Delisle: “Pyongyang es una ciudad terrible pero una gran inspiración”

El dibujante se ha convertido en pocos años en un nombre de referencia en el mundo del cómic

El autor de 'Astiberri', el francés Guy Delisle, durante el Salón Internacional del Cómic de Barcelona.Aitor Sáez

Mmm... Cuando uno se encuentra ante Guy Delisle es imposible no compararlo en el acto con su yo dibujado, ese entrañable personajillo de suave tono irónico que observa las ciudades y países a los que viaja con contenida sorpresa, pacientemente, monologando, sin inmiscuirse nunca ni realizar, en apariencia, juicios sumarios. En plan yo pasaba por ahí, vaya, mmm… Y el caso es que se parece, sobre todo de perfil: el rostro anguloso, las patillas. Puede resultar algo distante y desapasionado, pero también eso casa bien con el personaje de la...

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Mmm... Cuando uno se encuentra ante Guy Delisle es imposible no compararlo en el acto con su yo dibujado, ese entrañable personajillo de suave tono irónico que observa las ciudades y países a los que viaja con contenida sorpresa, pacientemente, monologando, sin inmiscuirse nunca ni realizar, en apariencia, juicios sumarios. En plan yo pasaba por ahí, vaya, mmm… Y el caso es que se parece, sobre todo de perfil: el rostro anguloso, las patillas. Puede resultar algo distante y desapasionado, pero también eso casa bien con el personaje de las viñetas y el estilo sobrio y preciso de los textos.

Delisle (Quebec, 1966) se ha convertido en pocos años en un nombre de referencia en el mundo del cómic e icono de una nueva tendencia que mezcla la historieta y el viaje, sobre todo a raíz de la publicación de un puñado de novelas gráficas resultado de sus estancias en lugares singulares como Shenzhen, Pyongyang, Rangún y Jerusalén. El guionista y dibujante es este año uno de los invitados del Salón del Cómic de Barcelona, que le incluye en la exposición Cuadernos de viaje. Ayer se organizó una larguísima cola en la caseta de su editorial española, Astiberri, donde firmaba ejemplares de sus libros.

Es inevitable preguntarle por Corea del Norte, tal y como está el patio. “No soy un especialista en el país, estuve hace ya diez años, en 2003, así que lo que está ocurriendo ahora lo sé como todo el mundo, por lo que leo en los diarios”, responde evasivo Delisle. El autor tuvo la suerte —desde el punto de vista de la experiencia— de poder pasar dos meses en Pyongyang como supervisor del trabajo que se realizaba allí para una empresa de animación canadiense. Lo que vio, y que relata y dibuja en Pyongyang (Astiberri, 2005), un álbum ya legendario, es alucinante. El interrogatorio a la llegada es de órdago y luego tiene que llevar flores a la estatua de Kim Il Sung. Las viñetas del personaje caminando empequeñecido pero resuelto frente a los impresionantes monumentos al líder y sus descendientes son inolvidables, como sus descripciones de efectiva concisión: “En la calle todo el mundo camina bien derecho hacia un destino preciso”.

“Tenía prohibido el contacto directo con la gente, no estás autorizado a hablar con nadie por la calle, y no te contestan si lo haces. Es un régimen terrible, un lugar desolador y triste. Daba hasta pena dejar a esa gente allí”. ¿Qué es lo que le impresionó más? “La propaganda omnipresente y el gigantesco culto a la personalidad. No se limita a las ciudades sino que empapa incluso la naturaleza: está en las rocas y montañas, con grandes mensajes grabados”.

Le digo que habrá sido un paraíso para un dibujante. “No lo es para nadie”, zanja. “No puedes ni sentarte a dibujar en un banco”. Admite no obstante que, como prueba su álbum, “Pyongyang es una ciudad terrible pero sorprendente, una gran inspiración”. Delisle firmó un obligatorio contrato de confidencialidad durante su estancia, sin embargo, al cerrar la empresa para la que trabajaba se consideró libre. Así que recreó el viaje con sus notas.

Delisle no dibuja en los lugares. Lo hace al regreso con las notas que ha tomado. Las notas y la memoria. “Trabajo bien con la memoria, y nadie te la puede arrebatar, o velar como las fotos”. El autor empezó este tipo de relatos, explica, con un viaje a China del que surgieron historias cortas que se acumularon. “Veo mi trabajo como cartas en las que explico mis experiencias en el extranjero, lo que he visto”. En Shenzhen, Delisle narra sus vicisitudes en esa ciudad china en 2000, incluida la inolvidable ocasión en que hubo de beber alcohol con vesícula y sangre de serpiente.

En 2005 tenía que viajar a Guatemala, adonde su mujer, administradora de Médicos sin Fronteras había sido destinada, pero finalmente fueron a Myammar. Delisle ofrece en Crónicas de Birmania otro retrato genial de un país, en esta ocasión dibujándose a sí mismo empujando el cochecito con su hijo de dos años por la calles de Rangún. “Mi mujer trabajaba y yo cuidaba del niño y tomaba notas”. Observaba, reflexionaba —”lograr el Nirvana, eso debe ser algo importante”—. Luego vino Jerusalén y Crónicas de Jerusalén, ganadora en 2012 el gran premio en Angulema.

Delisle está cómodo en el registro autobiográfico. ¿Qué tal es dibujarse a sí mismo? “Al principio se me hacía raro, luego el retrato ha devenido un personaje, con algunos de mis rasgos. Va bien para contar las experiencias”. La próxima obra va a ser diferente a las anteriores. “Llevo tiempo ya con ella, es sobre un miembro de una organización humanitaria encarcelado en Chechenia. Es una historia sin humor para la que aún no tengo título y transcurre en su mayor parte en una habitación desnuda. Me parece un gran reto que haya solo pequeños detalles que cambien”.

El autor sonríe —por fin— al preguntarle si es un lector habitual de cómic. “Sí, me gusta mucho el cómic independiente, pero también el manga, el que lee mi hijo”, dice, y se marcha, seguramente a otra viñeta. Mmm...

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