Crítica

Tributo a la inteligencia y al humor

En la serie ‘Supongamos que Nueva York es una ciudad’, Scorsese se parte de risa, y a los espectadores nos ocurre lo mismo, escuchando las ácidas opiniones de Fran Lebowitz

Martin Scorsese y Fran Lebowitz, en 'Supongamos que Nueva York es una ciudad', serie documental de Netflix. En vídeo, el tráiler.

Llevar creando una de las obras más poderosas e identificables de la historia del cine podría sumir a Martin Scorsese en el ego trip permanente, en observar la belleza de su ombligo y olvidarse del resto del mundo. Pero este director genial también posee y ejerce la admiración hacia el talento ajeno. Lo homenajea en los terrenos de la música, la escritura, el cine, las obras de arte que han hecho más feliz su existencia. Y les rinde tributo mediante documentales impagables. Lo hizo con el cine clásico estadounidens...

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Llevar creando una de las obras más poderosas e identificables de la historia del cine podría sumir a Martin Scorsese en el ego trip permanente, en observar la belleza de su ombligo y olvidarse del resto del mundo. Pero este director genial también posee y ejerce la admiración hacia el talento ajeno. Lo homenajea en los terrenos de la música, la escritura, el cine, las obras de arte que han hecho más feliz su existencia. Y les rinde tributo mediante documentales impagables. Lo hizo con el cine clásico estadounidense, con el italiano, con cineastas que le impresionaron, como en la preciosa Una carta a Elia. Aclaro, al director Elia Kazan. No vaya a pensar el lector de esta crónica que se trata de la declaración amorosa de Scorsese a una antigua novia. Y, dylanita confeso y eterno (¿y qué melómano de verdad no lo es?), ha realizado documentales imprescindibles sobre la personalidad, la vida y las canciones de este, como No Direction Home y Rolling Thunder Revue.

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Las películas de Scorsese también le han convertido en privilegiado cronista y retratista de la ciudad de Nueva York en este siglo, el anterior y más atrás. Lo que él ha plasmado en imágenes sobre la complejidad y la dureza del lugar que le parió, otros lo han hecho con palabras escritas. Por ejemplo, la humorista, escritora y personaje singular Fran Lebowitz. Su obra impresa es muy corta, aunque ella sea un torrente oral. Recuerdo haber leído a finales de los setenta y comienzos de los ochenta dos libros suyos, tan originales como divertidos, que se titulaban Vida metropolitana y Breve manual de urbanidad. Pero no había vuelto a tener noticias de su bendita causticidad.

En la serie documental Supongamos que Nueva York es una ciudad, Scorsese se parte de risa, y a los espectadores nos ocurre lo mismo, escuchando las ácidas e imprevisibles opiniones de Fran Lebowitz sobre las personas y las cosas, el anverso y el reverso de la fascinante Nueva York. Scorsese la acompaña, filma y entrevista en teatros, platós, recorriendo las calles, visitando lugares representativos, creando para ella una inmensa maqueta de la ciudad. Y esta señora judía, de aspecto hombruno, pinta de bruja medieval, dueña de una inteligencia, una agilidad mental y un sentido del humor desbordantes, corrosivamente enemistada con todo tipo de corrección política, habla de lo divino y de lo humano, de los taxis y el metro de Nueva York, de lo que se respira en sus calles, de los políticos, de los artistas de verdad y de tantas modas grotescas, de personajes anónimos y de comportamientos surrealistas, de afectos y de fobias. Todo lo que cuenta lleva su sello, es contundente y gracioso.

Lebowitz, en un momento de la miniserie documental.

Supongamos que Nueva York es una ciudad la exhibe Netflix. Hay muchas cosas mediocres y convencionales en esta plataforma y algunas que me ponen de los nervios. A cambio, son espléndidos muchos de sus documentales, sobre todo los centrados en grandes figuras de la música. Y dona un enorme placer para el cerebro y para los sentidos ver y escuchar las entrevistas de David Letterman, los monólogos de Ricky Gervais, el talento de los mejores. Solo se necesita un poquito de paladar para disfrutarlos. Y remato la venturosa jornada, me olvido provisionalmente de la pandemia y del frío, comenzando a releer por tercera o cuarta vez Historias de Nueva York, que escribió Enric González. Y continuaré con sus historias de Londres y de Roma. O sea, apostaré a lo seguro, a lo que me deleita siempre, sin necesidad de nuevos milagros. Y preveo que esta noche no me va a atacar el insomnio, que dormiré como un bendito.

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