Eloy Sánchez Rosillo: “Ahora mismo todo es estupor, y el estupor paraliza”

El poeta publica un libro de batalla por el sosiego, ‘La rama verde’

Eloy Sánchez Rosillo, en su domicilio en Murcia, el 9 de enero.Pedro Martínez Rodríguez

Fernando Aramburu, el autor de Patria, dice que el poeta Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 72 años) “ni despotrica como Unamuno, ni se desgarra vivo como Blas de Otero, ni clama a Dios como Dámaso Alonso”, y ahora que publica un libro de batalla por el sosiego (La rama verde, Tusquets) se manifiesta igualmente partidario de luchar contra el estupor que vive la sociedad; “ahora mismo todo es estupor, y el estupor paraliza”, dice desde su casa de Murcia, donde respondió por mail al cuestionario de EL P...

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Fernando Aramburu, el autor de Patria, dice que el poeta Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 72 años) “ni despotrica como Unamuno, ni se desgarra vivo como Blas de Otero, ni clama a Dios como Dámaso Alonso”, y ahora que publica un libro de batalla por el sosiego (La rama verde, Tusquets) se manifiesta igualmente partidario de luchar contra el estupor que vive la sociedad; “ahora mismo todo es estupor, y el estupor paraliza”, dice desde su casa de Murcia, donde respondió por mail al cuestionario de EL PAÍS.

Pregunta. En sus títulos puede advertirse, desde que ganó el Adonáis, en 1977, un interés por lo que pasa, por hacer de la vida poesía. De la realidad que ha venido pasando este año que acaba de terminar, ¿qué dirían ahora unos hipotéticos versos suyos?

Respuesta. Es cierto que vida y poesía son para mí la misma cosa, pero no podría decir de momento nada en un poema de algo tan descomunal e insólito como lo que sucede, hace falta asimilar, reflexionar despacio, para no hablar por hablar. Ahora mismo todo es estupor, y el estupor paraliza.

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P. Su asunto es la luz, en casi todos sus poemas, y también en los versos de La rama verde… En la actualidad todo es sombrío, sin embargo. La luz que viene de dentro, la que está en los versos, ¿puede ser una venganza de la presente oscuridad?

R. Una venganza, no. El poeta no escribe nunca para vengarse. Está a favor de la vida, y la venganza es un deseo de destruir. Ocurre, además, que todos los poemas del libro son anteriores a la epidemia. Terminé de escribirlos justo antes de que empezara a caernos encima tanta miseria.

P. En su caso particular, ¿cómo ha visto el desarrollo del presente drama, a nivel civil, no sólo político? En otras palabras, ¿cómo fueron las cosas, por parafrasear uno de sus títulos?

R. Ha sido todo un desbarajuste mayúsculo, y lo malo es que continúa siéndolo, no hemos logrado aún imponernos, organizarnos. El grupo humano nunca sabe responder adecuadamente a estos grandes envites. Enseguida se nos caen los palos del sombrajo.

P. En 2004 usted le decía aquí a Javier Rodríguez Marcos que Antonio Machado era el poeta que mejor escribía el sentimiento poético español. ¿Han crecido otros poetas desde entonces? ¿Y la poesía española? ¿Cuál es su esencia?

R. La poesía nunca cesa ni se detiene. Cuando no sopla aquí sopla allí. Antes de Machado (que es inmenso) y después ha habido otros poetas en los que se ha encarnado la verdadera poesía. Son bastantes en nuestro país, aunque los fundamentales nunca sean multitud en ningún sitio. Y respecto a la esencia de la poesía española, debo decir que la poesía no va por países, pertenece o puede pertenecer a todos y cada uno de los hombres, de cualquier latitud, y su esencia es siempre la misma, como Keats acertó a decir para siempre: belleza y verdad. No la una sin la otra, sino las dos juntas.

P. En La vida recoge esta frase de Montaigne: “Por lo tanto, lector, yo soy el tema de mi libro”. ¿Esa es también la raíz de su poesía, su propia aventura humana?

R. Sí, pero no porque yo sea un egocéntrico. El poeta parte de su propia experiencia, pues a través de ella se acerca a las cosas y se asoma al mundo, pero en el poema lo particular debe ser trascendido, universalizado. De lo contrario no le interesaría a nadie, excepto quizá a uno mismo, y creo que tampoco.

P. ¿Qué le hace la poesía a un país en tiempos pandémicos, en ruinas como las que vivimos?

R. La poesía no ha sido nunca, ni puede ser, un remedio para la colectividad, para un país entero. Le habla al individuo, y sólo cuando individualmente nos acercamos a ella podrá hacernos un bien.

P. Muy pronto en su vida dijo que la soledad, el recuerdo, el paso del tiempo son los asuntos de su poesía. Eso se advierte también en La rama verde. ¿Se puede decir, por lo tanto, que siempre ha vivido usted construyendo el futuro y el pasado a la vez?

R. Sí, pero incluyendo a ambos en el presente, que es lo único que tenemos. El tiempo no es un antes, un ahora y un luego, sino un todo indivisible. Si lo consideramos de otra forma, no estaremos haciendo poesía, sino arqueología de lo ido o elucubraciones de lo que vendrá.

P. En una enumeración de poetas de distintas épocas usted cita a Cernuda, Gil Albert, Ricardo Molina, Brines… ¿Son acaso sus poetas? En cualquier caso, ¿qué representa cada uno para usted?

R. Sería largo contestar a esto. Y además mis poetas no son tres o cuatro ni sólo españoles. Desde Homero hasta aquí ha llovido mucho. Todos los poetas que nos han dado belleza y verdad indisolublemente unidas me pertenecen, tanto si son de aquí como si son de la Cochinchina. Hay más de tres o cuatro en mi lista, pero tampoco son legión, como antes dije. Basta y sobra la vida de un hombre para conocer a los poetas imprescindibles de todo tiempo y lugar.

P. Quién lo diría es otro de sus títulos. ¿A qué cosas de las que suceden les iría bien hoy esa exclamación?

R. Creo que a todas, tanto a las buenas como a las malas. El poeta es asombro, y del estremecimiento que el asombro causa brota la poesía.

P. Y hay un verso suyo que le va bien a la presente situación: “Viene hoy la realidad muy desvalida…”

R. La realidad verdadera, no la aparente, es siempre desvalida, frágil. Por eso se oculta tras lo aparente y hay que mirar mucho para verla y hacerla nuestra, para oír su latido misterioso.

P. En la crítica de Antes del nombre Aramburu dice que usted explica “la personal verdad de nuestro tiempo”. ¿No es la verdad un concepto que se resbala? ¿Cómo se afianza la verdad?

R. Yo creo que toda verdad es firmísima, lo que ocurre es que el hombre ha aprendido a saltársela a la torera y a vivir cómodo en la mentira.

P. Y dice Aramburu también de usted que “ni despotrica como Unamuno, ni se desgarra vivo como Blas de Otero, ni clama como Dámaso Alonso”. ¿Es un modo de ser? ¿Una respuesta a lo que de veras pasa?

R. Es una conformidad (pero entiéndaseme: nunca un acomodamiento). Yo estoy a favor de las cosas del mundo (digo del mundo, ojo, no de las cosas artificiales e injustas de la sociedad). Me gusta la vida y que las cosas vivas sean como son. En mis poemas trato de acercarme a ellas despacio y de comprenderlas. Si uno las mira así, se enamora rendidamente de lo que ve y las estridencias no son necesarias.

P. Dice en La rama verde: “(…) en el centro mismo/ de un ancho paraíso iridiscente/ yo pertenezco a la melancolía”. ¿La reivindica? ¿Qué representa hoy la melancolía?”.

R. La melancolía no es tristeza, es como una lenta meditación de la alegría, una intimidad.

P. Y, finalmente, usted escribe en este último libro: “Todo lo que se va nos duele al irse”. Es un epitafio a este tiempo, parece.

R. Bueno, yo no me atrevería a hacer un epitafio de toda una época, ni mucho menos. Digo en ese verso que nos cuesta desprendernos de todo lo que ha sido nuestro, incluso del dolor, porque el dolor, como la alegría, nos configura.

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