Terror intelectual

Un inclasificable y arriesgadísimo cruce entre el gótico y la estupidez social de hoy día

Kristen Stewart en un fotograma de 'Personal shopper'.

Olivier Assayas es un cineasta tan inteligente que incluso en los resbalones sabe caer con clase. Y aunque Personal shopper quizá sea uno de esos deslices, no le resulta difícil legar unos cuantos instantes de indudable magia narrativa que, si no levantan del todo una película suicida y cojitranca, sí al menos sostienen, junto al magnífico trabajo interpretativo de Kristen Stewart, un inclasificable y arriesgadísimo cruce entre el terror gótico y la estupidez social de hoy día.

El mayor problema de la película...

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PERSONAL SHOPPER

Dirección: Olivier Assayas.

Intérpretes: Kristen Stewart, Lars Eidinger, Nora von Waldstätten, Anders Danielsen.

Género: intriga. Francia, 2016.

Duración: 105 minutos.

Olivier Assayas es un cineasta tan inteligente que incluso en los resbalones sabe caer con clase. Y aunque Personal shopper quizá sea uno de esos deslices, no le resulta difícil legar unos cuantos instantes de indudable magia narrativa que, si no levantan del todo una película suicida y cojitranca, sí al menos sostienen, junto al magnífico trabajo interpretativo de Kristen Stewart, un inclasificable y arriesgadísimo cruce entre el terror gótico y la estupidez social de hoy día.

El mayor problema de la película es que las dos tramas que la alimentan son agua y aceite: el trabajo de la joven protagonista como guía de moda y complementos de una celebridad de las revistas y las fiestas de alto nivel, y la tentativas de encuentro espiritual de aquella, la personal shopper del título, con su hermano mellizo muerto, a través de encuentros paranormales y gracias a sus clarividentes facultades extrasensoriales. Así, lo que en manos de otros seguramente sería un debacle en toda regla, en las del director de las extraordinarias Finales de agosto, principios de septiembre (1998), Las horas del verano (2008) y Viaje a Sils Maria (2014) tiene al menos el esporádico poderío del autor trascendente que se introduce en los códigos del terror con la intelectualidad por bandera. Un tanto a la manera del Andrzej Zulawski de La posesión (1981) o el Jerzy Skolimowski de El grito (1978), propuestas mentales, como esta, de directores de aguerrido sentido de lo erudito y lo filosófico.

Para ello, Assayas introduce guiños cultos como las experiencias reales del escritor francés Victor Hugo con el espiritismo a raíz de la muerte de su hija, o la interesante referencia a la pintora sueca Hilma af Klint, pionera de la abstracción. Sin embargo, frente a momentos de excelente cadencia, sobre todo en las conversaciones a dúo, la representación visual de las apariciones es decepcionante, y nunca acaba de encontrar el pulso a la intriga. Y ahí los interminables minutos de acoso telefónico son el paradigma de una película finalmente más cargante que fascinante.

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