Partidarios del paraíso

En Colombia las bibliotecas públicas han actuado como refugios contra la violencia

Las bibliotecas están llenas de historias. Los bibliotecarios, también. Hace poco coincidieron en Bogotá Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional de Colombia; Alberto Manguel, su homólogo en la de Argentina, y Héctor Abad, responsable de la de la Universidad EAFIT, en Medellín. Cada mañana los tres acudían al desayuno cargados de historias. Manguel conta...

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Las bibliotecas están llenas de historias. Los bibliotecarios, también. Hace poco coincidieron en Bogotá Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional de Colombia; Alberto Manguel, su homólogo en la de Argentina, y Héctor Abad, responsable de la de la Universidad EAFIT, en Medellín. Cada mañana los tres acudían al desayuno cargados de historias. Manguel contaba, por ejemplo, que ha decidido fotografiar las pintadas callejeras para abrir un archivo. También busca una forma de conservar los correos electrónicos de los escritores. ¿Cómo si no editar en el futuro una correspondencia? ¿Cómo escribir sin ella una biografía fiable?

Mientras, Héctor Abad explicaba que pidió a Steven Pinker que recomendara 20 libros a los lectores. El científico cumplió con dos de Nabokov, dos de Dawkins, dos de Rebeca Goldstein y sendos de Orwell, Darwin y compañía. En el blog de la biblioteca ya cuelgan los 20 de Vargas Llosa, Vila-Matas, Trapiello, Rosa Montero o Carla Guelfenbein.

La biblioteca que dirige Consuelo Gaitán conserva la medalla del Nobel de Gabriel García Márquez y la Smith Corona con la que escribió Cien años de soledad. También atesora el manuscrito de La vorágine, de José Eustasio Rivero, que al principio no se tituló así. El primer título está tachado y resulta ilegible. Tampoco era igual su célebre primera frase: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.

A las historias bogotanas de Gaitán se le suman las de las 1.400 bibliotecas públicas de toda Colombia que dependen de ella. Por eso una mañana apareció con la de La Hormiga, un pueblo del Putumayo, el departamento fronterizo con Ecuador cuyo nombre fue durante años sinónimo de conflicto. En tiempos en que toda institución del Estado estaba vetada por guerrilleros o paramilitares, los vecinos consiguieron que los libros tuvieran vía libre. Eso no impedía que algunos de los chicos que participaban en las lecturas de cuentos llegaran luego con un arma en las manos. Sin embargo, no todas las historias de La Hormiga tenían un final triste. Más bien al contrario: pusieron en marcha un programa de radio y lanzaron una revista de título inequívoco -Katharsis- para hablar anónimamente de lo que nadie hablaba: las consencias de tanta violencia en la vida de los vecinos más allá de las grandes palabras.

Muchas veces las paredes de las bibliotecas han funcionado en Colombia como un refugio. En una de ellas, por ejemplo, podía aparecer un chaval buscando información en Internet, concretamente, sobre las FARC: iba a enrolarse a cambio de un futuro para su madre. Fue la bibliotecaria la que le encontró una alternativa. Parece un cuento, es una historia real. Borges imaginaba el paraíso con la forma de una biblioteca. Hay sitios en los que esa frase no es solo una metáfora.

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