Columna

Media cuartilla

Wagensberg conocía de primera mano el valor de dos cualidades que no solemos asociar a la ciencia, pero que forman parte de su esencia: la belleza y la brevedad.

Una vez su madre le regaló dos corbatas, una amarilla y una roja. Las dos yacían expuestas en una mesa, justo entre Wagensberg y su madre, mientras el hijo se acercaba a ellas balbuciendo alguna salida honrosa como “ay, mamá, pero no tenías que haberte molestado…”, u otro epítome lírico de los que uno dice cuando le regalan dos corbatas. Entonces Wagensberg cogió la corbata roja de la mesa, y su madre le increpó de inmediato: “¿Qué pasa, que no te gusta la amarilla, ¿no?”. Jorge contaba estas anécdotas de su madre con una mezcla de ternura y exasperación, también con profundidad y concisión, ...

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Una vez su madre le regaló dos corbatas, una amarilla y una roja. Las dos yacían expuestas en una mesa, justo entre Wagensberg y su madre, mientras el hijo se acercaba a ellas balbuciendo alguna salida honrosa como “ay, mamá, pero no tenías que haberte molestado…”, u otro epítome lírico de los que uno dice cuando le regalan dos corbatas. Entonces Wagensberg cogió la corbata roja de la mesa, y su madre le increpó de inmediato: “¿Qué pasa, que no te gusta la amarilla, ¿no?”. Jorge contaba estas anécdotas de su madre con una mezcla de ternura y exasperación, también con profundidad y concisión, como si fuera uno de sus famosos aforismos, el género al que se entregó completamente en sus últimos años.

Pensador de fondo, escritor y museógrafo de talento, pero sobre todo físico hasta la médula, conocía de primera mano el valor de dos cualidades que no solemos asociar a la ciencia, pero que forman parte de su misma esencia: la belleza y la brevedad. Hay otra anécdota que lo muestra bien. Una vez fue a verle al museo un espontáneo y dejó caer sobre su mesa un grueso manuscrito de 500 folios con gran estruendo, mientras le decía: “Einstein se equivocaba; aquí tiene usted la ‘verdadera’ teoría de la relatividad”.

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—Su teoría es falsa –le respondió Wagensberg de inmediato.

—Pero ¿cómo puede usted concluir eso sin haberlo ni abierto?

—Porque la teoría de Einstein, señor mío, se puede escribir en media cuartilla.

Sus aforismos, en efecto, eran o querían ser ecuaciones, expresiones breves y elegantes capaces de contener un universo de datos y reflexiones, auténticos destilados del mundo físico, definitivos en el único sentido en que lo puede ser una verdad científica, siempre provisional y autodestructiva, pues contiene en su estructura el germen de su propia refutación. Siempre, claro está, que alguien sea capaz de demostrar un hecho que la contradice con claridad y de manera fructífera. Y no en 500 folios, a ser posible.

Escandalizaré a los filósofos si digo que Wagensberg era uno de mis pensadores favoritos, pero escandalizar a los filósofos es una de las travesuras favoritas de cualquier científico, ¿no es cierto? Hasta siempre, mi querido amigo.

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