El ‘indie’ genuino
Dotada de un subterráneo sentido del humor y de un particularísimo sentido de la crítica social y cultural, el filme es mejor cuanto más libre
El éxito alcanzado por el Festival de Sundance en la década de los noventa, que permitió el descubrimiento y la difusión de las obras de algunos de los cineastas fundamentales en el cambio de siglo, luego más o menos reconvertidos en directores del poder establecido de Hollywood, trajo como consecuencia que se generalizara en todo el mundo el concepto de independencia (o indie) como sello general de ciertas películas estadounidenses. Sin embargo, con el paso de los años se ha ido confirmando que quizá el verdadero indie estaba en otra parte, y que quedó esquinado entre aquellos g...
El éxito alcanzado por el Festival de Sundance en la década de los noventa, que permitió el descubrimiento y la difusión de las obras de algunos de los cineastas fundamentales en el cambio de siglo, luego más o menos reconvertidos en directores del poder establecido de Hollywood, trajo como consecuencia que se generalizara en todo el mundo el concepto de independencia (o indie) como sello general de ciertas películas estadounidenses. Sin embargo, con el paso de los años se ha ido confirmando que quizá el verdadero indie estaba en otra parte, y que quedó esquinado entre aquellos grandes nombres y entre las siguientes generaciones de las dos sucesivas décadas.
Uno de esos cineastas es el desconocido en España Patrick Wang, que desde que en 2011 fuera nominado con In The Family al premio a la mejor ópera prima en los Independent Spirit Award, ha ido legando una serie de producciones que sí que encajan con la radical autosuficiencia (incluso en la distribución), con costes de apenas un puñado de dólares y no con los, por ejemplo, ocho millones de la conceptuada como indie Pequeña Miss Sunshine.
A Bread Factory, que se estrena estos días en Filmin, es un muy interesante corpus fílmico de cuatro horas, dividido en dos películas de estruendosa libertad narrativa sobre un centro cultural de un pequeño pueblo ficticio llamado Checkford. Impulsado y organizado, como también ocurre en España con tantas iniciativas didácticas, por un grupo de mujeres en torno a la sesentena de edad, el lugar permite a Wang retratar un fascinante microcosmos social alrededor del teatro, las performances, la música, el cine y el arte en general. Jugando bien con la impostura de ciertos artistas y de algunos receptores de alta cultura, y con la lucha cotidiana de los organizadores frente a presupuestos y fundaciones de oscuras pretensiones económicas.
Dotada de un subterráneo sentido del humor y de un particularísimo sentido de la crítica social y cultural, A Bread Factory es mejor cuanto más libre, sobre todo con las fantásticas explosiones de agudeza narrativa, ya sea en forma de secuencias de musical clásico o de comedia del absurdo. Eso sí, esa misma autonomía, que hace que el genuino Wang no tenga que rendir cuentas con nadie, le lleva también a un seguramente excesivo metraje y a pasajes de teatro filmado demasiado amplios.
A BREAD FACTORY
Dirección: Patrick Wang.
Intérpretes: Tyne Daly, Elisabeth Henry, Keaton Nigel Cooke, James Marsters.
Plataforma: Filmin.
Género: comedia. EE UU, 2018.
Duración: 122 minutos (parte I); 120 (parte II).