El ADN retrata a una pareja de Pompeya enterrada por la erupción del Vesubio hace 2.000 años
Uno de los ciudadanos sufría de una dolorosa afección provocada por la tuberculosis que pudo impedirle huir
La erupción del Vesubio el 24 de agosto (o el 24 de octubre, como mantienen otras investigaciones) del año 79 fue una de las más mortíferas de las sucedidas en suelo europeo. Entre las dos ciudades más afectadas, Herculano y Pompeya, las excavaciones han encontrado más de 2.000 fallecidos. Muchos fueron hallados en los fornici, una especie de almacenes de los puertos, intentando huir. A otros, la muerte provocada por la ceniza volcánica les pilló en sus casas. Es el caso de dos personas...
La erupción del Vesubio el 24 de agosto (o el 24 de octubre, como mantienen otras investigaciones) del año 79 fue una de las más mortíferas de las sucedidas en suelo europeo. Entre las dos ciudades más afectadas, Herculano y Pompeya, las excavaciones han encontrado más de 2.000 fallecidos. Muchos fueron hallados en los fornici, una especie de almacenes de los puertos, intentando huir. A otros, la muerte provocada por la ceniza volcánica les pilló en sus casas. Es el caso de dos personas, hombre y mujer, descubiertos en el comedor de la pompeyana Casa del Fabbro (del artesano) hace un siglo. Ahora, un grupo de científicos ha podido extraerles su ADN y, al menos en el caso del varón, secuenciar por primera vez el genoma de un pompeyano del Imperio Romano.
No es fácil recuperar información genética del pasado. Además del paso del tiempo, el agua y en especial el oxígeno degradan las moléculas de ADN. Los tejidos y órganos no dejan rastro y solo los dientes y huesos ofrecen una posibilidad. Además, las temperaturas elevadas, como demuestra lo difícil que es obtener ADN antiguo de registros fósiles en los trópicos, tampoco ayudan. Eso explicaría que, a pesar de recuperar porciones de material genético de humanos y animales de Herculano y Pompeya desde hace años, nunca haya sido suficiente para secuenciarlo. Con unas temperaturas de más de 300º que debieron tener las cenizas que cubrieron las dos ciudades, como dice Thomaz Pinotti, coautor del análisis de esta pareja, “esta podría haber sido la razón por la que no logramos obtener información relevante sobre el ADN del individuo femenino”. Pero Pinotti prefiere darle la vuelta: “¡Es más interesante tratar de entender cómo logramos secuenciar el ADN del individuo masculino! Creemos que la ceniza lo mantuvo en un ambiente anóxico [sin oxígeno], ralentizando así su degradación”.
Creemos que la ceniza mantuvo el ADN en un ambiente anóxico [sin oxígeno], ralentizando así su degradación”.Thomaz Pinotti, investigador en paleogenética de la Universidad de Copenhague (Dinamarca)
Las muestras de material genético las obtuvieron de la porción pétrea, parte del hueso temporal, el que rodea al oído. Es la primera vez que se logra suficiente ADN de un pompeyano para secuenciarlo. De su análisis, publicado en Scientific Reports, los investigadores concluyen que el del hombre “se parece mucho a otros genomas de la época imperial romana que tenemos disponibles, lo que nos hace creer que probablemente era un local (o al menos de la península italiana)”, escribe en un correo Pinotti, investigador de la Universidad de Copenhague. Sin embargo, algunos de sus perfiles genéticos, en particular el cromosoma Y, y su ADN mitocondrial son muy inusuales tanto para el tiempo como para el lugar y que lo relacionan tanto con ancestros originarios del actual Irán como ibéricos. “Debemos tener cuidado al hacer inferencias basadas en un único individuo, pero pensamos que esto supone cierta diversidad genética de la Edad del Hierro que se perdió debido a la homogeneización de la península italiana después del Imperio Romano”, concluye. Hoy, aquel pompeyano parece muy cercano solo a los actuales habitantes de Cerdeña, isla mediterránea frente a las costas del Vesubio.
La genética, en este caso paleogenética, también sugiere que esta persona sufría del llamado mal de Pott. Provocado por el bacilo de Koch, es una versión de la tuberculosis que, en vez de afectar a los pulmones, ataca a la columna vertebral. Cuando murió, dicen los autores del estudio, el hombre sufría fuertes dolores de espalda, agravados por el esfuerzo o la tos y, en ocasiones, acompañado de ciática. También tendría contracciones musculares, lo que implica más dolor, y debilidad generalizada, especialmente en los miembros inferiores, limitando su movilidad.
Aunque la pista la dio el análisis genético, fue la observación directa de las vértebras lo que confirmó el diagnóstico. La investigadora de la Universidad de Salento (Italia) y coautora del estudio Serena Viva recuerda que la tuberculosis era endémica en la época imperial romana, “pero es raro encontrarla en contextos arqueológicos porque solo en pequeños porcentajes deja cambios esqueléticos, como en nuestro caso”. Para ella, “esta es una pieza importante de la historia clínica de esta enfermedad”.
El estudio osteológico (clínica de los huesos) muestra que el hombre tenía entre 35 y 40 años y medía 164 centímetros. Por su parte, la mujer era algo mayor, en torno a los 50 años y con una altura de 153 centímetros. Ambos estaban en la media de la población romana de entonces. Aunque su hallazgo tuvo lugar durante unas excavaciones entre 1932 y 1933, los autores del estudio han combinado sus resultados paleopatológicos y de ADN antiguo con los informes de la excavación y las fotografías tomadas entonces para intentar entender por qué no huyeron con la primera erupción.
El hombre estaba reclinado sobre el triclinium, esa especie de chaise longue en la que los romanos se recostaban mientras comían. La mujer estaba con los brazos cruzados, rodeando lo que debía ser una bolsa de monedas, apoyando su espalda (como se ve en la imagen principal).
“La respuesta está en su estado de salud y edad avanzada. El hombre padecía una rara forma de tuberculosis con manifestaciones esqueléticas, condición que les habría llevado a tener poca movilidad. La mujer era anciana y sufría de artrosis, por lo que se quedó allí esperando, protegiendo un pequeño tesoro de monedas”, dice Viva. Lo que no pueden saber es si se quedaron a esperar la muerte o porque creían que era el sitio más seguro.
“La mujer era anciana y sufría de artrosis, por lo que se quedó allí esperando, protegiendo un pequeño tesoro de monedas”Serena Viva, investigadora de la Universidad de Salento (Italia)
Olga Rickards es antropóloga de la Universidad de Roma Tor Vergata, coautora y mentora del principal autor del estudio. Además del resultado concreto del trabajo, Rickards destaca que el estudio “demuestra el poder de un enfoque combinado para investigar humanos antiguos y confirma la posibilidad de recuperar ADN antiguo de restos humanos de Pompeya”. Para ella supone “una base para continuar con un extenso análisis paleogenético con el fin de reconstruir la historia genética de la población de la ciudad”. De hecho, junto a colegas de las universidades de Florencia y Ferrara, dirige un proyecto bajo el título de Pompeya: un retrato molecular.
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