El oropel vacuo
Es la versión cinematográfica de la serie con aún más lujo y repleta de cameos
La serie de televisión El séquito, emitida por la HBO entre 2004 y 2011 a lo largo de ocho temporadas, tenía una gran virtud inicial: se introducía en un ente reconocible, atractivo y con inmensas posibilidades dramáticas y cómicas, aunque muy poco tratado en la ficción, el grupo de acólitos que rodea a la estrella (aquí, el cine, pero bien podría valer el deporte, fotos de verano de Neymar y Cristiano, mediante), ese grupeto que puede ejercer tanto de pegamento con la autenticidad del hombre común convertido en mito como de pasaporte hacia la ruina inmediata, previo paso por el siemp...
La serie de televisión El séquito, emitida por la HBO entre 2004 y 2011 a lo largo de ocho temporadas, tenía una gran virtud inicial: se introducía en un ente reconocible, atractivo y con inmensas posibilidades dramáticas y cómicas, aunque muy poco tratado en la ficción, el grupo de acólitos que rodea a la estrella (aquí, el cine, pero bien podría valer el deporte, fotos de verano de Neymar y Cristiano, mediante), ese grupeto que puede ejercer tanto de pegamento con la autenticidad del hombre común convertido en mito como de pasaporte hacia la ruina inmediata, previo paso por el siempre acechante comportamiento garrulo. La serie se veía bien, quizá demasiado bien.
EL SÉQUITO
Dirección: Doug Ellin.
Intérpretes: Adrian Grenier, Jeremy Piven, Kevin Connolly, Kevin Dillon.
Género: comedia. EE UU, 2015.
Duración: 105 minutos.
Así que la efervescencia le duraba poco más de temporada y media (al menos, a este crítico), justo hasta que se confirmaba que el presumible bisturí crítico nunca hacía mella y sólo era un adorno que acababa ensalzando su trivial hedonismo. Una sensación que se agudiza con El séquito, versión cinematográfica de la serie que, con aún más lujo y repleta de cameos, confirma que tiene la trascendencia de la foto de cuatro idiotas marcando músculo en un yate. La belleza dramática estaba en el interior de esas cabezas, pero la superficie vende infinitamente más.