Parar el tiempo

'Hebrea' fue un toro bravo, encastado, que peleó en varas y se creció al castigo

JORGE F. HERNÁNDEZ

Ese que salió en segundo lugar de la lidia, marcado con el hierro de Jandilla, del encaste Domecq y nombre femenino de Hebrea, ese toro se hizo sentir desde que salió de toriles: un toro bravo, encastado, que peleó en varas y se creció al castigo y que compartió con sus hermanos la savia inconfundible de la noble bravura que salva a la fiesta. Mal dúo el que tocó en suerte para que se despidiera de Madrid Francisco Rivera Ordóñez, ahora llamado Paquirri, y de más complejas ecuaciones los dos toros que le tocaron a López Simón, que no pudo cuajar las faenas que traía en mente....

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Ese que salió en segundo lugar de la lidia, marcado con el hierro de Jandilla, del encaste Domecq y nombre femenino de Hebrea, ese toro se hizo sentir desde que salió de toriles: un toro bravo, encastado, que peleó en varas y se creció al castigo y que compartió con sus hermanos la savia inconfundible de la noble bravura que salva a la fiesta. Mal dúo el que tocó en suerte para que se despidiera de Madrid Francisco Rivera Ordóñez, ahora llamado Paquirri, y de más complejas ecuaciones los dos toros que le tocaron a López Simón, que no pudo cuajar las faenas que traía en mente. Pero el tal Hebrea, que terminó dando la vuelta al ruedo, que galopó del tercio a los medios y que se quejaba con las banderillas y se fijaba hasta en el vuelo de las moscas o el aleteo de los abanicos en los tendidos y siempre embistió metiendo la cara y bajando los belfos y en todo momento ávido de utilizar las astifinas puntas de sus cuernos, se ganó la tarde y quizá, la feria entera.

Ahora bien, ese que lo lidió hizo en realidad una pequeña sinfonía que sería perfecta de no haber fallado con la espada, rematando la partitura con una media no lagartijera, sino trasera; ese que se vistió hoy de purísima y oro, con la estrella de David tatuada en los bordados de la taleguilla y en la espalda de la chaquetilla, pues ese se llama Sebastián Castella y en variadas tandas por la derecha y sobre todo por el lado izquierdo explayó la bandera francesa de las tres garantías: citar (incluso de lejos), templar (incluso, a pesar del viento) y mandar (incluso, en círculos de Luna redonda)… y girar, porque ya se sabe que en francés —desde Los tres mosqueteros (que eran cuatro) todo trinomio tiene un complemento—.

Una oreja de Hebrea, cortada por un artista vestido con la estrella de David por una faena de intensa belleza estética y sobresaliente conocimiento de la técnica que antecede al arte y dentro de todas las notas que interpretaron ambos —toro y torero— conjugados sobre el ruedo de Las Ventas, ese muletazo largo con la izquierda donde Castella se enroscó al animal de 527 kilos en torno a su cintura, dibujando un círculo imaginario donde de pronto se paró el tiempo, dejó de soplar el viento, se callaron los que se quejan, suspiró una anciana en el tendido 8 y nació la ilusión de un niño sentado en un tendido bajo del 6… en ese instante de eternidad, Sebastián Castella viajó al nefando momento de hace unos días, en que hubo quien le recomendaba retirarse a un monasterio, arrepentirse de su vocación hoy consagrada y asumir como derrota lo que simplemente fue una mala tarde, antesala de la gloriosa tarde de hoy, viernes, en que Castella, por verónicas, chicuelinas, saltilleras, medias y recortes, derechazos, naturales, forzados y pases de pecho simplemente detuvo el tiempo y puso a todos, incluso a sí mismo, en su lugar.

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