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El director describe una América deprimida, pero sin perder de vista la universalidad de su humana materia prima

“La interpretación es esa cosa extraña y misteriosa que ellos (los actores) pueden hacer y yo no”, afirmaba el británico Andrew Haigh en una entrevista. Y quizá en esa humildad haya que encontrar el secreto de la poética de Haigh, cuya cámara captura a sus actores como si estuviera asistiendo a un milagro: al acto asombroso de que un gesto sutil amplifique un significado, diga lo que no puede reducirse a palabras y proyecte un eco persistente, como, sin ir más lejos, sucedía con ese ligero temblor en los labios de Charlotte Rampling que cerraba 45 años (2015). En Lean on Pete...

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“La interpretación es esa cosa extraña y misteriosa que ellos (los actores) pueden hacer y yo no”, afirmaba el británico Andrew Haigh en una entrevista. Y quizá en esa humildad haya que encontrar el secreto de la poética de Haigh, cuya cámara captura a sus actores como si estuviera asistiendo a un milagro: al acto asombroso de que un gesto sutil amplifique un significado, diga lo que no puede reducirse a palabras y proyecte un eco persistente, como, sin ir más lejos, sucedía con ese ligero temblor en los labios de Charlotte Rampling que cerraba 45 años (2015). En Lean on Pete, su nuevo trabajo, Haigh emprende su aventura americana, sin sucumbir a la fetichización mitómana de un imaginario ajeno, ni rendirse al acto reflejo de contener señas de identidad para ampliar mercado.

LEAN ON PETE

Dirección: Andrew Haigh.

Intérpretes: Charlie Plummer, Steve Buscemi, Chloë Sevigny, Travis Fimmel.

Género: drama.

Gran Bretaña, 2017

Duración: 121 minutos.

Lean on Pete es una historia de iniciación que se propone como un soterrado western inverso: aquí el camino es del oeste al este y, también, de la intemperie al cobijo de un hogar que siempre parece situado más allá del horizonte. Tras la muerte de su padre –espíritu libre que concilió afecto y vida caótica- y un profundo desengaño vital –el que le sirve en bandeja su primer jefe, un buscavidas en las zonas marginales de la hípica-, Charley, joven de 15 años, emprende una huida a través de los desiertos de Oregón, en compañía de un viejo caballo de carreras; su objetivo es salvarle la vida al caballo, pero también encontrar para sí mismo un techo de afecto.

A Haigh le interesan más sus actores que los gestos estéticos, aunque la elaborada toma en continuidad que da paso al tercer acto es contundente y virtuosa. En el punto de destino, de nuevo, un pequeño gesto que lo dice todo y eleva esta película donde la fragilidad del joven Charlie Plummer se mide con el expeditivo descreimiento de Steve Buscemi y la comprensiva madurez de una gran Chloë Sevigny. Partiendo de la novela del músico y escritor Willy Vlautin, Haigh describe una América deprimida, pero sin perder de vista la universalidad de su humana materia prima.

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