Así son las fiestas del mundillo literario

Un recorrido por los saraos que animan a editores y escritores durante la cita literaria

Ambiente en el primer fin de semana de la Feria del Libro en el parque madrileño del Retiro. Kike Para

Ojo: si ustedes ven a un librero de la Feria del Libro atender durante las primeras horas de la mañana de forma confusa y espesa, como si tuviera un clavo clavado en el cerebro, tal vez se deba a que la noche anterior haya estado de farra. Porque la Feria es feria por el día, pero muchas noches también es fiesta. Diversos colectivos y editoriales organizan saraos en los que eso que llaman el mundillo literario, normalmente disperso por toda la ge...

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Ojo: si ustedes ven a un librero de la Feria del Libro atender durante las primeras horas de la mañana de forma confusa y espesa, como si tuviera un clavo clavado en el cerebro, tal vez se deba a que la noche anterior haya estado de farra. Porque la Feria es feria por el día, pero muchas noches también es fiesta. Diversos colectivos y editoriales organizan saraos en los que eso que llaman el mundillo literario, normalmente disperso por toda la geografía española e internacional, se junta, se adereza con música y alcohol y se roza con fruición, que dicen que así se hace el cariño.

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Una de las partys más celebradas es la que organiza cada año la asociación de editoriales independientes Contexto y que tuvo lugar el pasado fin de semana. Tenían la cosa difícil: esa misma noche se jugaba la final de la Champions entre el Real Madrid y el Atlético. "Pues resulta que Luis Solano, el editor de Libros del Asteroide, que es como nuestro MisterChip, hizo un Excel y descubrió que el 40% de las finales de Champions acaban en prórroga. Así que o poníamos una pantalla o nos quedábamos sin fiesta", explica Enrique Redel, editor de Impedimenta, sin quitar, por cierto, el ojo de la susodicha pantalla, donde va finalizando el tenso encuentro. Además de la suya, las otras editoriales que forman Contexto son la citada Libros del Asteroide, Sexto Piso, Nórdica y Periférica. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen: la música corre a cargo de la dj ocasional Paca Flores, de Periférica, que muy elegantemente anima el evento entre el indie y la electrónica para que los letraheridos, lejos de sus casetas y sus oscuras buhardillas, muevan (solo un poco) el anquilosado esqueleto.

“Esta fiesta es ya una tradición de ocho años para dar las gracias por seguir ahí a toda la gente que nos rodea y celebrar que esto del libro sigue funcionando”, continúa Redel, “nos reunimos para charlar y pasarlo bien, y siempre nos gusta más invitar a los soldados que a los jefes. Por cierto, ¿quieres un ticket para cerveza?”. Pues claro. En la barra intercambian estos papelitos por el preciado y burbujeante líquido y allí se acodan los literatos (escritores, libreros, editores, traductores, críticos y, en fin, todo eso que llaman la cadena de libro. ¿Habrá algún lector?) y hablan de sus cosas. Por ejemplo, el poeta Ismael Belda que asegura que a sus 39 años esta es su primera fiesta literaria, “o casi. Hay un montón de gente guapa por aquí y eso da buenas vibraciones”. Le acompaña el crítico y traductor Martín Schifino: “Además de a divertirse a estas fiestas se viene a hacer un poco de política, relaciones sociales, mostrar la cara, charlar un poco con los pares…”, cuenta.

Pero se empieza a oír jaleo en la calle. Ha ganado el Real Madrid. Como resulta que la fiesta sucede en el hotel Iberostar Las Letras (dentro la nutrida programación literaria que Carlos Pardo y María Jesús Garcés comisarian en sus salones bajo el nombre de La habitación número 13), muy próximo a Cibeles, donde el club merengue celebra sus triunfos, ya empiezan a pasar los fans enfervorecidos; algunos, sin camiseta, dan golpes en los ventanales, ante la mirada asombrada de los letraheridos. “Oe, oe, oe”, gritan los futboleros. Pero también hay futboleros en las filas de las letras, como Elena Medel, poeta y editora de La Bella Varsovia, que aparece al rato, eufórica, portado una bufanda del Real Madrid: “Soy madridista y mourinhista: vengo de celebrar en la Cibeles y pienso volver luego. Esto es lo más grande”, dice.

La cosa se va animando y el trasiego de cervezas va en aumento, al tiempo que muchos van abordando los gin tonics de rigor y otros combinados, la gente se saluda efusivamente y muchos se ponen cara por primera vez, porque estos saraos tienen mucho de Facebook viviente: los que se han conocido en formato bit, ahora lo hacen formato átomo. “Aunque al final somos siempre los mismos”, dice Sheila R. Melhem, editora de Modernito Books. ¿Es verdad que el mundillo literario es un revoltijo de egos, puñaladas y vanidades? “Yo creo que en estas fiestas se habla de todo menos de literatura”, nos tranquiliza el poeta Ignacio Vleming, “y tampoco le dejan mucho espacio a uno para hablar de su libro. Se habla más de chismes, de rollos, de estrategias de ventas, de gente desaparecida…”. ¿Y es cierto que se bebe mucho? “Los escritores son muy borrachos, pero peor somos los editores. Hay que beber mucho para aguantar esto”, bromea Melhem.

La Feria congrega a gentes del libro de todas las latitudes. Por ejemplo, por aquí anda Ana S. Pareja, de Alpha Decay que dice estar muy contenta en su etapa berlinesa, y Diana Hernández, de Turner, que viene de Barcelona después de pasar una larga temporada en México. “En todos los mundillos reducidos se notan más las virtudes y los vicios, y así pasa en el mundillo literario. Y hay gente muy buena y generosa”, explica Hernández, “por lo demás te puedo decir que la gente de las letras de la línea clásica se conserva en alcohol”. El columnista y novelista Juan Soto Ivars, viene también de Barcelona, e incombustible: “Es curioso: por desgracia vivo allí desde hace cinco años y cuando voy a las fiestas literarias todo el mundo es muy frío y aburrido. En Madrid es todo lo contrario, el desparrame puro. Pero es que los rancios de Barcelona viene aquí y se hacen superamistosos: están fingiendo”. Aparece el poeta Camilo de Ory, que ironiza sobre el cainismo de las letras: “Pues yo acabo de llegar y ya llevo tres puñales clavados en las espalda, y bien retorcidos”.

También bajaron de las montañas astures ese grupo de poetas seguidores de la Patafísica, Dadá y la desaparecida Duquesa de Alba: los patarrealistas salvajes, que hablan por boca de su misterioso líder Rinoceronte García: “Hemos venido a emborracharnos y codearnos con peña. Hay señores que llevan barba y hablan de cosas. Además hay un montón de poetas. En España se escribe demasiada poesía. Y un periodista de El País. Lo que no hay es catering”.

Hay otras fiestas: desde las de grandes grupos editoriales como Random House Mondadori, ya celebrada, hasta las de bodegas asociadas con editoriales. Este es el caso de la fiesta Beber entre líneas, que organizan las bodegas Solar de Samaniego y la editorial Algaida (juntas otorgan también el premio de novela Solar de Samaniego). Será el próximo jueves 9, en el espacio Leer (Agumosa, 37). “Habrá lectura y cata de vino, en definitiva se trata de despedirnos de la feria por este año”, dicen fuentes de la organización.

Las gentes independientes del mundillo literario también saben montárselo. Es el caso de La Osa Moña (se celebra el próximo día 11 de junio en El Fabuloso Bar), que ya tiene ocho años de antigüedad, y cuya cabeza visible es Desirée Rubio de Marzo, que viene a ser la versión más underground y popular en esto de las fiestas literarias, aunque lo cierto es que es casi de las más exitosas, y que tiene, además, la particularidad de contar con un picnic a mediodía en El Retiro además de los fastos nocturnos. “La idea es que la gente no vaya a trabajar, este relajada y no haya demasiado networking”, dice Rubio de Marzo.

En estas fiestas también fluye el amor (como diría Pablo Iglesias del Congreso de los Diputados): el escritor Manuel Astur y Raquel Vicedo, editora de Sexto Piso, se conocieron en uno de los picnics de La Osa Moña e iniciaron relaciones en la fiesta del año siguiente. “Una pareja literaria como esta es fantástica, porque ella es editora y traductora y sabe tratar con esos seres ególatras y asustadizos que somos los escritores”, confirma Astur, “pero no compenetraríamos igual aunque fuera electricista”.

Eso sí, a la pregunta por alguna anécdota divertida en este tipo de reuniones nocturnas la respuesta es unánime: “Buff, se me ocurren unas cuantas, pero ninguna publicable”. Caramba, para ser escritores no le dan demasiado a la fabulación. ¿Qué harán estos literatos que no se puede contar? A uno le vuela la imaginación: seguramente acaban la noche en casa de alguno leyendo esas novelas que escriben los presentadores de la tele y que dicen odiar. Y en formato ebook.

A eso de las tres cierra el chiringuito y los diversos grupúsculos se debaten entre un garito u otro, entre irse a la cama o disolverse en las calles y convertirse en noche. Pero el tiempo pasa y la verdad desagradable asoma: la Feria del Libro, como un monstruo implacable y hambriento, volverá a abrir mañana por la mañana sus persianas. Entonces los editores, los escritores, los libreros volverán hacendosos a ocupar sus blancos cubículos con el clavo invisible en la cabeza y la legaña puesta. Y probablemente se siga sin hablar de libros, pero sí de la magnitud de la resaca.

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