Todo cambia de sitio en el Reina Sofía menos el ‘Guernica’
El museo trabaja en una reordenación integral de la colección permanente, que dará protagonismo a la arquitectura e incluye la vuelta de Barceló. El 70% de las piezas nunca se ha expuesto
En la sala 427 de la cuarta planta del Reina Sofía están las primeras pruebas de una revolución en marcha. Afecta a la colección permanente del museo y al canon de arte español. Donde antes estuvieron el Equipo Crónica y el Equipo Realidad hoy se muestra el arte pop femenino español de los sesenta y setenta, con nombres como Isabel Oliver o Ángela García Codoñer. “Estaban a la sombra de aquellos, y Oliver incluso trabajaba como asistente para Equipo Crónica”, explica en el centro de la sala el director, ...
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En la sala 427 de la cuarta planta del Reina Sofía están las primeras pruebas de una revolución en marcha. Afecta a la colección permanente del museo y al canon de arte español. Donde antes estuvieron el Equipo Crónica y el Equipo Realidad hoy se muestra el arte pop femenino español de los sesenta y setenta, con nombres como Isabel Oliver o Ángela García Codoñer. “Estaban a la sombra de aquellos, y Oliver incluso trabajaba como asistente para Equipo Crónica”, explica en el centro de la sala el director, Manuel Borja-Villel. Junto a un grupo de conservadores y colaboradores externos, trabaja en una reordenación integral que resume así: “Todo cambiará de sitio en el museo, menos el Guernica”.
El espacio de Oliver y las demás está abierto al público desde hace un mes, y es el resultado de un replanteamiento planificado desde antes de la pandemia. Como ha sucedido en otros grandes museos, el último año ha permitido trabajar a los equipos en el proyecto con la tranquilidad que da tener cerrado totalmente durante los meses del confinamiento y solo abierto en parte cuando España estrenó la nueva normalidad.
Se aprovechó el confinamiento para trabajar en el proyecto
Será la segunda vez que Borja-Villel reordene la colección permanente. La primera fue hace 12 años, al poco de llegar al cargo, cuando introdujo a Goya, el cine y la fotografía y el anacronismo como herramienta de un discurso sin complejos. Ahora que se encamina al final del tercero de sus contratos (y todo indica que también al final de su tiempo en el cargo), quiere repensar el modo “en que se cuenta el arte desde un lugar situado, como es España”. El proyecto, que abunda en las obsesiones que han hecho del Reina un centro singular en el circo mundial del arte, es un destilado de su trabajo en la institución: muchas de las ideas desarrolladas en las exposiciones temporales cristalizan en el nuevo recorrido y la labor llevada a cabo con la Fundación Museo Reina Sofía para atraer coleccionistas y benefactores (preferentemente latinoamericanos) se dejará sentir en las nuevas incorporaciones, que incluyen donaciones como las del matrimonio Autric-Tamayo o Patricia Phelps de Cisneros, cuyas aportaciones han reforzado la parte de las vanguardias americanas. Además, la arquitectura cobrará protagonismo, pero no como un arte aislado sino en relación con los demás y sus contextos históricos.
Salen algunos nombres propios, como los citados colectivos de arte pop español, ciertas películas (La ventana indiscreta, Bienvenido, Mr. Marshall) o las secciones sobre situacionismo y letrismo franceses (tan importantes en el anterior recorrido). Y otros largamente proscritos, como Miquel Barceló, regresan. “Será como parte de una sala en la que se cuente la documenta [VII] de Rudi Fuchs, que supuso [en 1982] la consagración internacional del pintor mallorquín”, aclara Borja-Villel. Este quedó descolgado hace más de una década del museo nacional.
Antonio López y los realistas madrileños de momento quedan fuera
En la parte trabajada hasta ahora, tampoco están Antonio López y los realistas madrileños. “No pretendemos un discurso lineal. No han entrado a finales de los cincuenta, el momento de su nacimiento”, se excusa el director, aunque no descarta rescatarlos a la altura de los ochenta, “cuando se les reconoció”. El plan es ir abriendo salas (repartidas en seis plantas, entre las cuatro del edificio Sabatini y dos de la ampliación de Nouvel) según se vayan terminando, con el horizonte de noviembre como final de un proceso en el que han colaborado estudiosos, escritores, arquitectos o artistas como Rogelio López Cuenca, que ha investigado sobre el pasado colonial de España en Guinea Ecuatorial.
Estos días se trabaja a puerta cerrada en el periodo que va entre 1939 (“la guerra ha terminado”) y 1964 (“25 años de paz”). El recorrido empieza con una sección titulada Exilios, en la que el cuadro de Picasso Monumento a los españoles muertos por Francia (1946-47), antes colocado en la órbita del Guernica, da la bienvenida a un mundo de fotografías de campos de concentración, libros de Max Aub o crudos grabados de Josep Bartolí de reciente adquisición. El director calcula que un 70% de las piezas de la reordenación son nuevas o provienen de los almacenes (que guardan 23.000 obras) y nunca han sido expuestas.
La siguiente sala, que narra la “ontología del exilio” refuerza la idea de tomar este como una “condición contemporánea”, que va apareciendo a lo largo del discurso, bien sea en las fotografías del edificio Focsa de Martín Domínguez en La Habana o en la mudanza voluntaria de Esteban Vicente y José Guerrero a Estados Unidos. En esos primeros compases destaca un rescate: el de Francesc Tosquelles, pionero español de la antipsiquiatría condenado a muerte por Franco y refugiado en Francia.
Para Borja-Villel, la historia del arte es también el relato de una sucesión de grandes exposiciones que hicieron (y narraron su) época, como la primera muestra de surrealismo en Latinoamérica, en tiempos de la revista DYN y de la visita de André Breton a México, o la Bienal Hispanoamericana de 1951, celebrada en Madrid. Fue cuando a Franco le dijeron en la sala dedicada a los tàpies, cuixart…: “Excelencia, esta es la sala de los revolucionarios”. A lo que este respondió: “Mientras hagan las revoluciones así…”. De aquella lectura de la vanguardia como algo inofensivo y de su utilización como instrumento de blanqueo de la dictadura hay pruebas también en la sala consagrada a la exposición New Spanish Painting and Sculpture, que descubrió a Canogar, Chillida o Feito en el MoMA en 1960.
Un año antes se había producido la visita de Eisenhower a Madrid (recordada en una sala que luce el único rothko del Reina), que consagró los ideales del American Way of Life, representados en el Reina por el mobiliario de los Eames y los grandes campos de color de Morris Louis. El reverso de esa imagen idílica está en un espacio dedicado a “la crisis de la masculinidad”, en una demostración de que el debate, tan candente hoy, estaba ya allí en los sesenta. Esa sala dialoga con un conjunto de obras que giran en torno a una espectacular araña de Louise Bourgeois, que, incomprensiblemente, descansaba en los almacenes. “No la había podido contextualizar hasta ahora”, se disculpa el director. La incorporación de piezas de Dorothea Tanning (se aprovechó la muestra dedicada a ella en 2018 para comprarlas) ha permitido construir “un relato novedoso historiográficamente”.
Borja-Villel resume así lo que pretende contar en el resto de la reordenación: “Las convulsiones de América Latina, cuyo big bang está en el golpe de Estado de Brasil de 1964, la caída de Allende y Chile como laboratorio del liberalismo rampante, los procesos de descolonización, los años ochenta españoles, con sus triunfadores y lo que estos se negaban a ver (ahí está la crisis del sida), la Expo de Sevilla, el 15-M, un caso de estudio en torno a la Valencia de Rafael Chirbes y la corrupción… Y terminamos con Trump y el asalto al capitolio [del pasado 6 de enero]”. ¿Y llegará esta historia del arte hasta la pandemia? “Lo hará como expresión del fin de un periodo histórico, y también gracias a las corrientes de la creación ecofeminista y la que se ocupa de los cuidados, que el coronavirus ha puesto trágicamente de moda por la fuerza”.