CRÍTICA | LOS NIÑOS DEL CURA

Milagro en Croacia

Un fotograma de 'Los niños del cura'.

En la España de mediados de los cincuenta, rota por la dictadura y por las consecuencias de una cruel Guerra Civil, y a punto de iniciarse el desarrollismo económico franquista, con su apertura al exterior y la llegada del turismo, el genio de Luis García Berlanga pergeñó dos historias que captaban a la perfección esa mezcla de espíritu del terruño y avidez de cambio, de atraso cultural y deseos de salir del túnel: Calabuch y Los jueves, milagro. Dos comedias de abundante mala leche, sobre todo la segunda, que vuelven a la memoria ante la película croata ...

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En la España de mediados de los cincuenta, rota por la dictadura y por las consecuencias de una cruel Guerra Civil, y a punto de iniciarse el desarrollismo económico franquista, con su apertura al exterior y la llegada del turismo, el genio de Luis García Berlanga pergeñó dos historias que captaban a la perfección esa mezcla de espíritu del terruño y avidez de cambio, de atraso cultural y deseos de salir del túnel: Calabuch y Los jueves, milagro. Dos comedias de abundante mala leche, sobre todo la segunda, que vuelven a la memoria ante la película croata Los niños del cura, donde a partir de una situación semejante y con un pasado reciente igual de negro, Vinko Brešan desarrolla una farsa de aliento tan trilero como la de los notables del pueblo de Los jueves, milagro, que querían convertir su localidad en la nueva Lourdes: aquí, para fomentar la natalidad, el cura y el quiosquero deciden pinchar los condones que vende el segundo, pero las inevitables consecuencias convierten al pueblo en foco de turismo de parejas con problemas de fertilidad.

LOS NIÑOS DEL CURA

Dirección: Vinko Brešan.

Intérpretes: Kresimir Mikic, Niksa Butijer, Marija Skaricic, Drazen Kuhn.

Género: comedia. Croacia, 2013.

Duración: 93 minutos.

Con una planificación de constantes grandes angulares y ayudas musicales, entre la Amélie de Jeunet y el ritmo de viñeta de tebeo de Javier Fesser, Brešan no acaba de sacar partido a su historia, ni en lo narrativo, ni en lo formal (apenas unos planos de cierta potencia visual: esos oníricos sueños en blanco sobre blanco, y el de la escalera con cuatro personajes apuntándose por la espalda), con lo que su meritoria idea queda estancada, finalmente, en el terreno de la simple curiosidad.

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