Cinco Beethoven cinco para Gimeno y Zimerman
El director español y el intérprete polaco ofrecen un increíble y apoteósico maratón con la Concertgebouw de Ámsterdam y todos los conciertos para piano del compositor alemán
Poco antes de empezar, a las 10.30 de la mañana del pasado domingo, el pianista Krystian Zimerman compartía con Gustavo Gimeno un temor: “¿Cómo llegaremos al cuarto y quinto concierto?”. “Como Nadal afronta un partido largo”, contestó el director de orquesta español. A las 15.30, el tenista se estaba merendando a Djokovic en la final de Roland Garros. Y como en un traspase de energía continental, de la pista donde ambos jugaban en París a la sala Concertgebouw de Ámsterdam, los dos músicos ...
Poco antes de empezar, a las 10.30 de la mañana del pasado domingo, el pianista Krystian Zimerman compartía con Gustavo Gimeno un temor: “¿Cómo llegaremos al cuarto y quinto concierto?”. “Como Nadal afronta un partido largo”, contestó el director de orquesta español. A las 15.30, el tenista se estaba merendando a Djokovic en la final de Roland Garros. Y como en un traspase de energía continental, de la pista donde ambos jugaban en París a la sala Concertgebouw de Ámsterdam, los dos músicos terminaban sobrados de fuerzas el maratón que ofrecieron junto a la orquesta holandesa con los cinco conciertos de Beethoven en el programa. Un hito.
Eran tres ases en el escenario: Zimerman es, a sus 63 años, historia del piano. En cualquier lista de las 10 mejores orquestas del mundo entra la Concertgebouw de Ámsterdam. Por trayectoria, por nivel, por sonido propio, por contundencia, por clase. Gustavo Gimeno entra en juego como el más joven del trío. Fue percusionista de la orquesta holandesa y conoce el terreno. Dirige allí habitualmente. Vive, de hecho, frente a la sede. Los músicos han sido compañeros de viaje y se nota en la complicidad.
A sus 44 años, en el caso del valenciano, no hablamos solo del director español con una carrera internacional más consolidada a nivel internacional. Se trata de uno de los indiscutibles dentro de su generación en el mundo, el elegido de Claudio Abbado y Mariss Jansons al final de sus carreras como asistente personal, hoy responsable titular de una orquesta en Europa (Filarmónica de Luxemburgo) y otra en América (Sinfónica de Toronto).
Entre Zimerman y Gimeno hay química desde que colaboraran juntos en un homenaje a Leonard Bernstein en 2017, cuando interpretaron su segunda sinfonía, The Age of Anxiety. Desde ahí forjaron una fuerte y consolidada conexión que resplandece cada vez en el escenario desde que a mediados de septiembre comenzaran su gira de conciertos de Beethoven con la orquesta luxemburguesa y la holandesa.
Cada sesión, excepcional y poco corriente
Han ofrecido 14 conciertos juntos en estos dos meses entre Luxemburgo, Dortmund, en Alemania, y Holanda. Lo han afrontado en plena segunda ola de la pandemia. Pero el público restringido –en Ámsterdam solo entraron 250 personas en cada una de las tres sesiones para rellenar un aforo que en condiciones normales puede llegar a 2.000 –, las pruebas PCR, las mascarillas o la distancia que obliga a ampliar el espacio entre los músicos y por tanto a transformar el sonido tal y como están acostumbrados a producirlo, no han hecho mella ni aplacado los ánimos de quienes cada vez debían subir al escenario a sacar lo mejor de sí. Es más, parecen haberlos catapultado en su reencuentro con la música. Sino de manera natural, sí con la conciencia de que cada sesión se convierte en algo excepcional y poco corriente.
La vida sigue –fragmentada, temerosa, tocada en el ánimo colectivo–, pero la música debe fluir contra la marea y un destino incierto con un vigor renovado. De ahí el compromiso de Gimeno y de un Zimerman extramotivado, sin que por ello deje al lado sus propios métodos y obsesiones. Aunque para muchos éstas pasen sencillamente por manías, para otros son parte poderosa de su encanto. El intérprete polaco viajó en su furgoneta con su propio piano a Ámsterdam con dos teclados intercambiables según los conciertos: uno preparado y afinado según sus indicaciones para el primero y el segundo y otro para los otros tres.
Comenzó la sesión a las 10.30 del domingo con Zimerman implicado y sonriente. Se le sentía como un niño. Feliz… Había dejado huella de sus travesuras en sesiones precedentes. Apretando por sorpresa el ritmo según le venía en gana en el tempo del último movimiento del tercero el fin de semana anterior en Luxemburgo, por ejemplo. En Ámsterdam, del ocaso neoclásico que Beethoven dejó huella en el primer concierto a las puertas novedosas del romanticismo que ya asoman en el segundo, el pianista supo trasladar y transformar la música en una clase magistral de expresión, discurso, precisión, virtuosismo y profundidad.
Sentimiento en el teclado
Por mucho que lleve a sus espaldas centenares de interpretaciones de estas piezas, no se ha sentado al piano ni una vez sin la partitura en esta gira. De la abstracción formal y puramente musical en el primer concierto pasó a la concreción de un carácter humano emanado desde el piano en el segundo. Mientras, el público, cómodo, en buena situación dentro de un patio de butacas donde se podía entrar con bebida, sintió, experimentó, escuchó y vio un cruce extraño que confundía el oído con la mirada: la metamorfosis de manos del pianista y la orquesta de la idea, del sentimiento a las imágenes que el intérprete dibujaba desde el teclado.
De ahí emanaban bosquejos cargados de un muy visible humanismo. Puros estados de ánimo: risas, sonrisas, tristeza y ceños fruncidos en la cara profundamente carnal que Zimerman diseñaba con el sonido de su piano. Fue como atestiguar el efluvio de un holograma. Algo mágico, solo al alcance de los muy grandes, como es su caso.
El tercero mereció una sesión propia. El aislamiento al que fue sometida la pieza cobró sentido por la dimensión ascética, estética y juguetona –había que verles reír al recibir los aplausos tras el rondó final– que los tres protagonistas le otorgaron. Es el concierto favorito de Gimeno, según él mismo confiesa. Para la última prueba, quedaban el número cuatro y cinco. Pero aquella duda que les inquietaba al comienzo sobre su capacidad de resistencia quedó inmediatamente disipada en la actitud que desprendieron sobre el escenario del Concertgebouw.
El misterio fragmentado, casi minimalista, del cuarto concierto fue esgrimido con una categoría excepcional. Gimeno y Zimerman comparten en eso su visión. Lo mismo que tratan de quitar oropel al Emperador, el quinto y último. ¿Cómo? Más bien, lo desnudan. Las escalas de Zimerman en este último se asoman al precipicio y te envuelven en una curiosa espiral donde escuchas con una claridad cristalina muchas más notas que en otras ocasiones. Lo redescubres sin dejar de asistir atónito a una apoteosis radicalmente humana en la perfecta sincronía del instrumento con la orquesta con Gimeno como médium para otorgar a Beethoven su dimensión más cercana y empática. Una verdad sonora que brilló en manos de Zimerman, el director español y la Concertgebeouw como pocas veces se escucha.