CRÍTICA | HEIDI

El realismo de un mito

La película de Alain Gsponer llega con algo tan sencillo bajo el brazo como ser fiel al texto original

Pocas películas se pueden estrenar hoy en día donde trama y personajes sean tan conocidos a priori por cualquier adulto que no haya estado escondido en una cueva. Heidi forma parte de nuestro imaginario colectivo; para la mayoría, de la niñez, y, sin embargo, pocos proyectos más certeros que esta película alemana para los tiempos contemporáneos. Ahora que rara (y privilegiada) será la niña (o el niño) que esté leyendo la novela de Johanna Spiry, ahora que una espantosa serie de animación digital hace que añoremos los tiempos de aquella sensacionalmente lacrimógena y efervesce...

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Pocas películas se pueden estrenar hoy en día donde trama y personajes sean tan conocidos a priori por cualquier adulto que no haya estado escondido en una cueva. Heidi forma parte de nuestro imaginario colectivo; para la mayoría, de la niñez, y, sin embargo, pocos proyectos más certeros que esta película alemana para los tiempos contemporáneos. Ahora que rara (y privilegiada) será la niña (o el niño) que esté leyendo la novela de Johanna Spiry, ahora que una espantosa serie de animación digital hace que añoremos los tiempos de aquella sensacionalmente lacrimógena y efervescente Heidi de anime japonés, la película de Alain Gsponer llega con algo tan sencillo bajo el brazo como ser fiel al texto original y a los tiempos en los que se desarrolla: un final del siglo XIX en la Europa Central en el que se podían contraponer dos tipos de educación, la severa y la espontánea.

HEIDI

Dirección: Alain Gsponer.

Intérpretes: Katharina Schüttler, Bruno Ganz, Isabelle Ottmann, Anuk Steffen.

Género: drama. Alemania, 2015.

Duración: 106 minutos.

Con una cámara muy ágil, casi en continuo movimiento, aunque con un efecto fotográfico de foco suave en las secuencias de interior que resulta algo añejo, esta Heidi aboga por el realismo de los ambientes y los rostros, por la pobreza de las ropas y el impacto de los surcos de la vida (los del mítico viejo de los Alpes que interpreta Bruno Ganz, o los de la abuela ciega), y únicamente cojea por un fatigoso empeño en que la partitura musical de fondo no pare ni a tiros. No faltan Pedro ni las cabras, la señorita Rottenmeier ni el milagro final. Ya nos la sabemos, pero su encanto y eficacia, comandados por la abierta sonrisa de Anuk Steffen, podrían ser los de siempre.

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