INTRUSOS EN LA RED / y 7

Rispais deviene en proxeneta

Te acuerdas de una identidad falsa que creaste hace tiempo en Internet y que abandonaste a su suerte

TOMÁS ONDARRA

Tras la ingestión de un Valium y un gin tonic, me hice a la mar en las aguas de Internet. Había calma chicha, así que, como en la canción de Antonio Vega, me dejaba llevar, me dejaba llevar por ti. Recalaba en los sitios, en las webs, en los chats y en los foros que me salían al paso con la pereza de las tardes muertas del verano. Echaba una ojeada negligente aquí, otra allá, y continuaba dejándome llevar, dejándome llevar por ti. Me detenía en una puesta de sol del Bósforo, en un museo de Helsinki, en un cuadro de Lucien Freud, de Modigliani, de Malévich. ¡Qué paz sin sosiego, la de saber que...

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Tras la ingestión de un Valium y un gin tonic, me hice a la mar en las aguas de Internet. Había calma chicha, así que, como en la canción de Antonio Vega, me dejaba llevar, me dejaba llevar por ti. Recalaba en los sitios, en las webs, en los chats y en los foros que me salían al paso con la pereza de las tardes muertas del verano. Echaba una ojeada negligente aquí, otra allá, y continuaba dejándome llevar, dejándome llevar por ti. Me detenía en una puesta de sol del Bósforo, en un museo de Helsinki, en un cuadro de Lucien Freud, de Modigliani, de Malévich. ¡Qué paz sin sosiego, la de saber que todo está a tu alcance, pero la de comprender al tiempo que tenerlo todo es lo más parecido a no poseer nada! En cuestión de segundos tenía en la pantalla las Novelas ejemplares, Las flores del mal, La realidad y el deseo, cualquier cosa, una película de Lubitsch, una obra maestra de la literatura policíaca, una canción de Joaquín Sabina, un Ne me quitte pas, un Rien de rien, un Wait for me, un Pregherò, un me dejaba llevar, me dejaba llevar por ti. Movías apenas el timón y tenías al alcance a Kant, a San Agustín, a Aristóteles, podías bajarte un videojuego sobre La divina comedia, una instalación de Marina Abramovic, una serie de Canal +, un curso de inglés, un programa de radio, un espacio de televisión, una pornografía…

Pero tú, por eso mismo, por la facilidad con la que podías acceder gratis total a todo, te dejabas llevar. Dada tu inexperiencia, te sentías como un infiltrado, un intruso, un agente de otra potencia, un agente provocador, Agent provocateur, por cierto, qué isla tan grata en la que detenerse unos minutos antes de continuar aquella singladura inhábil, perezosa, por lugares extraños en los que lo mismo tropezabas con un adolescente que pedía ayuda para un comentario de texto que con un antiguo compañero de colegio, un compañero al que quizá entonces odiabas, pero que hoy, esta tarde de finales de agosto, tras ingerir, como tú, un Valium y un gin tonic, se ha puesto al pairo en el mar de Internet y ha tropezado contigo y os habéis intercambiado unas frases cariñosas.

¡Qué extrañeza tan grande la de esta calma chicha, la de esta pereza feliz, libre de las ansiedades de llegar! ¿De llegar a dónde? Pongamos que a un foro de la Guardia Civil o de la Policía Armada, quizá a un chat de calefactores en donde un profano pregunta por qué, en su caldera de gas, la llama flota, aunque sin llegar a apagarse, y donde el experto responde que podría deberse a la combinación de dos problemas: uno de regulación de aire primario y otro de ventilación. Coño, coño, te dices, eso es lo que me pasa a mí, no a tu caldera, a mí, que ni regulo el aire primario ni ventilo como debería, de ahí los ataques de ansiedad, de ahí ese flotar de la llama de mi existencia, que no se apaga, aunque amenaza con hacerlo todo el tiempo.

En éstas, te acuerdas de una identidad falsa que creaste hace tiempo en Internet y que abandonaste a su suerte. ¿Cómo era el nombre? Ah, sí, Carlos Rispais Huete. Le abriste una barraca en Twitter y otra en Facebook. ¿Por qué no te acercas a ver cómo le va? De modo que pones rumbo al Twitter del mencionado y resulta que tiene ya 76 seguidores que son como 76 deudos alrededor de un muerto, pues el pobre Rispais permanece amortajado desde el primer día de su creación. Nació con el sudario como otros con el pan debajo del brazo, en fin. ¿Y cómo le irá en Facebook? Pones rumbo a su página y ahí lo ves enseguida, impertérrito, momificado, improductivo, aunque quizá no tanto, no tan improductivo, pues junto a su perfil los señores de Facebook han colocado sin pedir permiso una serie de anuncios. Pinchas uno cualquiera de ellos y penetras de golpe en la antesala de un lugar donde dice: “Este sitio web tiene imágenes con contenido sexual explícito de alguien que tal vez conozcas. ¿Quieres continuar?”.

Dios mío, no, no quiero. Se me acaban de pasar por la imaginación una serie de personas de cuyas inclinaciones sexuales prefiero no saber nada, no, nada, qué horror. ¿Cómo se puede, en un día de calma chicha, de Valium y gin tonic, tropezar con lugares cibernéticos tan desasosegantes? Resulta que Carlos Rispais Huete, sin existir, o sin tener más existencia que la de un perfil minusválido en Twitter y otro en Facebook, ha devenido en una suerte de proxeneta, de celestina, de trotaconventos, dispuesto a poner al alcance de cualquiera que atraviese su página fotografías o vídeos de familiares y amigos en situaciones venéreas inconvenientes, en el caso de que las haya convenientes. Qué raro, qué raro y qué siniestro, qué turbio, este mar de Internet en el que, por más que te alejes de ti, siempre regresas adonde solías.

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