Así cambia nuestra noción del tiempo según a qué lo dediquemos

El tiempo discurre lento en el aburrimiento o la enfermedad y veloz en la diversión, según la neurociencia, que no ha logrado demostrar el mito de que la vida parece pasar más rápido a medida que se envejece

Un estudiante mirando el reloj.Jose Luis Pelaez Inc (Getty Images)

El paso del tiempo ha sido una cuestión que siempre ha excitado la imaginación de científicos y artistas. “Hay algo que siempre me interesó y aún me aterró desde que yo era niño. Ese algo es el problema del tiempo, la perplejidad del tiempo, el infinito remolino del tiempo”, afirmaba Jorge Luis Borges, interesado en física y matemáticas, respondiendo así a una pregunta sobre literatura. En las últimas décadas, el desarrollo de la neurociencia ha impulsado numerosas investigaciones sobre cómo las diferentes experiencias humanas perciben el dulce o atropellado paso de las horas.

“Una primera pregunta de tipo filosófico que siempre me hago es si realmente el tiempo existe o es una invención del cerebro. Los físicos dirán que sí existe, que es una dimensión más. El problema es que los biólogos y los neurocientíficos estamos absolutamente convencidos de que todo lo que sabemos pasa por el filtro de la mente humana. ¿Qué es el tiempo entonces? Definirlo es una cuestión vidriosa, resbaladiza”, dice Ignacio Morgado, catedrático emérito de psicobiología en el Instituto de Neurociencia y la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es una mañana de julio en la que las voces de los niños, en su eterno verano de la infancia, se cuelan por la ventana, al mismo tiempo que un enorme castaño comienza a echar hojas marrones a la acera.

Morgado distingue entre el tiempo objetivo, que mide el obediente tictac de los relojes, y el tiempo mental, que es el que nuestro cerebro considera que ha transcurrido. Vendría a ser como si el cerebro proyectase una secuencia de imágenes, reflejos del mundo, que alimentan los sentidos y que están muy ligadas a la memoria, de forma que la secuencia crea una idea del pasado, el presente y el futuro. “Si no tuviéramos esa combinación entre tiempo y memoria, tengo la impresión de que estaríamos en una especie de eterno presente como el que probablemente viven algunas personas con enfermedades neurológicas tipo Alzheimer”, explica este neurocientífico.

Ese tiempo mental, que es subjetivo, es distinto también al que mide el reloj circadiano —situado en un grupo de unos cuantos miles de neuronas en el hipotálamo— que regula la producción de hormonas y los estados de sueño y vigilia en ciclos de unas 24 horas. ¿Cómo crea el cerebro esta idea de que un cierto tiempo ha transcurrido desde que empezó a leer, de que ayer fue ayer y de que la infancia queda ya muy lejos?

Espacio y tiempo

John Wearden, catedrático emérito de psicología de la Universidad de Keele, Reino Unido, lleva casi cuarenta años investigando sobre percepción del tiempo, primero en animales y luego en humanos. Desde Eslovenia, donde pasa las horas del verano, cuenta algunos experimentos de temporización que hacen en su laboratorio para averiguar qué partes del cerebro participan en inferir el tiempo que ha pasado, que llaman tiempo retrospectivo: aplican un estímulo y los participantes tienen que estimar su duración mientras los científicos registran su actividad cerebral.

“Por ejemplo, les damos dos sonidos cortos, A y B, y les preguntamos si tuvieron la misma duración. Parece muy simple pero, si lo piensas, es bastante complejo. Tienes que tener alguna manera de medir el tiempo de A y B, eso es obvio. Pero también hay un proceso de memoria. Además, tienes que determinar si son iguales o no: necesitas un proceso de decisión. ¿Qué partes de la activación cerebral son del proceso de temporización, cuáles de la memoria y cuáles del proceso de decisión?”, se pregunta Wearden.

Aunque esas cuestiones de fondo no estén aún claras, hay muchas experiencias comunes en las que los humanos parecemos coincidir: discurre lento en el aburrimiento y la enfermedad, veloz en la diversión, tranquilo en la infancia se desboca en la vejez antes la proximidad de la muerte: Wearden recuerda que su madre sentía que los días pasaban muy despacio; pero los meses, muy rápidos.

El mito de que el tiempo se acelera

Los científicos también han estudiado algunas de estas creencias sobre la duración del tiempo. Un hallazgo consistente es que los sonidos duran más que los estímulos visuales, como una bombilla encendida. Recientemente, está atrayendo mucha atención —demasiada, según Wearden— el papel de las emociones: las caras enfadadas parecen durar más que las neutras, pero las felices no. El fenómeno de que el tiempo pasa rápido cuando te diviertes es, en opinión de este psicólogo, algo completamente diferente, causado por la desviación de la atención mientras estás haciendo algo excitante.” Recientemente, se han estudiado la meditación y el mindfulness y se han observado pequeños efectos. La hora del día afecta a los juicios de duración, probablemente debido a los cambios de temperatura corporal, que a su vez alteran la percepción del tiempo si se inducen experimentalmente. La lista es muy larga”, explica Wearden.

Un campo donde residen muchas de estas creencias es la edad. El psicólogo Jean Piaget llevó a cabo varios experimentos en niños de cinco o seis años y, en general, encontró que más intensidad o tamaño equivale a más tiempo; es decir, si un estímulo era más brillante o más grande, los niños lo juzgaban como si durara más y no pudieran extraer el tiempo de otros aspectos de la situación. En el otro extremo de la vida, parece que no hay mucho efecto de la edad sobre la estimación del tiempo hasta los 70 u 80 años, y el efecto aquí generalmente es solo un aumento en la variabilidad.

La excepción son las tareas donde además de la temporización, las personas también tienen que hacer algo más. “Ahí sí observamos déficits en personas mayores, pero presumiblemente debido a problemas generales de procesamiento de información, no a la temporización en sí. La idea de que ‘el tiempo parece pasar más rápido a medida que envejeces’ ha resultado difícil de apoyar en estudios sistemáticos, aunque la gente a menudo cree que esto es cierto. No está claro por qué los datos de estudios reales no apoyan esta idea. Quizás sea solo un mito popular, pero tal vez sea cierto y aún no hemos encontrado la manera correcta de medirlo”, concluye Wearden.

Tiempo y relatividad

Aunque digamos que el tiempo de los relojes es objetivo, en contraste con el tiempo subjetivo que transcurre en el cerebro, eso no es del todo así. La formulación de la Teoría de la Relatividad a principios del siglo XX puso la física patas arriba y una de sus consecuencias más opuestas a la intuición trata del tiempo y es así de tajante: el tiempo universal no existe. “Es decir, el tiempo existe, pero no transcurre de una forma monótona e igual para todos los sistemas físicos: si te mueves a una cierta velocidad, el tiempo transcurre más lento que para otra persona que está en reposo, y también depende del campo gravitatorio”, explica Alberto Casas, investigador en el Instituto de Física Teórica UAM/CSIC.

Esto se ha comprobado en muchos experimentos. En 1971, el físico Joseph C. Hafele y el astrónomo Richard E. Keating montaron cuatro relojes atómicos a bordo de aviones comerciales. Dieron dos vueltas al mundo, primero hacia el este y luego hacia el oeste, y los compararon con los relojes estacionarios del Observatorio Naval de Estados Unidos. Una vez reunidos, los tres conjuntos de relojes no coincidían entre sí, exactamente en las cantidades que predice la relatividad. “Y esto es a velocidades, digamos, de andar por casa, pero si nos aproximamos a la velocidad de la luz estos cambios son enormes. Por ejemplo, un muón es una partícula que se desintegra en dos millonésimas de segundo, muy rápido. Si los muones se aceleran en un acelerador de partículas — a velocidades próximas a la de la luz— tardan 30 veces más en desintegrarse. No es como si el tiempo se ralentizara, es que el tiempo se ralentiza”, explica el Casas.

Además, cuanto más intenso es un campo gravitatorio, más lento transcurre el tiempo bajo él. “Si se pone un reloj encima de una mesa y después debajo, el reloj va más lento cuando está abajo, se ha vuelto a ralentizar. Y el efecto se ha comprobado incluso en distancias de hasta un milímetro: si se pone una moneda encima de la mesa, el tiempo en la cara hacia arriba transcurre más rápidamente que en la cara que toca la mesa”, explica este físico.

Ante esta profunda complejidad del tiempo, Ignacio Morgado recomienda no vivir muy pendientes de él y, sobre todo, gestionarlo lo mejor posible. “Si no tenemos la sensación de que controlamos nuestro tiempo, se impone el estrés. Controlarlo es uno de los elementos principales de salud mental”.

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