Javier Abásolo, el ministerio de difundir la cultura en España
Su desaparición refleja el fin de una época ideológica y vocacional de la edición
La reciente desaparición de Javier Abásolo, que fue director y alma de la editorial Siglo XXI de España, es otro de los síntomas del fin de una época de la edición en España; una época en la que el componente ideológico y cultural tenía un peso social y vocacional en la estructura de la industria editorial. Eran tiempos en que la idea de difusión cultural estaba unida a la de difusión comercial y se procuraba un equilibrio entre ambas opciones en algunas de las editoriales más relevantes, Siglo XXI entre ellas. El componente ...
La reciente desaparición de Javier Abásolo, que fue director y alma de la editorial Siglo XXI de España, es otro de los síntomas del fin de una época de la edición en España; una época en la que el componente ideológico y cultural tenía un peso social y vocacional en la estructura de la industria editorial. Eran tiempos en que la idea de difusión cultural estaba unida a la de difusión comercial y se procuraba un equilibrio entre ambas opciones en algunas de las editoriales más relevantes, Siglo XXI entre ellas. El componente ideológico de Siglo XXI y su dedicación mayoritaria al libro de no ficción ocuparon un sector significativo dentro del pensamiento crítico. Javier Abásolo falleció a los 85 años el pasado 30 de abril mientras dormía en su casa, informó su familia.
Siglo XXI procede de la expulsión de un gran editor americano, Arnaldo Orfila, del prestigiosísimo Fondo de Cultura Económica de México. En solidaridad con Orfila abandonaron la nave del Fondo muchos profesionales y autores de la casa, entre ellos, Javier Pradera, entonces director del Fondo de Cultura en España, que pasó a encabezar con José Ortega Spottorno la fundación de Alianza Editorial, a la que se incorporaría como responsable literario Jaime Salinas, procedente de la mítica Seix Barral de Carlos Barral. La lealtad a Orfila hizo que Javier Pradera se ocupara de reunir a un grupo de intelectuales españoles como José Ramón Recalde, Clemente Auger, Juan Benet, Daniel Zarza, José Luis Aranguren, Manuel Varela o Fernando Claudín para constituir el consejo editorial. Entre ellos estaba Javier Abásolo, que fue el hombre de confianza del consejo para ser designado director de la editorial, en aquel entonces situada en los bajos de un edificio de la calle de Arturo Soria. La editorial adquirió bajo su dirección un prestigio notable. En la segunda mitad de los años noventa, la editorial, ya instalada en un edificio propio y con un catálogo de verdadera importancia, empezó a sentir el peso de una estructura desproporcionada y Javier Abásolo fue sustituido por Faustino Lastra, quien vino de México para sanear las cuentas y acabó haciendo un inevitable expediente de regulación de empleo que Javier no estaba dispuesto a sellar y que dejó la editorial reducida a mínimos. Posteriormente fue adquirida por la Editorial Akal, de semejante corte ideológico.
Javier Abásolo era un trabajador incansable y tenaz. Hombre de extrema honestidad personal, de gran sensibilidad y formación, realizó estudios en el seminario hasta que se secularizó como tantos otros como él en aquellos momentos, varios de los cuales pasaron a prestar sus servicios en el mundo editorial debido a sus excelentes formación y disciplina. Su actitud como editor fue ejemplar, pues, convencido de que en una casa editorial lo esencial es el catálogo, es decir, los autores y los libros, se colocó detrás ellos, no delante, y se puso a su servicio.
Además de su dedicación a la editorial, en la que trabajaba hombro con hombro con el resto del personal, tenía la virtud de la humildad, que, en un mundo tan vanidoso y exhibicionista como el de la edición, lo convirtió en una rara avis dedicado ante todo a dar a conocer un pensamiento crítico y ensayístico riguroso a los lectores españoles, campo en el que su aportación fue una tarea casi heroica. Bajo su dirección, la editorial estableció su prestigio con las dificultades propias de una editorial de esta clase. Finalmente, en desacuerdo con la gestión que le fuera impuesta, dimitió de su cargo y abandonó, no sin dolor, la editorial a la que había dedicado todos sus esfuerzos, retirándose a Guarnizo, en Cantabria, aunque volvió a Madrid posteriormente.
Cada viernes, al término de la jornada laboral, varios amigos, todos pertenecientes al mundo de la edición, solíamos reunirnos en un restaurante popular del barrio para almorzar y cerrar el trabajo y, con el mejor y más cáustico humor, prepararnos para desconectar el fin de semana. Allí nos encontrábamos con la gente de Siglo (Ludolfo Paramio, Eduardo Rivas y Javier), los que venían de Alianza (Pradera y Quico Cortina), y yo mismo (Taurus) y algún asistente ocasional. Aquellos fueron los días más memorables de nuestra común amistad. Javier Abásolo, mitad monje, mitad guerrero de infantería, fue una persona absolutamente entrañable y un hombre de bien, dotado de una inteligencia poco común que aplicó concienzudamente a la difusión de la cultura, en un país que no estaba sobrado de ella, y al cultivo de la amistad.