El atropello de la técnica

En Disney no entienden que demasiadas veces la espectacularidad con las herramientas nada tiene que ver con el arte

Imagen de 'La dama y el vagabundo'.

Disney ha centrado buena parte de su actividad en el último lustro en las nuevas versiones en acción real y animación digital de sus clásicos de dibujos en dos dimensiones, pero quizá no haya acabado de entender que demasiadas veces la espectacularidad técnica nada tiene que ver con el arte; que aplicar semejantes o exactas soluciones visuales y calcada puesta en escena a secuencias en un formato distinto, lo único que provoca es crear una impresión de realismo; que con la sustitución del dibujo por la (supuesta) realidad digital todo cambia, y no solo el color y las formas, sino sobre todo el...

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Disney ha centrado buena parte de su actividad en el último lustro en las nuevas versiones en acción real y animación digital de sus clásicos de dibujos en dos dimensiones, pero quizá no haya acabado de entender que demasiadas veces la espectacularidad técnica nada tiene que ver con el arte; que aplicar semejantes o exactas soluciones visuales y calcada puesta en escena a secuencias en un formato distinto, lo único que provoca es crear una impresión de realismo; que con la sustitución del dibujo por la (supuesta) realidad digital todo cambia, y no solo el color y las formas, sino sobre todo el tono y, en definitiva, el arte.

Cuando hace unos años se pusieron de moda las recreaciones vivientes de cuadros de Edward Hopper, entre ellas una de Sol de la mañana en una exposición del Museo Thyssen, el impacto duraba apenas unos segundos, los de la emulación, tras los cuales desaparecían el misterio inherente de la pintura, sus modulaciones artísticas, sus texturas y sus matices psicológicos. Y algo bastante semejante ocurre con adaptaciones como las de Dumbo, El libro de la selva, El rey león, Aladdin y La dama y el vagabundo, que en estos días puede verse de estreno en Disney Plus sin llegar a pasar por los cines. Unas más calcadas que otras a los originales, todas han perdido la mayor parte de su energía, de su intimidad, de su calidez, de su creatividad.

Con media hora más de metraje, la película de Charlie Bean utiliza el mismo concepto de cámara y de encuadre y el resultado es bastante más feo a causa del muy discutible trabajo con la luz, tanto en los interiores como particularmente en los exteriores diurnos, y la desaparición de la sutileza estética con los fondos y la labor con las sombras. Y aunque esta vez se han añadido nuevas canciones, pese a su loable esfuerzo, resulta imposible olvidar las originales, sobre todo la de uno de los más brillantes momentos de la obra de 1955: la pieza de los gatitos siameses. Mientras, los cambios principales afectan al desarrollo de algunos personajes y a la inclusión de nuevos gags de dudosa gracia, junto a cierta actualización de la cuestión de género: la inseguridad masculina contemporánea, en la figura de Golfo, y la efectiva iniciativa femenina, en la de Reina.

Pero donde más se nota la distancia entre uno y otro producto es en el tono, derivado siempre de la utilización del lenguaje cinematográfico y de las pinceladas visuales. Y allí donde todo era expresivo gracias a la fluidez de su montaje clásico con encadenados y fundidos, y a los cambios de luz y tonalidad, incluso en una misma secuencia, ¡incluso en un mismo plano!, ahora (casi) todo resulta atropelladamente técnico.

La dama y el vagabundo

Dirección: Charlie Bean.

Intérpretes: Kiersey Clemons, Thomas Mann, Adrian Martínez.

Plataforma: Disney Plus.

Género: familiar. EE UU, 2019.

Duración: 102 minutos.


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