Opinión

El amante de los juguetes que no calló ante la corruptelas del arte

Un acto de justicia poética: Carlos Pérez, que alertó del desvarío gestor de la hoy investigada Consuelo Ciscar, tendrá una sala con su nombre en el antiguo IVAM

Carlos Pérez, con la medalla de la Orden de las Artes de Francia.MIGUEL LORENZO

A Carlos Pérez le gustaban los mastodónticos paquebotes de principios de siglo XX que cruzaban el Atlántico. Como no vivió en aquellos tiempos, se dedicó a reunir, estudiar y exhibir todo tipo de papeles, objetos, en definitiva, obras de artes de sus admiradas vanguardias artísticas de entreguerras. Igual podían ser carteles del transatlántico ‘Normandie’ o de la bailarina negra Josephine Baker que...

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A Carlos Pérez le gustaban los mastodónticos paquebotes de principios de siglo XX que cruzaban el Atlántico. Como no vivió en aquellos tiempos, se dedicó a reunir, estudiar y exhibir todo tipo de papeles, objetos, en definitiva, obras de artes de sus admiradas vanguardias artísticas de entreguerras. Igual podían ser carteles del transatlántico ‘Normandie’ o de la bailarina negra Josephine Baker que juguetes de Torres García o de Alexander Calder o dibujos para aprender a sumar de El Lissitzky. También le gustaban mucho el circo, el jazz, el cómic, el cine, la tipografía y sobre todo, Margarita y Marta, su mujer y su hija. Y estaba encantado, por afrancesado, de haber recibido la condecoración de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia por su "pasión erudita por el arte popular". Eso fue en 2012. Un año después, murió.

Tenía 66 años. Y había sido muchas cosas: pedagogo, director general de Servicios Sociales, conservador del Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) y del Museo Nacional Reina Sofía y responsable de exposiciones del Museu Valencià de la Il.lustració i la Modernitat (Muvim). También había sido un agitador cultural, además de un tipo entrañable, divertido, riguroso y honesto. Tanto que fue de los primeros que vio venir la deriva del barco que había contribuido a botar, el IVAM, y no dudó en advertir a diestro y siniestro del naufragio de la dirección de Consuelo Ciscar (entre 2004 y 2014), que hundió la extraordinaria singladura inicial del museo.

Hoy es muy fácil. Hoy incluso se rivaliza a ver quién hace más leña del árbol caído con la seguridad de la auditoría de la Generalitat, que constató un rosario de irregularidades, sobrecostes y nepotismo, y la instrucción de la jueza que ha imputado a Consuelo Ciscar (y a cinco de sus estrechos colaboradores) por los delitos de malversación de caudales, prevaricación y falsedad documental. Pero cuando Ciscar era el mascarón de proa del IVAM y de la política cultural del PP valenciano, con un amplio presupuesto a su disposición, y algunos conocidos artistas, expertos, críticos y periodistas de España avalaban su gestión con su colaboración (pese a dirección que ya apuntaban las noticias publicadas), Carlos Pérez no dejó de alertar de lo que estaba sucediendo. Su visión de la cultura pasaba por el compromiso cívico.

Le sacaba de sus casillas el descrédito en que estaba cayendo el museo, cada vez más parecido en su mediocre devenir y en sus irregulares prácticas a cualquiera de las instituciones políticas que han protagonizado los múltiples casos de corrupción del primer decenio del siglo XXI (algunos larvados con anterioridad) en la Comunidad Valenciana.

Por todo ello, la decisión del Consorci de Museus de bautizar con el nombre de Carlos Pérez una de las salas del Centre del Carmen, que fue también subsede del IVAM, es un acto de justicia poética y cívica. Allí se exhibían las obras de los artistas más experimentales y jóvenes hasta que otra arbitrariedad política cercenó su filiación con el museo. Y allí, entre la arquitectura renacentista y gótica de los claustros del antiguo convento, un nombre evocará a partir del jueves un mundo perdido, formado por trapecistas de alambre, juguetes de hojalata y bailarinas que hermanaban el jazz con el dadá.

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