El extraño caso de los dinosaurios momificados
La preservación de tejidos blandos es una de las formas de fosilización que más fascina a los paleontólogos, por toda la información que revelan esas momias naturales y por el reto de explicar cómo se formaron
En un universo de piedra, una momia de dinosaurio simboliza la nostalgia de lo blando. El anhelo de los paleontólogos que viven en un mundo ciego, obligados a imaginar el color, la textura y las entrañas de seres intocables sobre los que versan todas sus preguntas. Hasta que, cada tanto, emerge de las rocas una respuesta de piel y huesos. Como el Borealopelta markmitchelli, un acorazado herbívoro único en su especie, de 1.300 kilos, cubierto de gruesas púas y que ahora parece una gárgola dormida en una vitrina del ...
En un universo de piedra, una momia de dinosaurio simboliza la nostalgia de lo blando. El anhelo de los paleontólogos que viven en un mundo ciego, obligados a imaginar el color, la textura y las entrañas de seres intocables sobre los que versan todas sus preguntas. Hasta que, cada tanto, emerge de las rocas una respuesta de piel y huesos. Como el Borealopelta markmitchelli, un acorazado herbívoro único en su especie, de 1.300 kilos, cubierto de gruesas púas y que ahora parece una gárgola dormida en una vitrina del Museo Royal Tyrrell, en Canadá.
Ese nodosaurio, descrito en 2017, es una momia: el Tutankamón de los dinosaurios. Su excepcional estado de conservación a lo largo de 112 millones de años lo ha convertido en una de las joyas más fascinantes de la paleontología, que permite a los investigadores indagar en uno de los procesos más intrigantes de la fosilización: la momificación natural.
Una de las explicaciones más extendidas para este fenómeno es la del enterramiento rápido, que habría protegido al cuerpo de la carroña y de la degradación biológica. El paleontólogo argentino Juan Ignacio Canale, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de ese país, ayuda a entender ese proceso en una videollamada desde la Patagonia: “Se habla de momia cuando, además del esqueleto, hay alguna parte blanda preservada. Es un tipo de fosilización singular, más allá de lo excepcional que ya es en sí, porque si el reciclado de la materia siguiera su curso natural y perfecto, no existirían los fósiles”, explica este experto.
La momificación es el único proceso capaz de resguardar órganos y aportar certezas a la imaginación científica. “Lo que tiene de interesante y de especial es que preserva partes blandas que se suelen descomponer muy rápido y eso da un montón de información, que de otra forma quedaría sujeta a la interpretación de los paleontólogos”, subraya uno de los padres del Meraxes gigas antes de enumerar una serie de misterios sin resolver en otros tipos de fosilización: “¿Cómo era la piel? ¿Cómo era el escamado? ¿Tenían plumas, filamentos, pezuñas o garras?”, indaga el investigador asumiendo la cualidad esquiva de las respuestas.
Es como si nunca hubiéramos visto un elefante: ante su esqueleto, no podríamos saber cómo era la forma de la trompa ni su longitud o dudar, incluso, de la existencia misma de su singular nariz. Eso, cuenta Canale, es exactamente lo que ocurre con la macrauquenia, semejante a un guanaco de la región pampeana argentina (que aparece en la primera película de La edad del hielo). Tenía las narinas retraídas en el cráneo y sus recreaciones dispares reflejan esa incertidumbre. “Tenemos maneras de inferir algunas partes blandas, pero son inferencias, no las vemos. En el caso de las momias, sí. Por eso son tan valiosas, llaman tanto la atención y, aunque sea difícil, todos los paleontólogos queremos encontrar una”, confiesa Canale.
Para que la momificación natural sea viable, es necesario que haya unas condiciones ambientales específicas, donde sea imposible la existencia de cualquier necrófago, y que el cadáver yazca inmutable durante millones de años, al resguardo del sol, de las erosiones del aire y de las corrientes acuáticas. Un sarcófago natural. Como el que protegió al Borealopelta que, ayudado además por su particular coraza, subsistió a más de 50 metros de profundidad en la provincia canadiense de Alberta. Este animal pudo haber muerto cerca de un curso de agua que desembocaba en el extinto mar que bañaba gran parte de Norteamérica durante el Cretácico; en él fue a la deriva, hasta desinflarse de los gases putrefactos, se hundió y lentamente fue sepultado bajo un fondo barroso, gélido y asfixiante.
Más de 110 millones de años después, el investigador Donald Henderson, segundo autor del artículo que describió el ejemplar, redactó un correo electrónico narrando las condiciones que hicieron posible el asombroso encuentro. “El cadáver se hundió y golpeó con fuerza el fondo del mar, ya que pudimos ver como las capas de sedimentos que había debajo se deformaban por el impacto. Nubes de limo y lodo se asentaron sobre él y la materia mineral comenzó a cristalizar alrededor del cuerpo, poco después de que se detuviera. Estos minerales formaron algo así como un antiguo sarcófago egipcio alrededor del fósil. Esta especie de féretro grueso, denso y fuerte evitó que el cadáver se aplastara (lo que le ocurre a la mayoría de los fósiles por el peso de la roca que los cubre) durante los 112 millones de años que estuvo bajo tierra. Así, el cuerpo permaneció enterrado en silencio hasta que fue golpeado por la cubeta de una máquina excavadora gigante [de la compañía minera que avisó del hallazgo]”.
La densa armadura del propio animal también cumplió un rol clave. “Le permitió permanecer intacto mientras flotaba en la superficie del agua y era transportado mar adentro y dificultó que los grandes carroñeros nadadores, como los tiburones y los reptiles marinos, separaran el caparazón del cuerpo”, explica este Howard Carter de la paleontología, quien además es curador de dinosaurios en el museo que exhibe al nodosaurio momificado. Toparse con semejante rareza fue difícil de asumir. Al principio, él y su equipo creyeron estar ante un plesiosaurio, uno de los animales acuáticos más grandes del Cretácico y habituales en el yacimiento de Alberta, pero unos días más tarde una pequeña roca con parte del fósil provocó el entusiasmo que hoy reproduce: “¡Pasaron varios minutos antes de darnos cuenta de que era un dinosaurio! Fue una gran sorpresa, muy celebrada, ya que todos los dinosaurios son animales terrestres. Nos dimos cuenta de que se habrían necesitado condiciones muy inusuales para que su cuerpo intacto llegara al mar”.
Condiciones excepcionales como las descritas por Henderson, que les permitieron desentrañar intrigantes detalles como la inserción de la armadura en la piel, y su color. “Cuando los dinosaurios acorazados mueren y sus cuerpos comienzan a descomponerse, la armadura se desprende del cuerpo. Solo hay un par de fósiles de dinosaurios blindados en los que tenemos un registro conservado de cómo se dispuso la armadura en el cuerpo. Sin embargo, el estado de conservación de la armadura in situ de estos otros anquilosaurios y nodosaurios no es tan bueno como el que obtuvimos con Borealopelta”, explica Henderson. La calidad de conservación confirmó, además, una estrategia de camuflaje. “Pudimos identificar la queratina, una proteína de la piel y la melanina, la molécula del pigmento. Al mapear las concentraciones de sus residuos, pudimos ver que el animal tenía un sombreado opuesto a la espalda, los costados más oscuros y un color más claro en la parte inferior del cuerpo. Vemos esto hoy en todo tipo de animales. No fue una sorpresa que tuviera contrasombreado, pero fue agradable ver esa idea confirmada en el fósil”.
Misterio bajo tierra
Otra investigación reciente desafía dos de las ideas más asentadas en el estudio de la momificación natural: el entierro rápido no es el único modo en que los dinosaurios pudieron atravesar esa forma de fosilización y los carroñeros no siempre son enemigos de ese proceso. El individuo que cuestiona esas premisas tiene boca de pato y se llama Dakota. Es un edmontosaurio herbívoro de 67 millones de años, hallado en 2006 en la formación Hell Greek (Dakota del Norte, Estados Unidos). Sus delicadas y peculiares características han implicado un trabajo de limpieza y preparación de más 20.000 horas; una tarea que continúa hasta hoy y que en cada fase arroja nuevas teorías y conclusiones.
Una de las últimas teorías, publicada en 2022 en Plos One, describe cómo el animal pudo haber sido comido por carroñeros que despreciaron su dura la piel, pero dejaron huecos en ella, creando involuntariamente ventanas de escape para los gases y accesos para microorganismos que tampoco quisieron o pudieron deglutir la piel y terminaron de vaciar el interior dejándolo listo para un proceso de deflación y disecación por efecto del sol y el aire. Así, curtido, comenzó el entierro que permitió la conservación de su piel y huesos. La paleontóloga Stephanie Drumheller, primera autora del artículo e investigadora de la universidad estadounidense de Tennessee, adelanta que “ese es el tema de un proyecto de investigación en curso: tratar de averiguar qué le sucedió a Dakota después de que fue enterrado. Tanto el secado inicial como la alteración química posterior al entierro tenían que ocurrir de la manera correcta para que se formara un fósil como este”.
En el artículo de 2022, la científica y su equipo ponían el acento en que las supuestas condiciones excepcionales necesarias para la momificación natural, en realidad no son tan excepcionales. “Los estudios de descomposición moderna han encontrado múltiples métodos para que se formen momias naturales”, asegura Drumheller. Su compañero y segundo autor de aquel estudio, Clint Boyd, revela con recelo algunas pistas acerca de lo que pudo ocurrirle a este edmontosaurio bajo tierra: “Creemos que el factor más importante que contribuyó a la excelente conservación de Dakota ocurrió después del entierro, según la química de las aguas subterráneas que interactuaron con el espécimen y lo fosilizaron. No quiero decir demasiado sobre ese proceso en este momento, ya que todavía estamos realizando pruebas y nuestras interpretaciones deben pasar por una revisión por pares. Parece que fue un proceso químico muy específico (y poco común) lo que preservó el espécimen”, avanza el paleontólogo.
Aunque las condiciones para la momificación de dinosaurios puedan no ser tan excepcionales, como plantea el artículo sobre Dakota, el hallazgo de ese tipo de fósiles sigue siendo una rareza. “Lo más inusual es que en los 12 años desde el descubrimiento de Borealopelta no hemos tenido ningún otro dinosaurio fósil por aquí, aunque ahora todos en las minas saben qué buscar”, reconoce Donald Henderson antes de partir entusiasmado hacia su próxima aventura científica; esta vez, para recuperar un gran lagarto marino no momificado.
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