La pasión de un alquimista del teatro

Gerardo Vera dominó el corazón del hecho teatral y vivió siempre con la agitación del artista

Gerardo Vera dirige a Malena Alterio (izquierda) y Mercè Aranega en un ensayo de 'Madre Coraje' en diciembre de 2019.DAVID RUANO

Gerardo Vera conocía un secreto que pocos llegan a descubrir: el de quien sabe transformar lo que sucede sobre el escenario en un acontecimiento en la vida del espectador. A la hora de componer un reparto, de imaginar un espacio, de pedir una luz o un sonido, de proponer a los actores una pausa o un gesto, una aproximación o una distancia, él intuía algo que, ante el espectador, produciría el milagro. Por eso, porque dominaba esa rarísima alquimia que está en el corazón del hecho teatral, quien haya asistido a un espectáculo...

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Gerardo Vera conocía un secreto que pocos llegan a descubrir: el de quien sabe transformar lo que sucede sobre el escenario en un acontecimiento en la vida del espectador. A la hora de componer un reparto, de imaginar un espacio, de pedir una luz o un sonido, de proponer a los actores una pausa o un gesto, una aproximación o una distancia, él intuía algo que, ante el espectador, produciría el milagro. Por eso, porque dominaba esa rarísima alquimia que está en el corazón del hecho teatral, quien haya asistido a un espectáculo de Gerardo Vera no lo habrá olvidado ni lo olvidará.

Tuve la inmensa suerte de trabajar con él en los montajes de Divinas palabras, Rey Lear, Un enemigo del pueblo, Woyzeck y Platonov. Cada análisis del texto, cada ensayo, era una lección magistral. Como lo era cada conversación con él, se hablase de lo que se hablase. Gerardo había vivido mucho, había observado mucho, había leído mucho, había pensado mucho. Y todo lo compartía con pasión.

Desde luego, dirigió con pasión el Centro Dramático Nacional (CDN). Otros, mejor que yo, podrán hablar de su trabajo en el cine y de sus logros, tan fecundos e influyentes, como escenógrafo. Yo puedo dar fe de que, al frente del CDN, además de construir espectáculos mayores que quedarán en la historia de nuestra escena, abrió espacio a creadores que a menudo practicaban lenguajes muy distintos del suyo. Desde luego, su confianza fue decisiva para, entre otros, Alfredo Sanzol, José Luis Arellano, Salva Bolta, Alejandro Andújar, Ricardo Sánchez Cuerda, Álvaro Luna y quien esto escribe, que tenemos hacia él una deuda impagable. Pero es todo el teatro español el que le debe mucho.

Entre aquellos montajes que levantó en el Valle Inclán o en el María Guerrero, él sentía especial afecto hacia Rey Lear, que armó junto a otro coloso: Alfredo Alcón. Todavía me recordaba aquella aventura hace apenas una semana, cuando conversábamos sobre su próximo, esperado Macbeth. Eso me alivia un poco en esta noche de insomnio, cuando acabamos de perderlo: que se haya ido con varios proyectos entre las manos y muchos más en la cabeza. Como vivió siempre, con la agitación del auténtico artista.

También me alegra recordar su buena risa. Y saber que su compañero en la vida y en el arte, José Luis Collado, está viendo cuánto lo admirábamos y cómo lo queríamos.

Juan Mayorga es dramaturgo y miembro de la Real Academia Española.


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