menos lecturas de las que solía. Había incluso dejado de meditar después de visitar hacía algo más de tres años antes a su referente Willigis Jäger, que le confesó que también había abandonado el ejercicio. El padre Guidalberto Bormolini, sacerdote de larga experiencia en misión en la India, especialista en acompañamiento a la muerte, estuvo cerca de él en los últimos años y ofició la ceremonia del miércoles: “Rezábamos por la noche al teléfono. Estaba muy preparado para este viaje. Le pregunté cuando ya estaba enfermo si tenía miedo o preocupaciones que le pesaran. Siempre me dijo que no, que estaba listo para todo porque había hecho su vida. Lentamente hablaba menos, pero hasta que pudo hacerlo afrontamos estos temas. Sentía que había cumplido su misión. Y cumplir una misión es el modo más sereno para dejar esta vida. La muerte no es un drama, es solo una posibilidad”.

La pintura fue su último canal expresivo en ese trámite. Recibía visitas de los amigos, como el joven y talentoso músico siciliano Giovanni Caccamo, que solía sentarse a tocar su piano de media cola y charlaba con él. La última vez fue en abril, pero hacía mucho que se conocían. “Fue en 2012. Nadie creía que podía vivir de mi música, ni siquiera mi madre. Una amiga me dijo que Franco había alquilado una casa en Donnalucata (en Ragusa). Me escondí cuatro horas detrás de un árbol y cuando salió me acerqué a él. ‘¿Qué lleva ahí. ¿Un compacto? Démelo, venga. Adiós’, me dijo muy seco”. Al cabo de unas horas tenía cuatro llamadas perdidas. A Battiato le había gustado y le produjo su primer disco. “Fue un mentor para mí”. Caccamo, que ganó en San Remo, como su maestro en 1981, leyó un poema en la ceremonia que había escrito la noche antes.

La despedida reunió a unas 70 personas. Algunos recitaron fragmentos de L’ombra della luce, otra obra profética sobre los albores de la muerte. “Difendimi dalle forze contrarie. La notte, nel sonno, quando non sono cosciente. Quando il mio percorso si fa incerto. E non abbandonarmi mai. Non mi abbandonare mai”. Francesco Messina, compañero íntimo, escudero de viajes físicos y espirituales, autor de las portadas más emblemáticas del músico, recuerda algunos de esos textos. “El centro de todo era el sentido de la vida y el sentido de la muerte. Eso es lo que ha juntado a todos los viejos amigos de Franco. El miércoles sucedió algo en lo que me gustó participar. Sentí que Franco había conseguido reunir a personas en nombre de algo que él repetía mucho: el amor como fuerza originaria”. Una idea que repite también en Le nostre anime (2015), con una voz que quizá ya no era la más transparente, marcada por algunos sufrimientos. “Nuestras almas buscan otros cuerpos en otros mundos donde no hay dolor. Solo paz. Y amor, amor”, cantaba. “Ese creo que fue exactamente su foco, el objetivo de su búsqueda”, recuerda su amigo.

Su manager publicó una esquela el miércoles en Il Corriere della Sera. “Gracias por lo que me has enseñado. Por lo dicho, y sobre todo, por lo no dicho”. Los silencios de Battiato eran antológicos, cuentan sus amigos. Si seguías su argumento, bien. De lo contrario, veías partir al personaje con su inteligencia desbordante y su intuición. En los últimos años, sin embargo, no tenía ganas de mucho. Su proyecto de película sobre Händel, su compositor favorito, se quedó a medias, pese a que ya lo tenía escrito y había estudiado durante ocho años la vida del músico. Tenía incluso escogidas las músicas sobre las que se sobrepondrían las imágenes. “No son días tristes, porque Franco ha dejado este mundo con una sonrisa. Y lo digo realmente. Estaba sereno y preparado. Primero porque llevaba muchos años enfermo, y sabía que sucedería. Pero también porque ha pasado toda una vida preparándose para esa separación. Y lo ha hecho tal y como lo transmitió en sus canciones, es extremadamente coherente con lo que es él. Con la invitación al viaje que siempre nos propuso, considerando que la existencia tiene un principio y un final. Pero es un viaje que puede volver a empezar, porque él creía en la reencarnación”, explica Messina.

Battiato, siguiendo la enseñanza de Gustav Klimt o Andrei Rublev, siempre quiso que se prestase más atención a su obra que al personaje que encarnaba. Pero el magnetismo de su figura, un enorme misterio andante que transitó el sinuoso camino de la vanguardia hasta el pop, era irresistible a esa curiosidad. Incluso cuando se ha ido. Stefano Senardi, quien fue presidente de PolyGram y arrebató al músico a EMI después de 30 años para grabar con él tres discos (L’Imboscata, Gommalacca y Fleurs), cree que siempre tuvo que ver con esa manera de reflejar a su público ante el espejo de su obra. Incluso a quienes nunca tuvieron un gramo de espiritualidad en la sangre. “Es casi inexplicable que tanta gente le amase teniendo gustos distintos, edades, religiones o extracción cultural… Y eso es algo misterioso y único. No conozco otros cantantes de música popular que hayan transmitido a todo su público de una manera distinta. La facultad de poder amarle partiendo de presupuestos culturales opuestos es fascinante. Todo el mundo podía hacerse suya una canción, en un modo democrático y profundo insólito. Incluso quienes le habían escuchado ligeramente, de pasada, en una radio. Pero siempre ha dejado una marca profunda en todos”.

La última voz de Battiato quedó registrada en 2018. El músico llamó a su amigo y legendario técnico de sonido, Pino Pischettola, conocido en el sector como Pinaxa. Apenas le quedaban fuerzas. Especialmente después de dos caídas con roturas de fémur que le dejaron muy tocado. Había hecho una gira un año antes con la Royal Philharmonic, así que usaron algunos de los arreglos grabados y lanzaron Torneremo ancora, el último tema que tenía escrito en un cajón. Más recitado que cantado, la voz no daba para tanto ya. “La vida no termina. Es como el sueño. El nacimiento como el despertar. Hasta que no seamos libres, regresaremos todavía”, decía. “Grabamos la voz y la guía de la orquesta con un teclado, y luego la orquesta, en Londres”, recuerda Pinaxa. “Hizo siempre lo que quiso hacer, con una libertad absoluta. Cuando hacía los discos pensaba solo en la música, no en lo que podría venir luego. Y eso puede ser una gran inspiración para los jóvenes. En la música hay espacio para todos”.

El vídeo de aquella canción fue un encargo al artista Giuseppe La Spada. Battiato ya no estaba bien, pero trabajaron a distancia. Las imágenes, cuenta el realizador, están grabadas en Sicilia: en el Etna y Argimusco, un lugar donde todavía quedan algunos megalitos de la Edad del Bronce. “Era un lugar donde Battiato iba mucho, sitios con una gran carga espiritual. La idea era buscar espacios no contaminados por el ser humano, donde empezar viajes, transmigraciones de las almas. Él habla en el texto de ese sentido de la no permanencia. Todo el mundo sabe que esa canción es un testamento. Y el volcán es un lugar donde la vida se regenera”. Quizá por eso el cielo de Milo estaba cubierto de ceniza el miércoles.

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