Mi abuelo es un zombi
Bertrand Bonello traza un mapa donde la mirada etnográfica y la culpa ancestral convergen en un provocador intento de revisar la historia
Si en su anterior filme, Nocturama (2016), Bertrand Bonello ofrecía una inquietante panorámica del laberinto de contradicciones en el que se mueve un grupo de jóvenes terroristas urbanos, en Zombi Child la reflexión parece destinada a adentrarse en un pozo no menos complejo, el pasado colonial francés. A través del mito del zombi, el director de Casa de tolerancia estructura su nuevo filme en dos partes para moverse en zigzag entre memoria y presente y así reconstruir desde la raíz misma una realidad de moral amorfa.
Por un lado está el internado elitista al que lle...
Si en su anterior filme, Nocturama (2016), Bertrand Bonello ofrecía una inquietante panorámica del laberinto de contradicciones en el que se mueve un grupo de jóvenes terroristas urbanos, en Zombi Child la reflexión parece destinada a adentrarse en un pozo no menos complejo, el pasado colonial francés. A través del mito del zombi, el director de Casa de tolerancia estructura su nuevo filme en dos partes para moverse en zigzag entre memoria y presente y así reconstruir desde la raíz misma una realidad de moral amorfa.
Por un lado está el internado elitista al que llega una nueva alumna que es recibida con recelo por sus compañeras, una haitiana que ha perdido a sus padres en el terremoto que asoló el país en 2010 y que solo parece bien recibida por una compañera obsesionada con un amor de verano. Por el otro, la película recoge un suceso real ocurrido hace más de medio siglo, en 1962: el caso de Clairvius Narcisse, un superviviente de una zombificación vudú.
El rito vudú final pretende unir las dos orillas, la del pasado y el presente, la de la colonia y el Imperio, la de la experiencia y la historia
Una historia espeluznante que fue recogida por el canadiense Wade Davis en un libro, La serpiente y el arcoiris, que Wes Craven adaptó a finales de los ochenta en una película del mismo título. Víctima de un rito vudú, Clairvius Narcisse fue envenenado, dado por muerto y enterrado vivo para finalmente sacarlo de bajo tierra y reanimarlo con un antídoto y, gracias a más drogas, borrar su conciencia y memoria para convertirlo en un dócil esclavo destinado a trabajar de por vida en las plantaciones de algodón de la antigua colonia. Un infierno del que milagrosamente logró despertar y escapar.
Frente a la sugerente historia haitiana —rodada casi sin diálogos, sensorial y misteriosa, con unos cuerpos arraigados en películas como Los amos locos, de Jean Rouch, o Yo anduve con un zombie, de Jacques Tourneur—, la francesa actual parece no encontrar su sentido último. Arranca por lo alto, con un largo plano-contraplano de una clase impartida por el historiador Patrick Boucheron sobre la Revolución Francesa y el concepto de la experiencia. La mezcla de lacónicos muertos vivientes y de parlanchinas hormonas adolescentes le permite a Bonello trazar un mapa donde la mirada etnográfica y la culpa histórica convergen en un provocador intento de revisar la historia. Todo para acabar en un rito vudú final que, con toda la fascinación visual que plasmó en su día Maya Deren, pretende unir las dos orillas, la del pasado y el presente, la de la colonia y el Imperio, la de la experiencia y la historia. Ambición que se pierde en las aguas de un presente que resulta demasiado banal para zombis de carne y hueso.
Zombi Child
Dirección: Bertrand Bonello.
Intérpretes: Wislanda Louimat, Louise Labeque, Adile David, Ninon Francois, Mathilde Riu, Bijou Mackenson, Katiana Milfort, Sayyid El Alami.
Género: drama. Francia, 2019.
Duración: 103 minutos.