El arte contemporáneo de Marruecos cruza el Estrecho
El Museo Reina Sofía organiza una ambiciosa exposición sobre la efervescencia cultural del país desde su independencia hasta la actualidad
Buena parte de la obra de André Elbaz cabe en 184 urnas funerarias. El pintor marroquí trituró los cuadros y bocetos que conservaba en su domicilio y los introdujo en recipientes de cristal, declarando así el fin de la modernidad tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. Profesor de la escuela de Bellas Artes de Casablanca, en los setenta alzó la voz contra una represión política que sembró el terror bajo el reinado de Hasán II. Sus serigrafías en blanco y negro retratan a un individuo solo, presa de las pugnas ent...
Buena parte de la obra de André Elbaz cabe en 184 urnas funerarias. El pintor marroquí trituró los cuadros y bocetos que conservaba en su domicilio y los introdujo en recipientes de cristal, declarando así el fin de la modernidad tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. Profesor de la escuela de Bellas Artes de Casablanca, en los setenta alzó la voz contra una represión política que sembró el terror bajo el reinado de Hasán II. Sus serigrafías en blanco y negro retratan a un individuo solo, presa de las pugnas entre la corona y la alta alcurnia castrense que derivaron en un intento de golpe de Estado. Los chorretones de tinta se escurren a través del lienzo como gargajos contra la censura
Estos dos momentos en la obra de Elbaz —el compromiso político y la ruptura postmoderna con el pasado— ilustran la muestra Trilogía marroquí, en el Museo Reina Sofía de Madrid: más de 250 piezas y documentos de archivo producidos desde la independencia, en 1956, hasta nuestros días. La exposición se divide en tres periodos históricos (1956-1969, 1970-1999 y 2000-2020). “Nunca antes había tenido lugar una genealogía del arte moderno de Marruecos, ni tan siquiera en su propio país”, asegura Manuel Borja-Villel, director del centro, en una de las 22 salas del Edificio Sabatini que acogen la propuesta. “Tratamos de visibilizar procesos y experiencias ligadas a la periferia historiográfica. Si antes nos centramos en América Latina, este es el momento de unos vecinos del sur sobre los que sabemos poco. Sin embargo, ellos conocen bien a los creadores occidentales”, prosigue.
Esa mirada puesta en la otra orilla del Estrecho queda patente en el trabajo de Ahmed Amrani, cuya expresividad bebe de las pinturas negras de Goya. En Protesta (1969), un tumulto deforme se revuelve contra sombras sin rostro, alegoría política que narra las tensiones sociales de la época, tal vez avivadas por los vientos revolucionarios llegados de París y China. La generación de artistas marroquíes nacidos entre 1930 y 1940 se empapó de la lucha contra los protectorados español y francés. Tras la culminación de la independencia se situó en la vanguardia global. Aquellos autores criticaron el academicismo de las escuelas nacionales en las que se habían formado y, en palabras de Borja-Villel, “alumbraron una práctica propia, muchas veces desconocida incluso en su patria, mezcla de la herencia árabe y del arte extranjero”.
La muestra, que puede verse hasta el 27 de septiembre, está organizada por el Reina Sofía y la Fundación Nacional de Museos del Reino de Marruecos. El director del centro madrileño subraya que la selección ha sido sumamente compleja: “Investigamos durante casi cuatro años para escoger obras y autores representativos de este periodo tan amplio. Cuando trabajamos con países que sí cuentan con una estructura museística desarrollada, este es un proceso mucho más sencillo”. Por suerte, cuando el virus desbarató los planes del museo, el trabajo de campo para esta exposición ya había finalizado. Solo quedaban por cerrar los asuntos logísticos. El traslado de algunos cuadros de gran formato, como los de Mohamed Melehi, supuso un reto. Este artista estudió en 1962 en la Universidad de Columbia, donde tropezó con el pintor estadounidense Jasper Johns y pergeñó abstracciones inspiradas en el reciente lenguaje informático.
El segundo apartado de la trilogía abarca el periodo comprendido entre 1970 y 1999. Conocido como los años de plomo debido a la contención de los movimientos estudiantil y saharaui, está marcado por una cierta arabización de la vida cultural marroquí y por la revalorización de su patrimonio popular. Aquí se exhibe la obra de la primera mujer que aparece en el recorrido expositivo: Chaïbia Talal (El Jadida, 1929-Casablanca, 2004), artista autodidacta, viuda y analfabeta. Durante una visita, varios marchantes locales quisieron conocer el trabajo pictórico de su hijo, entonces estudiante de arte, y descubrieron por casualidad los dibujos que la madre almacenaba en carpetas bajo la cama. Mediante gruesas pinceladas de colores vivos, Talal saca a la luz escenas costumbristas, no carentes de crítica, como en La ceremonia del matrimonio (1983).
En esta misma línea discursiva destaca Mi vida (1984-2021), una instalación autobiográfica de Mohamed Larbi Rahhali, compuesta por tres decenas de cajitas de cerillas intervenidas con dibujos e inscripciones. Pescador en Tetuán, Larbi crea mundos en miniatura con referencias a los astros, esos que contemplaba desde su embarcación antes de recoger las redes. “Utilizo objetos que encuentro en el suelo y que me sirven para hablar de mi vida, mis problemas y los de quienes me rodean”, declara el artista. Después, enseña sus manos encallecidas y recuerda otras creaciones que ha firmado: “Aprovecho las redes rotas, las agujas utilizadas para remendarlas y los nudos marineros”. Estudió en la escuela de Bellas Artes, pero lamenta no haber podido abandonar la mar antes por cuestiones de supervivencia. Esa mar que se ha llevado por delante a tantos conocidos que quisieron emigrar.
Tras los años noventa, Marruecos experimentó una transición democrática y se observaron los primeros síntomas de un nuevo aperturismo en los medios de comunicación. Este primer resquicio se abrió a principios de siglo hasta dar cabida a las artes visuales, ámbito en el que pronto se escenificaría la ruptura radical con el pasado. De este modo, en un tercer apartado de la muestra figuran piezas de videoarte y performance. No deja indiferente Al Jazeera (2007), que recrea el logotipo de la cadena televisiva mediante cables grapados a la pared. Su autor, Mounir Fatmi, “pretende desarticular las promesas ideológicas y tecnológicas que formulan las imágenes en internet”. A su lado cuelga un acrílico de Mounir Fatmi, cuyos trabajos cotizan al alza en el mercado del arte y se han mostrado en Miami, Ginebra y Tokio. Sobre fondo blanco puede leerse escrito en letras rojas un aforismo: “Sin testigos”.
Una nueva generación de creadores marroquíes atestigua el ascenso populista y la aceleración de la innovación tecnológica, los ataques terroristas de Casablanca y aquella primavera que en 2010 sacudió los cimientos epistemológicos del mundo árabe. Yassine Balbzioui, que ha concebido un gran mural ex profeso para esta muestra, es uno de estos mileniales: “Me gusta intervenir en los muros de la ciudad, te permite interaccionar con el otro mucho más que un museo. Es un trabajo muy físico, el sudor me parece un elemento fundamental del arte”. El fresco se efectuó en cinco días y combina diversas escenas inspiradas en la leyenda de la fantasía ecuestre, táctica militar que recurría al ruido para intimidar al enemigo y que más tarde se convirtió en un espectáculo folclórico. En la escena, varios caballeros disparan sus arcabuces al cielo. “¿Crees que conseguirán agujerearlo?”, pregunta el autor.
Trilogía marroquí podrá verse en el Museo Reina Sofía de Madrid hasta el 27 de septiembre.