CRÍTICA: 'FOUR LOVERS'

Adulterio en comandita

Parece el último eslabón en la cadena del adulterio. No estamos ante los habituales cuernos, ni ante el atrevido trío, ni siquiera ante el (dicen que) extendido intercambio de parejas. Lo de Four lovers es un intercambio de matrimonios, por horas o por días, en el que, además del sexo, y he ahí lo sorprendente, va incluido el amor; cada uno de los hombres ama a las dos mujeres, y viceversa. Una especie de pareja a cuatro en la que siempre hay dos y dos, pero por turnos. ¿Idealismo, utopía, modernidad o fantochada? Esta es la propuesta (cinematográfica, por supuesto) del francés Antony...

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Parece el último eslabón en la cadena del adulterio. No estamos ante los habituales cuernos, ni ante el atrevido trío, ni siquiera ante el (dicen que) extendido intercambio de parejas. Lo de Four lovers es un intercambio de matrimonios, por horas o por días, en el que, además del sexo, y he ahí lo sorprendente, va incluido el amor; cada uno de los hombres ama a las dos mujeres, y viceversa. Una especie de pareja a cuatro en la que siempre hay dos y dos, pero por turnos. ¿Idealismo, utopía, modernidad o fantochada? Esta es la propuesta (cinematográfica, por supuesto) del francés Antony Cordier en Four lovers,cuadrangular amoroso-sexual de continuas semifinales intercambiables, que pierde fuelle conforme, más que la moral en sí misma, va entrando en juego un eslabón que a lo largo de la película parece olvidado y que, cuando aparece, el mecanismo estalla por falta de credibilidad: los hijos, ya que las dos parejas tienen los suyos.

FOUR LOVERS

Dirección: Antony Cordier.

Intérpretes: Marina Foïs, Élodie Bouchez, Nicolas Duvauchelle, Roschdy Zem.

Género: drama. Francia, 2010.

Duración: 103 minutos.

Así, mientras el crescendo ético y sentimental entre los adultos casi siempre está bien matizado, en qué momento van surgiendo las dudas y a qué personaje le surgen primero, la presencia, o, casi mejor, la ausencia de los hijos es la que más dudas plantea. Cuidado, que la inverosimilitud no aterriza porque ciertos padres con críos no puedan llegar a estos experimentos vitales, sino porque parece improbable que se lo planteen así, con ese infinito sentido de lo estiloso, tan carente de verdadero sentido dramático. Como si bastara mantener a los hijos fuera de campo durante casi toda la película para quitarse el problema de encima. De hecho, cuando el secreto sale a la luz y la hija mayor abre la boca es para decir: “A mí vuestras historias no me importan”. ¿De verdad? Desde luego que se puede llegar a conclusiones ultraliberales en materia de amor y sexo, pero solo después de planteárselas. Lo marciano es no hacerlo. ¿Quizá como si los autores hablaran de oídas en materia de descendencia?

Nota: el crítico ha intentado encontrar el dato de si el director y la guionista tienen hijos, pero no lo ha conseguido. Claro que, bien pensado, para hacer películas de romanos tampoco hace falta haber sido legionario.

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