Pritzker para las arquitectas irlandesas Yvonne Farrell y Shelley McNamara

Las galardonadas son autoras de una docena de edificios universitarios y comisarias de la última Bienal de Venecia

Sede de la Universidad UTEC en Lima (Perú), diseñado por Yvonne Farrell y Shelley McNamara en 2015.Iwan Baan

Las irlandesas Yvonne Farrell (Tullamore, 1951) y Shelley McNamara (Lisdoonvarna, 1952) se conocieron cuando estudiaban arquitectura en el University College de Dublín. Corrían los años setenta y al graduarse decidieron que trabajarían juntas. En eso siguen 42 años después de abrir un estudio en la Calle Grafton, en el centro de Dublín. Con el nombre de esa calle bautizaron un despacho —Grafton Architects— que hoy ocupa varios edificios en el barrio. Era una manera de anunciar y arraigar su arquitectura de consenso —ni preciosista n...

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Las irlandesas Yvonne Farrell (Tullamore, 1951) y Shelley McNamara (Lisdoonvarna, 1952) se conocieron cuando estudiaban arquitectura en el University College de Dublín. Corrían los años setenta y al graduarse decidieron que trabajarían juntas. En eso siguen 42 años después de abrir un estudio en la Calle Grafton, en el centro de Dublín. Con el nombre de esa calle bautizaron un despacho —Grafton Architects— que hoy ocupa varios edificios en el barrio. Era una manera de anunciar y arraigar su arquitectura de consenso —ni preciosista ni a la moda— capaz de atender a la vez a la construcción de la ciudad, a las necesidades del usuario y a la cultura y economía locales. Hoy describen su trabajo como “un marco para la vida” y su enfoque como humanista: atento a un tiempo al patrimonio, la tradición y las personas. Así, alejadas de las modas y los centros de poder y defensoras de la arquitectura como “servicio a la humanidad” fueron las primeras sorprendidas —declararon— al ser elegidas para comisariar la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2018.

Puede que el Premio Pritzker 2020, cuyo fallo se anunció hoy, ya no les haya sorprendido tanto. El jurado suma así dos mujeres a las tres únicas premiadas —Zaha Hadid, Kazuyo Sejima y la española Carme Pigem— frente a los 43 arquitectos reconocidos hasta hoy con el máximo galardón de arquitectura. Ese jurado defiende que Farrell y McNamara son “pioneras en un campo que ha sido tradicionalmente (y todavía es) una profesión dominada por los hombres”. Ambas afirmaciones son innegables. Pero también lo es que el propio premio Pritzker ha contribuido a esa discriminación no premiando a Denise Scott Brown cuando recibió el galardón su socio Robert Venturi. Por eso cabe preguntarse si con este dos por uno el Pritzker no estará entonando un mea culpa. Y, sin discutir la necesidad de premiar a arquitectas valiosas —e incluso la oportunidad de reconocer a las primeras irlandesas con un Brexit recién estrenado— es obligatorio plantear si Farrell y McNamara son las mejores arquitectas del mundo hoy.

Una respuesta es que, sin serlo, sí son proyectistas modélicas. Para empezar porque su obra se ha preocupado más por construir espacios habitables y ciudades humanas que por formar un sello, desplegar una moda o impactar formalmente en una ciudad. Los espacios de encuentro y descanso en el interior de edificios como la Facultad de Económicas Luigi Bocconi de Milán, la luz en ese vestíbulo, la relación con la naturaleza en la de Toulouse, la ventilación natural de la UTEC de Lima o las terrazas para los estudiantes en su última obra, la Universidad de Kingston, finalizada este año al sur de Londres, revelan cuán atentas están a la construcción y defensa del espacio público.

Su apología de una arquitectura arraigada y de una construcción semi artesana es casi un posicionamiento político en un tiempo en el que se construye con fecha de caducidad (30 años de media) con materiales industriales. Sin embargo, esa misma virtud puede leerse como un inconveniente que aísla a los profesionales de la arquitectura cuando no son capaces de dar respuesta a las urgencias que exige la construcción del mundo actual.

Ni teóricas ni mediáticas, McNamara y Farrell firman diseños que atienden a razones económicas, tradiciones y climas locales y que no rehúyen la complejidad sino que, al contrario, la anteponen a la estética. Más resolutiva que osada, se podría decir que la arquitectura de Grafton Architects busca proteger a la cuidad y a los ciudadanos por encima de confrontar la complejidad del mundo.

Está claro que sus inicios, en el año 78 y solas, fueron una declaración de principios que ha tenido un fuerte eco en los últimos años. Entre tanto, ellas han sumado a la defensa del lugar —las topografías y los materiales del sitio— un cuidado por las ventilaciones naturales, la sombra y el descanso que las ha convertido en unas proyectistas más sociales que políticas. Su comisariado de la Bienal en 2018 defendía la construcción del espacio libre (freespace) con la ambigüedad —o el cinismo— que une en inglés lo libre con lo gratuito. Ellas hablaban del diseñador capaz de prever el descanso de alguien a quien no verá descansar. Eso existe en sus facultades de Toulouse, París o Lima y existirá en la Biblioteca central de Dublín o en la nueva sede del London School of Economics en las que ahora trabajan.

El Pritzker reconocía históricamente a quienes consideraba los mejores arquitectos del mundo. Ha aplaudido la genialidad (Siza, Niemeyer), apoyado la vanguardia (Koolhaas, Sanaa), arropado el posicionamiento político (Wang Shu y Aravena) fomentado las modas (Thom Mayne) y rescatado a maestros que ya tenían un lugar en la historia (Frei Otto o Utzon). Puede resultar justo reconocer ahora la ejemplaridad de un estudio que sin revolucionar la construcción sí está actuando con responsabilidad. Sin embargo, la arquitectura actual tiene representantes que no solo realizan responsable y dignamente su trabajo sino que, a la vez, apuntan caminos más transformadores. El jurado del Pritzker debería entender que cuando un liderazgo no se entiende, deja de tener autoridad.

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