¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Este drama noruego trata de forma tediosamente reiterativa de ese maldito depredador llamado cáncer. Empiezo y acabo harto y horrorizado de tumores
Se supone que ir en estos tiempos al cine (en cualquier tiempo) implica la búsqueda de placer, ensoñación, aventura, sentimiento, evasión, droga, suspense, risa, sensaciones potentes, esas cosas. Y que en época de peste, confinamiento, venganza de la nieve, miedo, estados de ánimo al límite, posee un valor incalculable lo de sentirte bien durante un rato, olvidarte provisionalmente del estado de las cosas. Dócil de carácter y cumplidor de mis obligaciones (es mentira, pero me gusta imaginarme así) veo las películas que me indican y voy donde me mandan. Pero me planteo la definitiva jubilación ...
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Se supone que ir en estos tiempos al cine (en cualquier tiempo) implica la búsqueda de placer, ensoñación, aventura, sentimiento, evasión, droga, suspense, risa, sensaciones potentes, esas cosas. Y que en época de peste, confinamiento, venganza de la nieve, miedo, estados de ánimo al límite, posee un valor incalculable lo de sentirte bien durante un rato, olvidarte provisionalmente del estado de las cosas. Dócil de carácter y cumplidor de mis obligaciones (es mentira, pero me gusta imaginarme así) veo las películas que me indican y voy donde me mandan. Pero me planteo la definitiva jubilación y dedicarme exclusivamente a sentarme en un banco callejero y echar miguitas a los pájaros, si tengo que repetir mi experiencia cinéfila del lunes.
A hora muy temprana, con insoportable frío, calles heladas que te invitan a partirte la crisma o la cadera, con dilatada espera para pillar un taxi, me dirijo a un cine muy lejano para ver la película que me han asignado. Solo me han contado de ella que es noruega y que ha sido bendecida en festivales, celebrada fervorosamente por la crítica y no sé qué movidas más. Mi mosqueo absurdo o mi escalofrío sin causa comienzan ahí. El cine nórdico jamás ha estado en mis altares, incluyendo a los intocables dioses Bergman y Dreyer, aunque guarde en mi filmoteca casera con admiración tres o cuatro películas de ellos, de creadores tan profundos y sombríos. Tal vez sea un frívolo, pero a mi edad ya no voy a cambiar mis eternos gustos. También me han informado de que Hope, así se titula la prestigiosa entrega de la directora noruega Maria Sødahl, retrata la crisis sentimental de un matrimonio. Pues vale. A esperar qué me cuentan de tema tan original. Al entrar en la sala percibo un frío notable. No sé si por airear el espacio para que el bicho no ataque, si la obligada calefacción se ha congelado, o si mi cuerpo está destemplado por la helada callejera. Me resigno y ataviado en plan esquimal, arrebujado en el abrigo, la bufanda y los guantes, permanezco más de dos horas viendo y escuchando lo que me narran desde la pantalla. Y flipo, me estoy poniendo malo, me pregunto qué diablos pinto ahí.
Lo del desgaste amoroso de esa pareja existe, pero me resulta intrascendente. Tampoco me motivan los tres hijos de esta pareja, ni los tres anteriores que tiene el padre, ni otros miembros de la familia y los amigos comunes. De lo que trata en realidad Hope, y de forma tediosamente reiterativa, es del puto cáncer, de ese maldito depredador que ha enviado al cementerio, después de agonías cortas o largas, a tantos seres que conocíamos o amábamos. Ser dolorosamente conscientes de su tenebrosa presencia no es motivo para tener que soportar su protagonismo absoluto en una película. Tal vez sea reconocible y curiosa para los oncólogos, o disfruten con ella masoquistas y sádicos, pero como espectador normal y sin demasiadas taras este espectáculo me resulta inaguantable. Empiezo y acabo harto y horrorizado de tumores pulmonares, de la metástasis extendida al cerebro y al páncreas, de resonancias y quimioterapia, del progresivo imperio del maldito bicho. Y no sé si la actriz Andrea Bræin Hovig, hace un trabajo eminente, pero no soporto el careto y la expresión de pan que pone el tantas veces excelente actor Stellan Skarsgård.
Es muy popular la sentencia de que no importan las temáticas, sino cómo están desarrolladas. Y una leche. Me niego a ver más películas dedicadas al cáncer. Ni en tiempos de pandemia ni si en el futuro retorna un poco de luz y de sosiego. Y que me manden castigado al patio, que me expulsen del colegio. Por indisciplinado, negativo y rebelde. Asumo con todas las consecuencias el “preferiría no hacerlo” que susurraba ante cualquier propuesta el vegetativo y desesperado Bartleby.
Hope
Dirección: Maria Sødahl.
Intérpretes: Andrea Bræin Hovig, Stellan Skarsgård, Eirik Hallert.
Género: drama. Noruega, 2020.
Duración: 130 minutos.