La indolencia de los soñadores

A pesar de sus valores de dirección y de sus errores de narración, la película es de Bernat Quintana, que en su primer protagonista en cine borda su personaje

Un momento de 'Boi'.

En los minutos finales de Boi, inclasificable ópera prima de Jorge M. Fontana, se acaba verbalizando el sentido de la película: “Intentar encontrar lo extraordinario en lo ordinario”. Y así es la esencia de esta road movie (casi) existencial por las calles de Barcelona, a bordo de un VTC de color negro impecable y conductor trajeado del mismo tono, como mandan los cánones del sector.

Unas ordenanzas laborales seguidas a rajatabla en el nuevo servicio de transporte, ancladas en un trabajo que, sin...

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En los minutos finales de Boi, inclasificable ópera prima de Jorge M. Fontana, se acaba verbalizando el sentido de la película: “Intentar encontrar lo extraordinario en lo ordinario”. Y así es la esencia de esta road movie (casi) existencial por las calles de Barcelona, a bordo de un VTC de color negro impecable y conductor trajeado del mismo tono, como mandan los cánones del sector.

BOI

Dirección: Jorge M. Fontana.

Intérpretes: Bernat Quintana, Adrian Pang, Andrew Lua, Macarena Gómez.

Género: drama. España, 2018.

Duración: 105 minutos.

Unas ordenanzas laborales seguidas a rajatabla en el nuevo servicio de transporte, ancladas en un trabajo que, sin embargo, rompe con todas las cadenas de los géneros: drama y comedia se van alternando sin apretar las tuercas de ninguna de las dos, a voz callada y extraña, con un tercer acto en el que el relato vira hacia el criminal, con protagonismo absoluto de un joven aspirante a escritor que intenta ganarse los cuartos con la nueva economía, y de sus dos pasajeros, enigmáticos ejecutivos empresariales de Singapur.

Dotada de una cierta poesía, Boi tiene una puesta en escena impecable, con el meritorio acompañamiento de su fotografía y de su empaque formal, sobre todo teniendo en cuenta que estamos ante una producción de muy bajo presupuesto, y el añadido final de la primera banda sonora del reputado músico y productor El Guincho, de corte electrónico, y que es ejecutada (cuándo entra y cuándo desaparece) de un modo tan insólito como, quizá, cuestionable. Sin embargo, el guion se atasca en la parte central, y su deriva final, de thriller grotesco con toque surreal, nunca acaba de encajar, por mucho que ahí radique su esencia: lo extraordinario de lo ordinario. Y no por falta de atrevimiento, que lo tiene, sino por un grave problema de narración y de concreción, como si en fase de montaje o de última versión del guion se hubiese hecho desaparecer una parte de su relato y el conjunto hubiese quedado un tanto desvaído.

Aunque, finalmente, y a pesar de sus valores de dirección y de sus errores de narración, la película es del joven actor Bernat Quintana, de larga trayectoria en televisión desde sus inicios infantiles, que en su primer protagonista en cine borda un personaje muy de su tiempo, de apariencia indolente y con la duda en la mirada, triste habitante de un periodo social implacable con los soñadores.

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