“José Tomás torea para él, antes que para el público”

Cientos de aficionados se agolpan en la plaza de Aguascalientes ansiosos por ver torear al mito español

Los toros de la corrida de este sábado. Jan Martínez Ahrens

A un costado de la plaza de toros de Aguascalientes cuelga José Tomás. Un José Tomás gigante, serigrafiado, movido por la ardiente brisa de este sábado taurino. El cártel recuerda lo que dijo, hace ya cinco años, cuando, gracias a las transfusiones, salió vivo de la cornada de Navegante: “De mi sangre bañé tu ruedo, de tu sangre llené mis venas. Aguascalientes”.

En este coso, granito rosáceo y ladrillo oscuro, el torero español es un mito. Y en su circunferencia, cientos de personas se agolpan, pacient...

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A un costado de la plaza de toros de Aguascalientes cuelga José Tomás. Un José Tomás gigante, serigrafiado, movido por la ardiente brisa de este sábado taurino. El cártel recuerda lo que dijo, hace ya cinco años, cuando, gracias a las transfusiones, salió vivo de la cornada de Navegante: “De mi sangre bañé tu ruedo, de tu sangre llené mis venas. Aguascalientes”.

En este coso, granito rosáceo y ladrillo oscuro, el torero español es un mito. Y en su circunferencia, cientos de personas se agolpan, pacientes, alegres, para comprar una entrada. Algunos llevan más de diez horas esperando, otros directamente acuden a la reventa. Es el caso de Julien Desvergnes, un aficionado con mayúsculas. Este empresario francés, residente en Sao Paulo, ha viajado 20 horas para llegar a la plaza. Lo hace siempre que puede. Ha visto a José Tomás en Lima, Quito, Bogotá; en Aguascalientes en 2010, en Nimes 2012, Querétaro 2014… Para Desvergnes, el toreo de José Tomás es pureza. “Trasmite siendo estoico, frente a los que buscan demostrar. Torea primero pare él, antes que para el público”, sentencia. En las corridas del maestro de Galapagar, este francés dice haber percibido el aleteo de arte, una emoción permanente que “vuelve el capote de torero en el centro del mundo”.

No es el único en sentirlo. Gerardo Solano, de 42 años, ha venido desde Celaya (Guanajuato) para disfrutar del mito. Lo hace siempre que puede. Aunque, a veces, le pese. En 2010, vio cómo caía derribado en esta misma plaza. “Lo di por muerto”.

Otros jamás le han visto en vivo. Pero hasta ellos ha llegado la sombra de su grandeza. Rocío López es una de ellas. Tras cinco horas de cola a pleno sol, no ha perdido la sonrisa. Le emociona saber que en pocas horas podrá ver a ese torero español a quien persigue el hierro del tiempo, ese matador de gesto trágico que cada tarde, sobre la arena, agranda su leyenda.

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