La sequía y los pozos ilegales dejan sin agua a Doñana
El clima y, sobre todo, la acción humana irresponsable amenazan esta reserva natural de Andalucía, que ha pasado de tener 2.867 lagunas temporales en 2004 a solo dos en la actualidad
La bióloga Carmen Díaz pisa desolada la tierra de la mayor laguna de Doñana, Santa Olalla, que llegó a cubrir 45 hectáreas y que la semana pasada abarcaba menos de seis. “Tenemos un nivel de agua de pena”, se lamenta, “y si Santa Olalla se seca, eso quiere decir que todo está seco. Es tremendo”. El paisaje sabe amargo pese a la belleza de los flamencos y de los patos posados sobre el humedal arenoso, que mengua a gran velocidad. Si no llueve pronto de manera copiosa, desaparecerán todas las lagunas peridunares [pegadas a las dunas] de esa reserva de la biosfera, una trágica estampa que solo se...
La bióloga Carmen Díaz pisa desolada la tierra de la mayor laguna de Doñana, Santa Olalla, que llegó a cubrir 45 hectáreas y que la semana pasada abarcaba menos de seis. “Tenemos un nivel de agua de pena”, se lamenta, “y si Santa Olalla se seca, eso quiere decir que todo está seco. Es tremendo”. El paisaje sabe amargo pese a la belleza de los flamencos y de los patos posados sobre el humedal arenoso, que mengua a gran velocidad. Si no llueve pronto de manera copiosa, desaparecerán todas las lagunas peridunares [pegadas a las dunas] de esa reserva de la biosfera, una trágica estampa que solo se ha producido en 1983 y 1995 durante el último medio siglo. En todo octubre, un mes con grandes precipitaciones en la serie histórica, únicamente se han recogido 10,2 litros por metro cuadrado en la cercana estación de Almonte (Huelva), cantidad equivalente al 2% de la lluvia anual.
La sequía que afecta a 4,3 millones de personas en la cuenca del Guadalquivir y que el Gobierno ha declarado este martes tiene postales dramáticas como esta en el corazón de Doñana, donde especies de flora y fauna pelean por sobrevivir. Sin embargo, la falta de lluvias solo ha agravado una situación provocada por el ser humano, según coinciden los científicos: el saqueo del agua mediante pozos ilegales en fincas limítrofes al parque y el núcleo urbano de Matalascañas, con 150.000 veraneantes a menos de un kilómetro de las lagunas más al norte.
Este masivo expolio subterráneo para regar los invernaderos de fresas y un consumo humano desaforado, que incluyó un campo de golf al borde de la reserva, han secado el enorme acuífero de 2.409 kilómetros cuadrados y ahora en la superficie las lagunas se esfuman porque gran parte del subsuelo está hueco. La prueba es que esa reducción se produce cuando las lluvias recientes no se han alejado mucho de la media anual de 540 litros por metro cuadrado registrada los últimos 40 años (454 en el ciclo 2019/2020).
“El primer informe que denunciaba el mal estado de Doñana es de 1988, y hasta 2019 no se ha hecho nada. ¿Qué tendremos aquí cuando traigan el agua? ¿Existirán las especies vulnerables?”, se pregunta Díaz, investigadora del departamento de Ecología de Humedales de la Estación Biológica de Doñana, dependiente del CSIC. Al volante de un todoterreno, la bióloga recorre con pericia los senderos estrechados por la vegetación y una laguna tras otra: El Taraje, El Zahíllo, Charco del Toro… ni rastro de los valiosos humedales y apenas vida animal, solo juncos y tarajes de hasta seis metros de altura que copan las cubetas.
El 27 de abril de 2004, un sensor aeroportado AHS del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (Inta) sobrevoló Doñana para cartografiar con una resolución de 0,5 metros por 0,5 metros sus lagunas temporales: 2.867 cuerpos de agua al margen de la marisma en el espacio protegido más emblemático de España y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. De todos ellos, la pasada semana quedaban dos lagunas, Santa Olalla y la Dulce, con solo 45 centímetros de profundidad en su punto más hondo.
El catedrático emérito de Hidrología de la Universidad Complutense Ramón Llamas denunció en 1988 la “conspiración de silencio” de la Junta andaluza y el Gobierno central para permitir el bombeo de agua de la urbanización de Matalascañas, a tiro de piedra de estas lagunas y ubicada en Almonte (Huelva). 33 años después, las denuncias por la inacción de las administraciones permanecen; y cientos de captaciones clandestinas siguen activas en las fincas de fresas, que abarcan 1.653 hectáreas de invernaderos ilícitos, según la organización WWF. En 2019, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir cerró 77 de estos pozos, y en los últimos tres años sus inspectores han abierto 573 expedientes sancionadores, pero el riego ilegal perdura.
Tras décadas de denuncias de los científicos y ecologistas, el Gobierno declaró por fin “sobreexplotado” el acuífero en julio de 2020. Ahora la Confederación prevé una serie de medidas, como un trasvase de aguas superficiales y la reubicación de los dos sondeos de Matalascañas más próximos al parque y que extraen 2,75 hectómetros cúbicos al año, pero solo es un plan futuro con el horizonte de 2027. Mientras, el Tribunal de Justicia de la UE condenó a España el pasado junio por no haber tenido en cuenta los pozos ilegales ni haber adoptado medidas para evitar las alteraciones de los hábitats protegidos que provocó la desecación del acuífero.
Laura Serrano, investigadora del departamento de Biología Vegetal y Ecología de la Universidad de Sevilla, critica con dureza al Gobierno y a la Junta: “Todo ha sido penoso, las lagunas peridunares, una de las razones por las que Doñana se declaró Reserva de la Biosfera, han cambiado su naturaleza. Y aquellas más cercanas a Matalascañas son ahora ecosistemas terrestres. Eso no se puede revertir, el desastre ya está hecho”. A pesar de la pérdida casi total de lagunas peridunares, el último informe del estado del acuífero elaborado por la Confederación el pasado mayo señala que la zona disfruta de “un estado piezométrico acorde con la climatología”. Los piezómetros son tubos que miden el nivel del acuífero.
La investigadora censura tajante: “Es una auténtica desgracia que en este país no se escuche a los científicos. No aprendemos de nuestros errores, somos incapaces de prevenir las catástrofes anunciadas y priorizamos los votos y los pelotazos urbanísticos. Tenemos que aprender a prevenir antes que curar, porque la restauración ambiental no es suficiente para revertir ciertos procesos, es una falacia creer que la restauración nos va a devolver lo que perdemos. Que no cuenten milongas, cuando perdemos los hábitats y su diversidad, perdemos la información que algunas especies han conseguido tras cientos de miles de años de evolución”.
La Confederación, perteneciente al Ministerio de Transición Ecológica, ha rechazado opinar para este reportaje.
Si el bombeo para Matalascañas es de 2,75 hectómetros cúbicos anuales, el de los invernaderos oscila entre 60 y 90 hectómetros cúbicos, según calcularon dos investigaciones científicas de 1993 y 2011. Serrano y Díaz publicaron en 2017 un artículo en la revista Journal of Arid Environments en el que denunciaban “el descontrol y la indiferencia” de la Confederación ante las pruebas científicas que demostraban el daño directo de Matalascañas y los invernaderos en el sistema hídrico de Doñana.
En esa reserva natural andaluza viven 11 de las 13 especies de anfibios del suroeste de España, y Díaz comprueba cada semana cómo las poblaciones de sapos, tritones o ranas menguan porque su hábitat se reduce a las dos lagunas permanentes y a algunos zacallones (zanjas pequeñas excavadas para garantizar el agua en verano). “El colchón del acuífero ya no es el que era. Desde 1959 se han identificado 42 tipos de libélulas y este año no he sacado más de 20″, explica con desazón la bióloga.
Isidoro Román, del equipo de seguimiento de la Estación Biológica de Doñana, remacha: “El descenso del agua es paulatino, de llenarse menos las lagunas han pasado a no llenarse. Si en 2010 íbamos por la marisma en zódiac, eso ya no existe y ahora la evaporación también es más rápida por las altas temperaturas”.
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