Dalí —y algunos más— en cuarentena
El museo del pintor en Figueras se verá forzado a cerrar de forma temporal por la falta de visitantes y, por lo tanto, de financiación. No va a ser un caso único en el panorama internacional
Uno de nuestros museos más visitados es sin duda el Museo Dalí en Figueras. ¿Quién podría resistirse a entrar en ese edificio fuera el tiempo, salido de un paisaje del pintor ampurdanés, incluso durante un paseo casual? Aunque la llegada de los visitantes no es nunca casual: como en las historias de pasión mejor urdidas, el que llega hasta allí sabe a lo que viene. Dalí excita los deseos y las imaginaciones más allá de su éxito mediático y al público le fascinan los enigmas en sus cuadros. Los es...
Uno de nuestros museos más visitados es sin duda el Museo Dalí en Figueras. ¿Quién podría resistirse a entrar en ese edificio fuera el tiempo, salido de un paisaje del pintor ampurdanés, incluso durante un paseo casual? Aunque la llegada de los visitantes no es nunca casual: como en las historias de pasión mejor urdidas, el que llega hasta allí sabe a lo que viene. Dalí excita los deseos y las imaginaciones más allá de su éxito mediático y al público le fascinan los enigmas en sus cuadros. Los estudia, los interpreta, trata de buscar el significado a la abundancia de detalles o las ensoñaciones freudianas. Los comenta con calma durante las visitas, detenido largo rato ante las pinturas. Me conmovió comprobarlo en mis visitas a la exposición del Reina Sofía, aquella que subió inusualmente sus estadísticas de visitantes. Ahí estaban muchos no solo haciendo cola fuera para entrar —como nunca se había visto en ese museo ni se ha vuelto a ver—, sino desentrañando con arrobo lo que veían. Dalí gusta porque intriga: no es un pintor fácil, más bien todo lo contrario.
Por este motivo los visitantes llegan desde el mundo entero hasta la estructura de regusto medievalizante —obsesión daliniana hacia lo blando y lo duro— que alberga el Museo Dalí, un edificio que es el más extraordinario objeto surrealista jamás diseñado por el creador. Si Púbol es la casa de Gala y Portlligat el territorio compartido por ambos, este museo- mausoleo (Dalí está enterrado ahí) constituye el lugar donde se concentran sus paisajes mentales, el que elige como última morada en un esfuerzo por no separar al personaje de la obra: “El surrealismo soy yo”, dijo cuando Breton y su banda le quisieron expulsar por no adaptarse a sus exigencias.
La famosa frase del artista es la que da título a la exquisita exposición de paisajes que se ha inaugurado este verano en el Museo Dalí, comisariada por la directora de la Fundación Gala Salvador Dalí, Montse Aguer. En los paisajes —en este caso 12 óleos pintados entre 1926 a 1943— Dalí visualiza todo el mundo surrealizante que se relaciona con sus metáforas y obsesiones más radicales, una forma incluso de revisar la perspectiva impuesta que es en Dalí un espacio ambiguo que solo aparenta seguir las normas figurativas.
La exposición iba a estar abierta hasta el 13 de septiembre, pero en un esfuerzo heroico el Museo Dalí ha decidido ampliarla hasta el 4 de octubre. Después, se verá forzado a cerrar de forma temporal por la falta de visitantes y, por lo tanto, de financiación. No va a ser un caso único en el panorama internacional. Es curioso cómo la epidemia ha golpeado sobre todo a las instituciones sostenibles desde el punto de vista económico, las mejor gestionadas, las más autosuficientes. Y serán cuarentenas desastrosas para la cultura porque un museo cerrado es una historia interrumpida. Cuesta retomarla en el punto donde se dejó. No es “ocio nocturno”, de modo que importa a pocos.