Opinión

‘Lolita’, placeres de una relectura

Llego a la última página al cabo de un viaje donde he sido transformado por el libro

Edición francesa de 'Lolita'.

Quise volver a leerla luego de todos estos años, estimulado por esa urgencia que implantan las novelas imprescindibles, aquellas que se elevan por encima del goce estético y narrativo, dejando un sedimento en sus lectores. Llego a la última página al cabo de un viaje donde he sido asaltado por las dudas, la incomodidad, las certezas, las preguntas y el deslumbramiento, transformado por el libro.

He vuelto a encontrarme con su personaje principal. "Un hombre horrible, abyecto, un ...

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Quise volver a leerla luego de todos estos años, estimulado por esa urgencia que implantan las novelas imprescindibles, aquellas que se elevan por encima del goce estético y narrativo, dejando un sedimento en sus lectores. Llego a la última página al cabo de un viaje donde he sido asaltado por las dudas, la incomodidad, las certezas, las preguntas y el deslumbramiento, transformado por el libro.

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He vuelto a encontrarme con su personaje principal. "Un hombre horrible, abyecto, un ejemplo flagrante de lepra moral, una mezcla de ferocidad y jocosidad que acaso revele una suprema desdicha, pero que no puede resultar atractiva", como es descrito. A pesar de su monstruosidad, es capaz de evocar su pasado así: "Cuando me vuelvo para mirarlos, los días de mi juventud parecen huir de mí como una ráfaga de pálidos desechos reiterados, semejante a esas nevadas matinales de pañuelos y toallitas de papel que ve arremolinarse tras la estela del convoy el pasajero que contempla el panorama desde el coche mirador de un gran expreso".

Este ser perturbado y pusilánime, enfermo crónico del mal de la mediocridad, que describe en primera persona los detalles más sórdidos de una perversión, también puede regalarnos imágenes como esta: "Sin duda, todos ustedes conocen esos fragantes resabios de días suspendidos, como moscas minúsculas, en torno de algún seto en flor o súbitamente invadido y atravesado por las trepadoras, al pie de una colina, en la penumbra estival, llenos de sedosa tibieza y de dorados moscardones".

A su lado está la protagonista femenina. Cuando la ve, el narrador queda pasmado: «entonces, sin previo aviso, una oleada azul se hinchó bajo mi corazón y vi sobre una esterilla, en un estanque de sol, semidesnuda, de rodillas, a mi amor de la Riviera, que se volvió para espiarme por encima de sus gafas de sol». Admirada por las razones más oscuras, ella resulta víctima de la violencia más ruin, una y otra vez sufre los abusos más ruines, que destruirán su alma y condenarán su suerte. Su destino entristece, conmueve, subleva.

Borges decía que uno solo recuerda las cosas la primera vez. A partir de ese momento recordamos nuestros recuerdos, en un proceso de la memoria que inevitablemente termina por deformar los hechos originales. Apenas acabada, la novela me ha resultado todavía más fascinante y compleja que la primera vez que la leí, llena de sutilezas, juegos literarios y lecturas múltiples. Cuenta la historia de una obsesión infame, pero además retrata a una sociedad frívola y despersonalizada, donde las apariencias, las falsas sonrisas y la obsesión por el consumo enmascaran la peor soledad y la miseria más profunda.

Ahora veo que, a pesar de los más de sesenta años transcurridos desde su aparición, la novela sigue despertando polémicas y mantiene intacto su poder subversivo, ese que estuvo a punto de impedir que se publicara, hasta que, luego de numerosos rechazos, un editor francés desafió a la censura. Ese que la mantiene viva y puede respirarse desde su primera línea: "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-Li-Ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li.Ta.".

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