Tres dedos, cinco codos y ocho pies: el uso del cuerpo humano como medida es universal
El análisis de casi 200 culturas muestra que las unidades de longitud tradicionales sobreviven al dominio del metro
Los nicobareses, un pueblo que habita varias islas del golfo de Bengala, calculan la distancia entre una y otra según el número de cocos que se beben en el trayecto. Mientras, la última definición del metro, recogida por el Centro Español de Metrología, dice que equivale a la longitud del trayecto recorrido por la luz en el vacío durante 1/299792458 de segundo. ¿Cuál de las dos medidas es más comprensible? ¿Y más útil? El análisis de los patrones de medida tradicionales usados en casi 200 culturas, ...
Los nicobareses, un pueblo que habita varias islas del golfo de Bengala, calculan la distancia entre una y otra según el número de cocos que se beben en el trayecto. Mientras, la última definición del metro, recogida por el Centro Español de Metrología, dice que equivale a la longitud del trayecto recorrido por la luz en el vacío durante 1/299792458 de segundo. ¿Cuál de las dos medidas es más comprensible? ¿Y más útil? El análisis de los patrones de medida tradicionales usados en casi 200 culturas, publicado en Science, muestra ahora que en la mayoría se usaba y aún se usa el cuerpo humano como regla universal.
Con las lanchas a motor y el agua embotellada, la práctica de los nicobareses de medir las distancias es hoy residual. Pero tenía todo su sentido: el agua de coco era vital para evitar la deshidratación y necesitaban saber cuántos cocos tenían que llevar. Esa es una de las características que definen a las unidades de medida tradicionales, su conexión con lo más cercano, su relación con el contexto. Por el contrario, las unidades de medida estándar son tan abstractas como muestra la definición del metro. Esta diferencia clave se repite como una constante en casi todas las culturas ahora analizadas.
“Hoy, en Finlandia, cuando compramos esquís de fondo, generalmente los medimos con nuestra propia altura”, recuerda el investigador de la Universidad de Helsinki y coautor del estudio de Science, Roope Kaaronen. “La regla general es que los esquís deben ser de 15 a 25 centímetros más altos que la persona que los usa. Esto es muy similar a cómo algunos saami [pueblo que tradicionalmente ha habitado Laponia, región de varios países nórdicos] medían los esquís en el siglo XVI, excepto que usaban la altura de la persona más un pie, que probablemente sea de 25 a 30 centímetros”, añade Kaaronen.
Lo que hacen los finlandeses cuando se compran sus esquís ha sido una norma universal. La práctica totalidad de las 186 culturas analizadas cuentan con una o varias medidas de longitud que usan (o usaban) como referencia a una parte de su cuerpo. Las tres que más se repiten, presentes en más del 20% de la muestra, son el palmo (medido con el pulgar y alguno de los demás dedos), el codo y las distintas variaciones del brazo o braza (desde el hombro hasta la mano o desde una mano a otra con los brazos extendidos). Pero hay otras muchas, como la anchura del pulgar (la pulgada) o el largo del pie. Los bámbara, un pueblo mandinga del oeste de África, creen que cada persona tiene un gemelo espiritual, el dya. Miden el dya de un individuo midiendo con el dedo meñique la sombra que proyecta al mediodía.
Otro gran grupo de medidas, presentes en el 17% de las culturas analizadas, se apoya en eventos y actividades para determinar la distancia. Es el caso del a tiro de piedra o a lanzamiento de flecha o la tierra arada en un día (para calcular el área de una superficie). Para escalas pequeñas se usan artefactos como regla, es el caso de la longitud del arco, de una cadena, una cuerda o una vara, como la castellana, de 0,8 metros, tres veces el pie castellano. Para las grandes distancias, la fórmula más repetida son las jornadas de caminata entre un lugar y otro. Un aspecto que destacan los autores del estudio es que se produce el mismo doble fenómeno en muchas culturas: uso de unas mismas unidades de medida, aunque pocas veces coinciden con exactitud. La vara ibérica, por ejemplo, no medía lo mismo en Teruel, en Burgos o en Alicante.
“Es fácil pensar que los sistemas de medición basados en el cuerpo son primitivos o inferiores, pero en realidad son más adecuados para algunos usos que los sistemas estandarizados”Mikael Manninen, investigador de dinámicas humanas de la Universidad de Helsinki
“Es probable que en muchos casos estas unidades de medida tengan origen en un ancestro común”, dice Kaaronen. Además, añade, “medir cosas con nuestro cuerpo también es algo natural para nosotros y, por lo tanto, es muy posible que estas unidades sean universales porque se inventaron fácilmente de forma independiente”. Este investigador da un tercer argumento: “Otra razón por la que algunas unidades son universales es que son prácticas para tareas específicas. La braza se usa a menudo para medir artículos laxos como cuerdas, telas o redes”.
Los autores de este estudio destacan varios motivos que explican la emergencia y pervivencia de las medidas que usan al cuerpo humano como referencia. Uno es la ergonomía. Como los esquís de los saami, pero también el arco o las dimensiones de canoas y kayaks, los mejores artefactos son los que se ajustan a las dimensiones humanas. Otro motivo es casi obvio: a diferencia de la compleja definición del metro, que necesita una regla con una precisión exacta, las medidas corporales tienen la ventaja de que no necesitan herramientas de medición. Pero la más relevante sería la integración con el conocimiento local. Como muestran los nicobareses, el agua de coco necesaria da más información que un determinado número de millas náuticas. O, ¿de qué le sirve a los ifugao, pueblo de las montañas del norte de Filipinas, que la distancia entre dos puntos es de tantos kilómetros? Ellos prefieren medir las distancias según el número de descansos que tienen que hacer para llegar. En las montañas, los metros lineales no tienen sentido.
Las primeras referencias a las medidas corporales se han encontrado en Mesopotamia, donde también nació la escritura y los primeros escritos sobre los besos, y en el Antiguo Egipto. Muchas de esas antiguas medidas acabaron siendo adoptadas como patrones oficiales de medición. Es el caso del codo real, procedente del codo tradicional, y convertido en patrón de medida en la tierra de los faraones ya hace 4.700 años. Pero la misma estandarización se produjo con el passus (paso) romano, la braza de los mayas o el chi de la civilización china, una medida de longitud similar al pie europeo. Salvo las medidas tradicionales inglesas (pulgada, pie, yarda...), convertida en patrón del sistema imperial, todas han sucumbido ante el metro del Sistema Internacional de Unidades.
“Tener un sistema internacional de unidades ha sido consecuencia de la evolución científica, tecnológica y comercial de la humanidad: ha sido inevitable e imprescindible”María Dolores del Campo, directora de la división de Magnitudes Mecánicas e Ingeniería del Centro Español de Metrología
Mikael Manninen, también científico de la Universidad de Helsinki y coautor del estudio de Science, destaca las razones de la transición hacia los patrones oficiales: “Los sistemas basados en el cuerpo fueron y siguen siendo ventajosos desde la perspectiva del individuo que usa las herramientas, la ropa, etc. Pero no desde la perspectiva de la producción en masa. Por eso los sistemas de medición estandarizados avanzaron rápidamente junto con la revolución industrial y, ya antes, con el comercio internacional”. Manninen reconoce que “es fácil pensar que los sistemas de medición basados en el cuerpo son de algún modo primitivos o inferiores, pero en realidad son más adecuados para algunos usos que los sistemas estandarizados y viceversa. Por eso, las unidades basadas en el cuerpo han persistido junto con los sistemas de medición estandarizados”.
Junto a la Revolución Industrial, iniciada en Inglaterra, el otro foco de impulso de la estandarización estuvo en Francia y su Ilustración. Ya tras la Revolución Francesa se estableció en ese país el sistema métrico. Muy poco después llegó a España, como recuerda la directora de la división de Magnitudes Mecánicas e Ingeniería del Centro Español de Metrología (CEM), María Dolores del Campo: “España fue un país muy adelantado cuando, casi a la vez que Francia, introdujo el sistema métrico decimal mediante la Ley de 8 de julio de 1849, que puede considerarse como la primera ley fundamental de la metrología española moderna”. Pero los azares políticos del siglo XIX español y las resistencias encontradas hicieron fracasar este y los demás intentos. Finalmente, en 1880, se aprobó de forma definitiva. “Lo que permitió la implantación general del sistema métrico decimal, aunque ello no evitara algunas últimas resistencias de varias de las medidas antiguas”, añade del Campo.
Para la física del CEM, la transición desde las medidas tradicionales hasta definiciones tan precisas como el metro era casi una necesidad histórica: “Todas las civilizaciones han desarrollado un sistema de pesas y medidas: no existe civilización sin que los seres humanos establezcamos relaciones que siempre conllevan las ideas de propiedad y de intercambio, y en cuanto hay intercambios, las pesas y medidas hacen su aparición y se hacen imprescindibles”, dice. Tras la Edad Media, “con el aumento del comercio en todo el mundo: los viajes a la India y China, el descubrimiento de América... Se empezó a hacer imprescindible disponer de un sistema de medidas coherente”, añade. Para lograrlo, fueron fundamentales los avances científicos de los siglos XVII y XVIII. Del Campo concluye afirmando: “Tener un sistema internacional de unidades ha sido consecuencia de la evolución científica, tecnológica y comercial de la humanidad: ha sido inevitable e imprescindible”.
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