CRÍTICA | MANDARINAS

El avispero exsoviético

Un fotograma de 'Mandarinas'.

Desde el derrumbamiento de la URSS, el avispero de las antiguas repúblicas soviéticas no ha dejado de legar conflictos territoriales, a menudo basados en las luchas étnicas y de religión, aunque con fuertes inclinaciones económicas y estratégicas, que no pocas veces han degenerado en guerras abiertas. A una de ellas, la llamada guerra civil georgiana, surgida a principios de los años noventa en las regiones secesionistas de Osetia del Sur y Abjasia, y que acabó afectando también a los estonios residentes en la zona, dedica el director georgiano Zaza Urushadze su película Mandarinas: u...

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Desde el derrumbamiento de la URSS, el avispero de las antiguas repúblicas soviéticas no ha dejado de legar conflictos territoriales, a menudo basados en las luchas étnicas y de religión, aunque con fuertes inclinaciones económicas y estratégicas, que no pocas veces han degenerado en guerras abiertas. A una de ellas, la llamada guerra civil georgiana, surgida a principios de los años noventa en las regiones secesionistas de Osetia del Sur y Abjasia, y que acabó afectando también a los estonios residentes en la zona, dedica el director georgiano Zaza Urushadze su película Mandarinas: una oda al humanismo, al entendimiento, al sentido común y a la razón por encima de los ideales y, por supuesto, de la violencia, con más virtudes en el apartado de las pretensiones morales y de paz que en el puramente cinematográfico, a pesar de haber competido al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

MANDARINAS

Dirección: Zaza Urushadze.

Intérpretes: Lembit Ulfsak, Elmo Nüganen, Giorgi Nakashidze, Misha Meskhi.

Género: drama. Estonia, 2013.

Duración: 89 minutos.

Con la casa de un agricultor estonio como metonimia de toda una región, como microcosmos que en realidad revela un macrocosmos difícil de resolver, la película es una pequeña obra de cámara con apenas un escenario, un hogar y sus aledaños más cercanos, en el que un estonio y dos soldados heridos de bandos enemigos, un georgiano y un checheno, van a experimentar la llamada del compañerismo más allá de la cerrazón mientras la violencia les rodea: “Nadie mata a nadie bajo mi techo a no ser que yo lo diga”.

Casi como un western de Howard Hawks, como un Río Bravo del Cáucaso, aunque sin su fuerza dramática, Mandarinas quiere ser escueta, sencilla y austera, sobre todo en los diálogos, pero se antoja que quizá se hayan pasado con la falta de pretensiones narrativas. Y aunque las pretensiones sean de gran nobleza, el desenlace requiere de un desarrollo en la moralidad de sus criaturas que no acaba de producirse. En realidad, poco malo se puede decir de la película. Pero también poco bueno más allá de sus intenciones morales y de tesis.

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