El notario intimista de los desastres contemporáneos

Philippe Claudel publica 'El archipiélago del perro', una fábula sobre los refugiados que interpela y señala al lector

Philippe Claudel, el 3 de abril en Madrid.Uly Martin

Bajo la cálida mirada y el discurso cartesiano de Philippe Claudel (Nancy, 1962) yace un explosivo volcán. El autor francés escribe novelas negras, que no policiacas, que interpelan al lector y señalan al culpable antes de empezar: todos nosotros. Eso es lo que hace en El archipiélago del perro (Salamandra, traducción de José Antonio Soriano), una fábula sobre el drama de los refugiados que cuenta la destrucción desde dentro de una comunidad encerrada en sí misma a raíz del hallazgo en las playas de su paradisíaca ...

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Bajo la cálida mirada y el discurso cartesiano de Philippe Claudel (Nancy, 1962) yace un explosivo volcán. El autor francés escribe novelas negras, que no policiacas, que interpelan al lector y señalan al culpable antes de empezar: todos nosotros. Eso es lo que hace en El archipiélago del perro (Salamandra, traducción de José Antonio Soriano), una fábula sobre el drama de los refugiados que cuenta la destrucción desde dentro de una comunidad encerrada en sí misma a raíz del hallazgo en las playas de su paradisíaca isla de los cadáveres de tres migrantes. “El escritor está ahí para posar la mirada sobre la sociedad y contar a otros hombres lo que a su juicio no funciona y por qué. Por eso tenía la necesidad de explicar al lector contemporáneo a través de una fábula la actitud extremadamente silenciosa, egoísta y ciega con el que actuamos frente a los refugiados”, cuenta una mañana de abril en un hotel de Madrid.

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Claudel busca respuestas globales en dramas pequeños, libros íntimos en los que a menudo usa una primera persona no autobiográfica, como se apresura a aclarar. El archipiélago del perro es una vuelta a un tema que ya trató en La nieta del señor Lihn (Salamandra, como toda su obra en castellano), un asunto que le interpela desde niño, asegura, cuando vivía en la región de Lorena -lugar con una larga historia de movimiento de poblaciones y cambios fronterizos- y se preguntaba, ante los inmigrantes que llegaban de Europa y Asia, si merecía la pena y cómo se vivía después de haberlo perdido todo.

La descripción del alma humana que recorre la novela deja poco lugar al optimismo. ¿Se considera pesimista? “No”, responde seguro, “si lo fuera no publicaría estos libros, los escribiría y los guardaría y sin embargo los publico con la esperanza de que quien los lea diga ‘bueno, sí, somos así, pero podemos cambiar”. ¿Es entonces una novela que lanza un grito de socorro? “Sí, nos equivocamos. En Francia tenemos la idea de que podemos vivir para siempre como hemos vivido, pero no puede ser. Y ocurre lo mismo en otros muchos sitios. La isla de la novela representa a Francia, a Europa. Lugares viejos, ensimismados. Si hablo de la inmigración no es para hablar de los migrantes sino de nosotros mismos”, responde.

Dueño de una obra muy difícil de encasillar, Claudel reconoce no obstante que, por ejemplo en Las almas grises, usa mecanismos del noir, género del que se siente deudor como lector y escritor. “¿Qué es el género negro? Una manera de observar el funcionamiento de los otros en la sociedad poniendo el acento en la parte negativa. Mira por ejemplo Manuel Vázquez Montalbán, que a pesar de tener humor, describe el lado oscuro de la sociedad barcelonesa. George Simenon o Leonardo Sciascia son autores fronterizos que me han influido mucho. En ellos lo importante no es la investigación sino los personajes, la búsqueda humana”, cuenta con el orden y la calma que le da su experiencia docente.

Me dirijo a lectores de 2019 y no del siglo XIX. Entonces claro que necesitaban 2.000 páginas

Los personajes de Claudel inquietan, conmueven o molestan al lector. No están ahí para ser olvidados. Su capacidad para retratar el mal y destruir esquemas preconcebidos nos lleva por ejemplo en esta novela a Mila, una niña de 11 años que juega un papel a medio camino entre el verdugo y la víctima. “Trato de romper con los estereotipos. Es un personaje muy joven y muy viejo a la vez, alguien transformado en diablo por la perversidad de los otros, convertida en agente del crimen”. La figura del chivo expiatorio también está muy presente en su obra. Aquí es un profesor que trata de descubrir la verdad; en Las almas grises era un joven soldado bretón, señalados por una masa embrutecida y utilizados por los poderes fácticos para resolver un conflicto. “Hay ciertos momentos en las sociedades en los que hay mucha electricidad, mucha energía, una tensión social enorme manipulada por los poderes ideológicos que luego diseñan al culpable”, asegura con el caso Dreyfus, una de sus referencias, de fondo.

Claudel juega con el espacio y el tiempo, lanza al lector adelante, no le dice dónde se desarrolla la trama ni cuándo. A veces da pistas. Otras, no. “En mi carrera me he ido alejando de lo real a lo simbólico. El archipiélago iba a ser en Patagonia. Luego, elegí una isla de Lampedusa. Todo muy real, pero hago mal lo que los periodistas hacen bien, el reportaje. Así que me decidí por una reconstrucción literaria”, asegura este hombre muy pegado a sus raíces. “Historia, país y paisaje definen a un hombre”, concluye.

Si hablo de la inmigración no es para hablar de los migrantes sino de nosotros mismos

Profesor universitario, lector irredento, miembro de la Academia Goncourt, director de cine, guionista… la vida de Claudel se mueve en la palabra. “Es más difícil hacerlo conciso, meter dos páginas en un párrafo, condensar”, cuenta cuando se le pregunta sobre el tamaño de sus novelas, formato corto e intenso, poco más de 200 páginas en el caso más extenso. “Me dirijo a lectores de 2019 y no del siglo XIX. Entonces claro que necesitaban 2.000 páginas, no tenían la locura de las redes sociales y otras distracciones. El lector es una especie en vías de extinción y hay que apelar a él, ofrecer mucho en poco espacio, hacer que se cuestione las cosas”, remata.

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