Herrajes de Chirino
Un poema dedicado al escultor canario, fallecido a los 94 años
A Marta Chirino.
Y a Margarita Argenta, su madre.
Es Valyunque el nombre del lugar de la fragua.
Suena allí la música del fuego, un golpe seco.
Sobre ella reposa una espiral del viento.
El artista se busca en el espacio.
O el espacio lo busca;
su mirada vaga por el aire
y vuelve a pelearse con el yunque.
O se acaricia en él.
Una suave manera de enfrentarse a la fuerza del hierro;
conseguir apresar el aire de la lluvia.
Es este otro paisaje agreste, muy hostil,
donde la mirada del artis...
A Marta Chirino.
Y a Margarita Argenta, su madre.
Es Valyunque el nombre del lugar de la fragua.
Suena allí la música del fuego, un golpe seco.
Sobre ella reposa una espiral del viento.
El artista se busca en el espacio.
O el espacio lo busca;
su mirada vaga por el aire
y vuelve a pelearse con el yunque.
O se acaricia en él.
Una suave manera de enfrentarse a la fuerza del hierro;
conseguir apresar el aire de la lluvia.
Es este otro paisaje agreste, muy hostil,
donde la mirada del artista abarcó desde el monte
un mar inexistente donde habitaba un ángel.
No es cualquier cosa un ángel.
Además de un sueño
puede que sea un aire.
Pasa del dibujo al hierro
y logra así otorgar su peso al agua.
O al golpe duro de la piedra
donde habrá segura garantía
de ser distinto ángel,
capaz de suspirar como lo hacen
las espirales bañadas por el viento,
tocadas por el fuego,
sintiéndose mojadas.
El escultor da vuelo al hierro
y éste halla su espacio entre las nubes.
Una vegetación austera sobrevive
a la escasez del agua detrás de un yunque limpio.
Siempre serán más fuertes los golpes de las aguas.
Ya los vientos se entienden con el agua y el fuego.
O destruyen el peso del más ligero pájaro.
Del cielo a la tierra y de la tierra al cielo
no se circula de otro modo.
O tal vez sí;
o tal vez por el mar, que se baña a sí mismo.