John le Carré, el vecino de la vuelta de la esquina
Su amigo y colaborador recuerda la faceta más cercana del maestro de las novelas de espionaje
Nos vimos por primera vez en el pub local, unidos por las mendacidades de la “guerra contra el terrorismo” e Irak, y acabamos dando una charla en una escuela de la localidad en compañía de un antiguo preso de Guantánamo. Descubrí que su atención al detalle, y su capacidad para la investigación, iban más allá de lo extraordinario; cuando me preguntó si podría revisar un manuscrito para comprobar si los abogados iban “bien” (vestimenta, jerga, estilo, etcétera), no lo dudé. Se convirtió en algo habitual: llamada al timbre; él de pie en el porche; centenares de páginas en una caja de cartón; “¿pr...
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Nos vimos por primera vez en el pub local, unidos por las mendacidades de la “guerra contra el terrorismo” e Irak, y acabamos dando una charla en una escuela de la localidad en compañía de un antiguo preso de Guantánamo. Descubrí que su atención al detalle, y su capacidad para la investigación, iban más allá de lo extraordinario; cuando me preguntó si podría revisar un manuscrito para comprobar si los abogados iban “bien” (vestimenta, jerga, estilo, etcétera), no lo dudé. Se convirtió en algo habitual: llamada al timbre; él de pie en el porche; centenares de páginas en una caja de cartón; “¿procedimiento habitual?”. Qué placer recibir las palabras sin pulir, a doble espacio, impresas solo por una cara, y las conversaciones que seguían (increíblemente, los primeros años, mi esposa les daba los borradores a los niños, como papel para reciclar).
Yo a lo mejor escribía “Ninguna abogada se dirigiría a su cliente llamándolo ‘corazón’, o algo por el estilo, amable en los primeros tiempos, más firme a medida que pasaban los años, y después devolvía las páginas pertinentes a su casa, que estaba a la vuelta de la esquina. Alguna que otra vez se producía un debate, en ocasiones bastante acalorado. Por lo general aceptaba la sugerencia, pero no siempre. “Corazón” no entró en ese libro, afortunadamente, aunque siempre insistió en que había oído usar la expresión a una abogada. “Ciertamente, un término de genuino afecto”.
Con los años, el acto de leer sembró en mi alma la magia con la que él abordaba la estructura y el texto, el diálogo. John le Carré era amable, divertido, enormemente generoso, siempre con un brillo travieso en los ojos. Era un estudioso de la condición humana —fascinado por los casos jurídicos, que trataba como dramas humanos y políticos— y siempre un profesor (“Lo que tienes que saber de Eton”, me decía no hace mucho, acerca de Boris Johnson y del lugar en el que él había enseñado en otro tiempo, “es que a los alumnos se les enseña a ganar, no a gobernar”). Mientras escribo estas líneas, recuerdo la risa, las tartas de crema y ruibarbo que compartíamos en secreto, a pesar de las órdenes de nuestras respectivas esposas, y la pura felicidad de cada encuentro con él y Jane, sobre todo los inesperados, en las calles de Hampstead.
Philippe Sands es abogado y escritor. Su próximo libro, Ruta de escape (Anagrama), verá la luz en enero.