El pez egipcio que demuestra por qué tener fiebre es muy útil
La tilapia del Nilo se traslada a zonas con agua más caliente cuando enferma para imitar los efectos de la calentura que generan los animales de sangre caliente
Hace unos 600 millones de años, cuando se estaba cocinando la explosión evolutiva que dio lugar a las primeras formas animales, apareció la fiebre. Algunos seres vivos descubrieron que, cuando se encontraban mal, podía aliviarles pasar un tiempo en un lugar más cálido. Hoy se sabe que esa subida de temperatura mejora el metabolismo, optimiza la función inmune y suprime el crecimiento de patógenos. La estrategia tuvo tanto éxito, que los animales de sangre fría, como los peces o los lagartos, la han conservado durante millones de años, unos buscando aguas calientes y los otros pasando más tiempo al sol. Cuando aparecieron los animales de sangre caliente, como los humanos, este sistema de defensa volvió a aparecer, pero en este caso sin necesidad de buscar el calor, porque estas especies pueden regular su temperatura interna para conseguirlo.
Este lunes, la revista PNAS publica el trabajo de un equipo de investigadores de la Universidad Normal del Este de China, en Shanghái, y del Centro para la Ciencia y la Tecnología Marina, en Qingdao, que ha utilizado la tilapia del Nilo para comprender por qué la fiebre nos ayuda cuando sufrimos una infección. Y confirma que esta estrategia de supervivencia surgió muchos millones de años antes de la aparición de los animales de sangre caliente.
En un experimento de laboratorio, los investigadores observaron que las tilapias que se infectaban con la bacteria Edwardsiella piscicida se trasladaban durante cinco días a la zona del tanque en el que vivían con una temperatura mayor. Este comportamiento, con el que un pez con la sangre fría produce los efectos de la fiebre, desencadenó una serie de cambios en su organismo que le ayudaron a combatir la infección. Como si el calor hubiese sido un toque a rebato, se ralentizó la producción de las enzimas que destruyen los linfocitos T, que coordinan la respuesta adaptativa del sistema inmune, permitiéndoles vivir durante más tiempo, y los linfocitos del bazo se volvieron más tóxicos.
Cuando la tilapia se notaba floja y buscaba el agua cálida, como le sucede a los humanos cuando tienen fiebre, perdió el hambre y se quedó como aletargada. Así, el pez dejó de comer y, como sucede con el ayuno intermitente, su organismo activó la autofagia celular, un sistema de reciclaje que descarta elementos y libera energía para responder mejor a la infección.
El estudio de la tilapia muestra también cómo los nuevos elementos que llegan a la caja de herramientas de los seres vivos que tienen éxito se conservan durante cientos de millones de años, sobreviviendo innumerables extinciones de especies, y se combinan con otras innovaciones. Cuando surgió la fiebre, no había ningún ser vivo que contase con inmunidad adaptativa, el sofisticado sistema de defensa con el que hoy se defienden los vertebrados. La subida de la fiebre servía para potenciar la inmunidad innata, que, a diferencia de lo que hacen los linfocitos T, no ataca de manera específica al patógeno que está causando problemas. Esta parte del sistema inmunológico también se analizó en la tilapia. Cuando el pez se acerca al agua caliente, se acelera la trascripción de óxido nítrico, un potente antimicrobiano, y se producen proteínas que desencadenan una respuesta inflamatoria. Además, las altas temperaturas dificultan la reproducción de algunos virus y bacterias.
Hace unos 450 millones de años aparecieron los primeros animales con inmunidad adaptativa, una serie de mecanismos que identifican al invasor concreto. Aunque la respuesta es más lenta, también es más eficaz y genera una memoria que permite repeler mejor ataques posteriores del mismo organismo. El estudio de la tilapia que se publica en PNAS muestra cómo, aunque ese mecanismo de defensa apareció 150 millones de años después de la fiebre, elementos de la inmunidad adaptativa como los linfocitos T integraron las señales del aumento de temperatura para poder realizar mejor su labor en caso de infección.
Los autores del trabajo recuerdan que la capacidad de elevar la temperatura corporal, elevando la temperatura, como hacen los animales de sangre caliente, o moviéndose a lugares más cálidos, como hacen los de sangre fría, tiene un papel esencial para mejorar la inmunidad y combatir las infecciones, algo que mejora las posibilidades de supervivencia. En experimentos de laboratorio, se ha visto que reducir la fiebre con métodos farmacológicos o impidiendo su movimiento incrementa la mortalidad de los animales infectados.