CRÍTICA: 'GLORIA'

Cincuenta y tantos

Gracias a esas casualidades a las que a veces lleva la distribución, esta semana el cinéfilo con ansias por saber qué significa eso de ser consecuente con unos planteamientos formales y narrativos puede lanzarse hacia un ejercicio de comprensión que le llevará menos de cuatro horas; las que ocuparían dos películas copadas por sendos apasionantes personajes femeninos, distantes en su personalidad pero que son retratados por sus respectivos directores con semejante rigor: la española La herida, y la chilena Gloria,quinto largometraje de Sebastián Lelio (inédito hasta a...

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Gracias a esas casualidades a las que a veces lleva la distribución, esta semana el cinéfilo con ansias por saber qué significa eso de ser consecuente con unos planteamientos formales y narrativos puede lanzarse hacia un ejercicio de comprensión que le llevará menos de cuatro horas; las que ocuparían dos películas copadas por sendos apasionantes personajes femeninos, distantes en su personalidad pero que son retratados por sus respectivos directores con semejante rigor: la española La herida, y la chilena Gloria,quinto largometraje de Sebastián Lelio (inédito hasta ahora en las salas comerciales españolas). Dos trabajos tan consecuentes con su metodología inicial, tan potentes dramáticamente, tan complicados de resolver en su dinámica de aplastante sencillez, que merecen triunfar entre el arco más cinéfilo de la platea.

Sin banda sonora más allá de las canciones que, esporádicamente pero con gran importancia, suenan dentro de la acción de la película, con la cámara siempre pegada al rostro, a los hombros, o a la piel de la protagonista, según sea básico observar sus reacciones faciales, sus movimientos por la vida o los efectos del paso del tiempo, respectivamente, y una exultante dinámica que puede pasar del drama a la comedia (y viceversa) en apenas un segundo, Gloria es una bocanada de humanidad aplicada a través de una especie de boca a boca fílmico. Un trabajo de extrema intensidad emocional que seguramente no sería lo que es sin la interpretación de Paulina García, desbocada en mente y cuerpo, valentísima en su sobreexposición, incluso con variadas escenas de sexo explícito y desnudo integral. Algo que nunca extraña salvo, como ahora, la mujer (y los hombres, que también participan) roza la sesentena de edad.

La película se convierte de este modo en el reverso tenebroso, y mucho más realista, de la ola de historias amables sobre maduros con ganas de dar un empujón amoroso, sexual y vital a su existencia. Y así, cuando llega la canción de Umberto Tozzi, esa Gloria también es nuestra Gloria, nuestra amada, nuestra madre, nuestra hermana.

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