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Muere Francisco Cabrero, el obrero que conectó a España con Marte: “Los de mono azul hacemos de todo”

Conocido como El Niño, falleció hace unos días a los 73 años, tras formar parte de algunos hitos decisivos de la exploración de la NASA en el sistema solar

Siempre fue El Niño en la estación espacial de Robledo de Chavela (Madrid), donde está la antena de Fresnedillas, en la que se recibieron las primeras señales cuando el hombre pisó la Luna en 1969. El apodo nació en los setenta, cuando ingresó con 18 años a trabajar en aquel enclave que había sido inaugurado pocos años antes por la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) en plena sierra madrileña. Y allí permaneció cerca de cinco décadas. Francisco Cabrero falleció el pasado 15 de septiembre, a los 73 años, después de una vida entera dedicada a un lugar que ha sido partícipe de los grandes momentos de la humanidad en el espacio.

Juan Cabrero, su hijo y físico en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), recuerda que crecer con un padre que trabajaba con señales que venían del sistema solar era algo tan natural como insólito: “Subía a soldar a 70 metros de altura, o enfriaba receptores a 270 grados bajo cero. A veces llegaba a casa con parches de astronautas como si fueran cromos”. En su casa, el espacio quedaba cerca: fichas con fotos de Saturno, parches de transbordadores, lápices con el sello del Gobierno de Estados Unidos traídos por la NASA. “Los llevaba al colegio en los 80 como tesoros”, comenta su hijo.

Los ingenieros, directivos y astronautas suelen ser los rostros visibles del trabajo en el espacio. Pero sin los obreros que dedican su vida, las señales del exterior jamás se hubiera tornado posibles. Paco, como le decían sus amigos, llegó a la estación después del servicio militar obligatorio, como obrero de base. Colocaba ladrillos, pasaba el cableado, aprendía sobre la marcha.

Ángel García (50 años), trabajador de la estación, rememora cómo Cabrero fue el maestro de los recién llegados: compartía su conocimiento en mecánica, criogenia y transmisores. Recuerda que su interés no solo estaba en los hierros, sino también en el entorno rural que rodea la estación. “Seguimos teniendo los pinos que cuidó por tantos años”, detalla García. “Nosotros”, dice, “los de mono azul, los obreros, como nos llamamos, hacemos de todo. Los mandos principales pueden tener una estrategia, pero al final, sin ejecución, todo eso no funciona”. García recuerda sus palabras: “¿Cuando yo no esté, qué vais a hacer?“. ”Aún no lo sé, Paco”, se responde.

José Urech (83 años), exdirector de las estaciones espaciales del INTA-NASA durante décadas, dice que “lo que El Niño tenía era una gran capacidad de aprender, de interesarse”. “Fue asumiendo tareas cada vez más complejas, hasta hacerse cargo de la termomecánica de precisión que se necesitaba para mantener los máseres”. Los máseres son amplificadores de altísima sensibilidad que funcionan a cuatro grados Kelvin, es decir, 269 grados bajo cero. “Era pura mecánica de alta precisión, y él se hizo cargo de eso”, cuenta.

Quienes lo conocieron destacan su carácter incansable. “Su ocio era trabajar. Prefería una Nochevieja en la estación antes que ir al cine”, dice su hijo. Los turnos de 12 horas los pasaba con naturalidad, acumulando días libres que luego invertía trabajando en la Vuelta Ciclista a España o en llevar a la familia de vacaciones en septiembre.

Formó parte de algunos hitos decisivos de la exploración espacial en el Complejo de Comunicaciones de Espacio Profundo de Madrid (Madrid Deep Space Communications Complex). En 1997, cuando la sonda Pathfinder aterrizó en Marte, la antena de Robledo fue uno de los oídos de la Tierra. Cabrero estaba allí, asegurando que la señal llegara limpia.

Su historia refleja también el contraste entre la España de los años setenta y el futuro que traía la NASA. “Mi abuelo le decía que era mejor trabajar con vacas, porque la leche se vende y la carne también. En la estación, en cambio, no veía un producto tangible”, recuerda su hijo. Pero Cabrero sabía que allí estaba el futuro: coches eléctricos cuando no existían en ningún garaje español, aire acondicionado en los edificios cuando en el pueblo todavía se lavaba la ropa en el río.

Estaba convencido de que la clase obrera era la que realmente sostenía el mundo. Y celebraba con orgullo que sus hijos, gracias a ese esfuerzo, pudieran estudiar, esquiar o viajar al extranjero, cosas que en su juventud eran privilegios que no podía permitirse. “Él no tuvo estudios, y verme a mí llegar a la universidad le llenaba de orgullo”, cuenta su hijo, quien trabaja en instrumentación para telescopios espaciales que buscan exoplanetas. Y cuando esas señales lleguen a la Tierra, las antenas de Robledo, las mismas que cuidó El Niño, estarán otra vez al otro lado.

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